martes, julio 08, 2014

"¡Yo jugué al fútbol de casualidad!". Entrevista a Alfredo di Stéfano, de Diego Torres



1926-2014


Cuando debutó con el Madrid, en 1953, tenía 27 años y había aprendido casi todo lo que puede aprenderse del fútbol. Sólo le faltaba el reconocimiento. Tardó menos de una década en ser una leyenda. Un símbolo de caudillaje y renovación. Di Stéfano (Buenos Aires, 1926) hizo del Madrid la primera referencia del fútbol europeo. Hoy la UEFA le rinde tributo.

Alfredo di Stéfano está harto de hablar de las cinco Copas de Europa. Se reclina en su asiento. Aprieta los dientes. Saca algo del bolsillo de su chaqueta. Y ordena: “Mira”. En la palma de su mano descansa una medalla de plata con una inscripción gastada: River Plate-San Lorenzo de Almagro, 1947. “Fue el partido de mi debut”, dice; “un amistoso en la cancha de Chacarita”.

¿Qué recuerda?
Había 16 jugadores. Los del primer equipo en un banco y nosotros en el suelo. Me mira Moreno y me dice: “Y vos, ¿qué?, ¿no te ponés la venda?”. “¿Yo vendar?, ¡si ni sé lo que es una venda!”. “Ten cuidado porque el campo está muy mal y si te doblas un tobillo tienes para dos meses”. Me dijo cuatro cosas y llamó al utilero: “¡Oye, una venda para el pibe este!”. ¡Los grandes me daban consejos! ¡Por eso salen jugadores de fútbol en Argentina! Por eso la futura residencia de los chicos del Madrid tiene que estar donde se entrena el primer equipo. Se tienen que familiarizar con los grandes. Todo es cuestión de compañerismo.

¿Por qué le gusta leer el Martín Fierro?
Porque siempre aprendo algo. Y como hubo un tiempo en el que me gustó el campo... Mis padres se dedicaban a las cuestiones del campo, a cultivar patatas. Yo empecé a jugar al fútbol organizado a los 14 años en Los Cardales, un pueblito a 60 kilómetros de Buenos Aires. En el río Luján había hasta jabalíes. Y perdiz. Había la de Dios. No gastábamos ni pólvora. Mi padre no quería saber nada de cazar. Había una escopeta en casa por si alguno se quería llevar los caballos o las vacas. Había gente que afanaba, que te llevaban las ovejas si te descuidabas. Había que estar atentos. ¡Como siempre!

¿Tenían coches los jugadores de River?
¿Coches? En mi barrio pasaba un coche cada media hora. Negri era el único que tenía coche. Era de una familia bastante buena. Tenía una voiture preciosa. Antiguamente, la ilusión de jugar era por figurar más que por ganar dinero. ¿Qué iba a pensar la gente que iba a ser una profesión todo esto? ¡Cuántos tipos conocí que eran futbolistas de potrero! ¡Jugadores extraordinarios que no hicieron carrera porque tenían que trabajar y llevar dinero a la familia! Yo jugaba en el barrio y decía: “¿Para qué voy a ir?” Estaba estudiando y mi padre tenía el campo. Yo leía las citaciones y decía: “¡Yo no voy!”.

Pero se hizo profesional.
Vino un electricista, que era jugador de River y conocía a mi padre. Preguntó por la familia y mi mamá le contó que uno de los chicos jugaba muy bien al fútbol. Cuando me llegó la citación de River para una prueba, pregunté: “¿Quién me recomendó?”. Mi mamá.

Fue una mala noticia.
Me fui porque no tuve más remedio. Fui a coger el tranvía 88 todo cabreado hasta Chacarita, detrás del cementerio. Subo y veo a uno que entra con un periódico y dos botas de fútbol. Y me digo: “¡Éste seguro que va a probarse a la cancha de River!” Me miró y se ayuntó al lado mío. “Hola, ¿qué tal? ¿Vas a River?”. “Sí”. “¿Y tú?”. “Yo también”. “¿De qué juegas?”. “De ocho. ¿Y tú?”. “Yo también”. “¿Y cuántos años tienes?”. “Diecisiete”. “Yo también”. “¿Qué haces?”. “Yo trabajo con mi viejo en el cementerio. Soy el que riega las flores”. Se llamaba Salucci.

¿Pasó la prueba?
Los dos. Nos miraron 30 minutos. ¡No veas la gente que iba! Al final, te esperaba el entrenador a la salida. Era Peucelle. “¿Tenés el DNI vos?”, me preguntó; “dámelo”. Y así quedabas para toda la vida enganchado. Con la firma no te quedaban más recursos. El club mandaba.

¿Cuánto le pagaron?
En Tercera te daban 20 pesos por partido ganado. Con el primer premio me compré un traje talla 49 en una tienda que se llamaba Auténtico y después fui a comprarme dos pantalones en la sastrería Casa Braulio.

