jueves, noviembre 13, 2014

"Indisciplina", de Cesare Pavese

Versión de Juan Carlos Villavicencio




El borracho deja atrás las asombradas casas.
No todos se atreven a caminar borrachos
a la luz del sol. Tranquilo cruza la calle
y podría atravesar los muros, porque los muros están ahí.
Sólo un perro se pasea de aquel modo, pero un perro se detiene
cada vez que siente a la perra y la huele con cuidado.
El borracho no mira a nadie, ni siquiera a las mujeres.

Por la calle la gente, molesta al verlo, no ríe
y no quiere que esté el borracho, pero muchos tropiezan
por seguirlo con la mirada, de nuevo mirando al frente
maldiciendo. Tan pronto pasó el borracho,
todos en la calle se mueven más lento
bajo la luz del sol. Si alguien corre
como antes, ese alguien nunca será el borracho.
Los otros miran, sin distinguir, a las casas y al cielo
que continúan estando, aunque nadie los vea.

El borracho no ve ni cielo ni casas,
pero sabe que están, porque tambaleante camina un tramo
claro como las franjas en el cielo. La gente confundida
no comprende para qué están las casas
y las mujeres no miran a los hombres. Todos
tienen cierto miedo a que de repente la ronca
voz explote cantando y los persiga por el aire.

Cada casa tiene una puerta, pero es inútil entrar.
El borracho no canta, pero tiene un camino
donde el único obstáculo es el aire. Suerte
que de este lado no haya mar, porque el borracho
caminando tranquilo entraría en el mar
y, desaparecido, seguiría en el fondo el mismo camino.
Afuera la luz siempre sería la misma.







en Trabajar cansa, 1933









Indisciplina

L'ubriaco si lascia alle spalle le case stupite. / Mica tutti alla luce del sole si azzardano / a passare ubriachi. Traversa tranquilo la strada, / e potrebbe infilarsi nei muri, ché i muri ci stanno. / Solo un cane trascorre a quel modo, ma un cane si ferma / ogni volta che sente la cagna e la fiuta con cura. / L'ubriaco non guarda nessuno, nemmeno le donne. // Per la strada la gente, stravolta a guardarlo, non ride / e non vuole che sia l'ubriaco, ma i molti che inciampano / per seguirlo con gli occhi, riguardano innanzi / imprecando. Passati che c'è l'ubriaco, / tutta quanta la strada si muove più lenta / nella luce del sole. Qualcuno che corre / come prima, è qualcuno che non sarà mai l'ubriaco. / Gli altri fissano, senza distinguere, il cielo e le case / que continuano a esserci, se anche nessuno li vede. // L'ubriaco non vede né case né cielo, / ma li sa, perché a passo malfermo percorre uno spazio / netto como le striscie di cielo. La gente impacciata / non comprende più a cosa ci stiano le case, / e le donne non guardano gli uomini. Tutti / hanno come paura a un tratto la voce / rauca scoppi a cantare e li segua nell'aria. // Ogni casa ha una porta, me è inutile entrarci. / L'ubriaco non canta, ma tiene una strada / dove l'unico ostacolo è l'aria. Fortuna / che di là non c'è il mare, perché l'ubriaco / camminando tranquillo entrerebbe anche il mare / e, scomparso, terrebbe sul fondo lo stesso cammino. / Fuori, sempre, la luce sarebbe la stessa.










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