El
viento sopló todo el día de mi boda,
y
mi noche de bodas fue la noche del vendaval;
la
puerta del establo no dejó de golpear,
y
él tuvo que bajar y cerrarla, dejándome
como
una estúpida a la luz de las velas, oyendo
la
lluvia, viendo mi cara en el curvo candelabro,
en
realidad sin ver nada. Cuando volvió
dijo
que los caballos estaban inquietos, y me entristeció
que
aquella noche hubiera un hombre o animal
que
no compartiera mi felicidad.
Ahora,
de día,
el
viento lo agita todo bajo el sol.
Él
ha ido a ver la inundación, y llevo
un
cubo roto al gallinero,
lo
dejo en el suelo y me quedo mirando. Todo es un viento
que
revuelve las nubes y los bosques, que azota
mi
delantal y la ropa del tendedero.
¿Puedo
soportar que el viento me haga encarnar
la
alegría de mis actos, como un hilo ensartado
de
cuentas? ¿Podré dormir ahora
que
esta mañana perpetua comparte mi cama?
¿Conseguirá
secar la muerte
estos
nuevos lagos de dicha, impedir que nos arrodillemos
como
el ganado junto a sus generosas aguas?
en Poesía reunida, 2014
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