¿Volvió a jugar al barrio?
Tenía que bajar. Si no, decían: “Y el engrupido éste... ¿Qué se cree que es? ¿Que porque juega en River puede hacerse el boludo? ¡Noooo!”. Y entonces, claro, cuando empecé a crecer, me preguntaron: “¿Cómo se hizo profesional?” ¡Yo jugué al fútbol de casualidad! Porque mi vieja habló con un electricista.

¿Practicó otros deportes?
Cuando iba al colegio. El preparador físico me preguntó: “¿Qué quieres hacer? Porque aquí, de fútbol, poco”. Y yo elegí atletismo. Recuerdo que había un cabrón que me ganaba en los 100 metros siempre. No podía ganarle. ¡Tenía una bronca! Me dio tanta rabia que me metí a jugar al baloncesto, al hockey, a todo. Lo que sea. Iba contento. A lo único que no quise jugar fue al rugby porque te lastimabas todo. Yo era muy flaco.

¿Cuántas veces le pidieron que mencionase a los mejores jugadores de la historia?
Siempre contesto lo mismo: Labruna, Pedernera, Moreno y Loustau.

Hábleme de la delantera de La Máquina. Moreno decía que bailar el tango complementaba sus entrenamientos. ¿Eran muy noctámbulos?
Salían el día que tocaba salir. No es que jugaban bien porque iban al cabaret. Tampoco se tomaban una botella de whisky cada uno como se dijo porque la carrera del que se toma una botella de whisky no dura mucho y todos ellos jugaron hasta los cuarenta. A los cabarets se iba a bailar. No eran como los cabarets franceses. En Buenos Aires, la gente iba a ver las orquestas. El argentino es un bohemio diferente. No es el clásico que va al cabaret a buscar minas. El argentino va a lucirse, por la pinta. La anécdota más bonita de aquella época es la del Mono De Ambrosio. Un día fue la banda de Moreno al cabaret Marabú y le dieron diez pesos a una mina para que sacara a bailar al Mono, que no bailaba nada. Todos bailaban menos él. Entonces, se fueron todos a bailar y el Mono se quedó sentado. Y fue la chica y lo invitó: “¿Vamos a bailar?”. Y él le dice: “No sabo”. Le quedó Nosabo para toda la vida. “¿Qué tal, Nosabo?”, le decíamos. Hasta que se casó.

¿Cómo era De Ambrosio?
Un extremo. Un crack. Partido en cancha de River, contra Huracán. Yo estaba enfrente, en la tribuna. El Mono corría por la banda y estornudó. Vio que andaba el linier por ahí con la bandera levantada. Se la agarró y se sonó la nariz. El linier empezó a llamar al árbitro. Se armó un lío.

Pero Moreno fue su mayor referencia.
Moreno fue... ¿Qué sé yo? Artista en todo. Artista en el fútbol, artista en su vida privada, artista de cine, artista de teatro, artista para el baile. Era diez años mayor que yo. Su padre era agente de policía. El otro día estaba viendo un partido de Tigre en su cancha en la tele. Y le digo a mi hija: “¡Madre mía, ahí estuve yo hace 60 años!”. Nos jugábamos el campeonato y nos tiraban de todo. Entramos al campo y a Moreno le tiraron un candado de vagón de tren que le raspó la cabeza. “Fanfa, mire, está sangrando”, le dije. Yo era el único que le decía Fanfa [por fanfarrón]. “Fanfa, tienes sangre por todos lados!”. Y me dice sin inmutarse: “¡Cállate la boca, que un jugador de fútbol no se entrega jamás!”.

Dicen que en Madrid su fútbol se completó. Pero en River debió reemplazar a un mito: Adolfo Pedernera. ¿Cómo fue su transformación?
Tácticamente, alcancé mi madurez en Bogotá. En el barrio jugaba de interior, por la derecha o por la izquierda. Me gustaba. Cuando fui a River, me pusieron de wing [ala] derecho y me venía atrás y me mandaban para adelante. Pero se lastimó el delantero centro y dijeron: “A éste, como es muy rápido, vamos a ponerlo ahí a ver qué pasa”. Y yo me iba para arriba. Pero Peucelle me dijo: “No, usted tiene que tirarse atrás. ¿No vio jugar a Pedernera? Bueno, ahí”. Fuimos a la cancha de Atlanta y ganamos 7-0. ¡Partidazo! Y yo jugando de centro-forward a lo Pedernera. ¡Ni un gol hice! Estaba amargado y me fui al vestuario. Vino Peucelle y me dijo: “¡Bien, Alfredo, así se juega!”. Y yo: “¿Así se juega? ¡Si no hice ni un gol!”.

