Observo los quioscos de flores y me alejo de los matrimonios que van para su casa con un paquetito de pasteles. Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres según las últimas estadísticas, eso escribió Dámaso Alonso, eso leyó Ignacio Rubio en clase, eso pienso yo ahora, rodeado de flores, de pasteles, de matrimonios, de buenas cosas y buena gente que hoy me parece insoportable. Mi profesor de Literatura no habla de política en clase. Se limita a leer poemas, contar novelas, resumir vidas de escritores y explicar que resulta imprescindible aprender a mirar. Yo miro, observo, escribo. Me he mirado hoy en el espejo, y no me resisto, señor Tolstoi. Salgo a la calle para indignarme con lo que veo. Buena gente insoportable, protagonistas de la gran indiferencia, del miro para otro lado porque no quiero ver, del no necesito saber esto o saber lo otro. La gran indiferencia de los que giran la cabeza o la levantan como si tuvieran un palo en el culo, contentos de conformarse con comprar pasteles los domingos por la mañana. No existen. Son muertos, más de un millón de muertos según las últimas estadísticas y el malhumor de una mala mañana.
Prefiero a la mala gente. La maldad del que manda tiene una explicación. La autoridad quiere conservar su poder, sus reglas, sus amenazas. El miedo trabaja a su servicio. Admiro al alcalde que no se olvida de que es alcalde y al hijo del alcalde que saca buenas notas porque es el hijo del alcalde, que se porta de manera cruel porque es el hijo del alcalde y que disfruta con la venganza porque conviene mantener viva la memoria del miedo y del escarmiento. Es lógico que el hijo del alcalde quiera pasárselo bien y no acepte ningún límite. Es lógico que un día de mal viento quiera robarle una oveja a Pedro el Pastor para matarla con sus amigos. Está acostumbrado a disparar contra las palomas del cura. ¿Qué más da una rana, una paloma o una oveja? Se torea a una oveja, se corre detrás de una oveja asustada, se sacrifica a una oveja, se prepara un guiso de carne de oveja. Si Pedro el Pastor te descubre y te pone en ridículo delante de los amigos, es más que lógico buscar venganza. Llamar al perro de Pedro el Pastor, acariciarlo, llevarlo cerca de un árbol, ponerle una soga en el cuello y ahorcarlo. El perro ahorcado es un aviso que tiembla en la rama de un olivo. El perro ya no muerde, su cadáver sí.
2014
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