El gabinete del doctor
Caligari
Hubo un tiempo en el que los bichos acuáticos eran lo mío. Recuerdo la primavera infantil que dediqué al estudio de los charcos de barro invernales de la región noroeste de la costa del Pacífico. Me habían concedido una beca. Mis libros eran un par de botas de Sears Roebuck, de esas con páginas de goma verde. La mayoría de mis aulas estaban cerca de la orilla. Ahí es donde ocurrían las cosas importantes y donde lo bueno sucedía.
A veces, a modo de experimento, tendía puentes con maderas para asomarme a
las aguas más profundas de los charcos, pero no era tan bueno como en el agua próxima
a la orilla. Los bichos eran tan minúsculos que prácticamente tenía que hundir
la mirada en el charco de barro como una naranja ahogada. Hay algo
de romántico en la fruta que flota en el agua, en las peras y naranjas en un
lago o un río. Durante el primer minuto no veía nada, pero entonces los
bichitos acuáticos cobraban vida. Vi uno negro de largos dientes que perseguía
a otro blanco con una bolsa de periódicos colgada del hombro, dos blancos
jugando a las cartas junto a la ventana, y otro blanco más que me devolvió la
mirada con una armónica en la boca.
Fui un estudioso hasta que los charcos de barro se secaron, y entonces
coseché cerezas a dos centavos y medio la libra en un viejo huerto junto a una
carretera larga, calurosa y polvorienta. La jefa de las cerezas era una mujer
de mediana edad, y era una okie
[natural de Oklahoma] de las de verdad. Siempre llevaba puesto un peto ridículo.
Se llamaba Rebel Smith y había sido amiga de Pretty Boy Floyd en Oklahoma. "Recuerdo
que una vez Pretty Boy llegó en su coche. Yo salí corriendo al porche".
Rebel Smith se pasaba la vida fumando cigarrillos y explicando a la gente
cómo cosechar cerezas y asignándoles árboles y anotándolo todo en un librito
que llevaba en el bolsillo de la camisa. Sólo fumaba la
mitad del cigarrillo, y luego tiraba la otra mitad al suelo. Durante los primeros días de trabajo veía sus cigarrillos a medio fumar por
todo el huerto, junto al retrete y alrededor de los árboles y a lo largo de las
hileras.
Luego contrató a media docena de mendigos para recoger cerezas porque la
cosecha iba muy lenta. Rebel los recogía cada mañana en una
desvencijada furgoneta y los conducía al huerto. Siempre había media docena de
mendigos, pero a veces las caras cambiaban.
Después de que vinieran a recoger cerezas no volví a ver medios cigarrillos
tirados por el suelo. Desaparecían antes de tocar tierra. Reflexionando sobre ello, uno podría pensar que Rebel Smith estaba en
contra de los charcos de barro, pero también podría no pensarlo.
en
La pesca de la trucha en América,
1967
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