¿Por qué ese River fue tan innovador?
Moreno bajaba, Pedernera bajaba, Loustau bajaba... Bajaban todos menos Labruna, que se quedaba un poco más arriba. Cruyff hacía lo mismo. Se tiraba atrás y no sabías si era un once, un siete o un diez. Antes no era así. Cuando llegué al Madrid, había que jugar con el ariete en punta. A mí no me gustaba porque a veces no hay jugadores para eso. Porque aquí cuando los defensas marcaban al delantero centro lo marcaban a muerte. Uno encima y el otro a la espera.

¿Qué es lo primero que supo del fútbol europeo?
No supe nada hasta que Zubieta y Lángara fueron a Buenos Aires. Yo vi el 4-1 de San Lorenzo a River, con cuatro goles de Lángara. Estaba con mi viejo detrás de la portería. Lo vi hacer un gol con el hombro, el primero. Uno con la derecha, otro con la izquierda y otro de penalti.

¿Qué le parecen los sueldos que se pagan ahora?
Hay que ver la cantidad de intrusos que viven del fútbol. Es una cadena. Cuando me dicen que los jugadores ganan demasiado, yo digo: “¡Y deberían ganar más!”. Porque hay 400 millones de personas pegadas a ellos, quedándose con una parte. Dicen que ahora hay una organización terrible. En la época nuestra nos comíamos dos platos de espaguetis y nos íbamos a jugar con la panza llena. Ahora resulta que los tipos de antes eran unos sabios porque ahora lo único que comen para jugar son fideos. ¿Qué pasa?

¿Evolucionó la táctica?
¡Qué va a evolucionar! Alrededor del fútbol se exagera todo. En mi época, el técnico era un tipo con un chándal azul que tenía cuatro tiras de esparadrapo negro para hacer una E. Ahora se habla mucho. Hay mucha poesía, mucha novela. Cuando un jugador está en la cancha, nunca se vuelve al banquillo y le pregunta a su entrenador: “¿Qué hago? ¿Le pego así o así?”. Para la táctica lo único que necesitas es tener a tres o cuatro tíos dentro del campo que sepan lo que es un equipo. “¡Cuidado con éste!”. “¡Déjamelo, que yo lo mato!”. “¡Yo te la mando ahí...!”. Es cuestión de oficio, de picardía, de saber estar. Por eso no es lo mismo tener 18 que 28. Por más que a los 18 juegues de maravilla, por más que seas Messi... Mucho empalaga. Y gambetear en el medio del campo está bien. Sí. A dos, a tres rivales, pero ¿y si te afanan la pelota? ¡Adiós muy buenas! Ahora, lo del loco este [Messi] es un espectáculo. Yo lo estoy estudiando ¿Qué cree? Lleva el balón así, cortito, tic, tic. El secreto es el toque cortito y la fuerza. Es potente. Es como Gento de fuerte. Es más fuerte que Maradona.

¿Qué jugadores le gustan?
El mejor de todos, con Messi, es Cristiano Ronaldo. Tiene una velocidad del carajo. ¿Qué manda en el fútbol? La técnica y la velocidad. ¿Por qué el Madrid ha tenido problemas? ¡Porque no ha tenido velocidad!

¿Qué pensaba del fútbol europeo cuando se vino?
En el 50, después de volver de la gira por Europa con Millonarios, estaba comprando mortadela con mi hermano en una rotisería y le dije: “Mira, yo me voy a España. A éstos les pego un amague así y los dejo atrás a todos”. Después, ya en España, cuando les pegaba un amague, los tenía otra vez ahí. Recuerdo que le escribí una carta a mi hermano: “Mira, aquí, les pegas 40 amagues, pero siempre los tienes encima”. Era diferente. Y la preparación atlética, también. En Argentina era todo creatividad. Aquí era todo físico. Todos saltaban de cabeza, todos jugaban con ariete. En Argentina, si llovía, se suspendía la jornada. En España se jugaba con lluvia y con balas.

¿Pegaban más que ahora?
Los marcajes eran más sanos. Ahora agarran. Hacen pijaditas, muchas faltitas. En vez de hacer un esfuerzo superior para derribar al rival o para anticiparse y despejar, lo agarran. Total, una amonestación. Total, después, con cinco amonestaciones, estás suspendido. Total, el club paga. Siempre total.



Di Stéfano es un hombre introvertido. Dice que el homenaje de la UEFA le da “vergüenza”. También habla con incredulidad de otras conmemoraciones: “Me han hecho una estatua. El otro día fui a verla. Están los escultores, los arquitectos... ¡Es como el obelisco! Fui con mi hija. Se quedó mirándola”.

– Papá, ¡tiene la boca abierta!, me dice.
– ¿Y qué querés? ¡Si estoy gritando un gol!






en El País, 17 de febrero 2008













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