No llega a ver el balcón, está dos calles más abajo, y el rojo le dice que debe pararse. Ahora hacia la izquierda, obedece el verde. La casa de Martina. El portal de casa de Martina. ¿Cuántos años tenía él, entonces? ¿Exactamente? No sabría decirlo, o sí, los años de conocer a Martina, de acercarse a Martina, de no pasar del portal pero de acompañarla un día y otro, y una noche ir a una discoteca con Martina y tres amigos de ella, y bailar solo una vez con ella, y decir algo, ya no recuerda qué, que lo estropeó todo, o que quizá él creyó que lo estropeaba. Ahora se aproxima a ese portal, lo había mirado varias veces, en estos años, siempre de paso porque lo tiene todo tan cerca y tan lejos, piensa, su vida es como un barrio, quizá como todas, aunque no, la vida de Codina no debe de ser un barrio, sino un descampado de caminos borrosos.
Empieza a refrescar un poco. No sabe si le apetece o no llegar hasta el portal. El semáforo rojo. ¿Espera o no espera? Ahora se va hacia el verde de la derecha. Si girara a la izquierda se alejaría demasiado de casa. Pasa frente a una iglesia, las iglesias están cerradas a estas horas. En un cartelito aparece un número de teléfono en caso de necesitar auxilios espirituales con urgencia. Auxilios. Urgencias. Nunca ha necesitado auxilios, siempre se ha valido por él mismo, ha hecho lo que ha sido capaz de hacer. Sentirse seguro, y por lo tanto tranquilo, ésta ha sido su norma. O acaso no es una norma, una decisión, sino un instinto, en cualquier caso no ha entendido jamás que tanta gente se arriesgue tan alegremente, convencidos de que siempre va a haber quien resolverá sus problemas. No puede darse un paso sin saber dónde pisas, no es un problema de miedo, es simplemente una cuestión de inteligencia. Ha pensado inteligencia y no le parece mal. En el trabajo lo respetan porque no comete imprudencias ni errores, y así ha ido progresando, porque la inteligencia también es disciplina, no fallar nunca, que te digan "esto lo dejamos en tus manos". Él no necesita auxilios, y no hay nada urgente si todo se hace a tiempo.
Deja atrás la iglesia. En este instante no sabría de qué confesarse. Ni tan sólo de cruzar el semáforo en rojo. Ahora seguirá el verde hacia la derecha, para volver a casa. Andar esta media hora le habrá sentado bien. Tras cenar en un restaurante siempre le cuesta un poco dormir, pero no quiere tomarse pastillas. Le han dicho que las hay que son inofensivas, si no se abusa de ellas, pero prefiere andar.
Vas respirando, mirando, pensando. Se conoce el barrio, son tantos años. Pasado el chaflán está el sex-shop. A estas horas estará cerrado, igual que la iglesia. No ha entrado nunca, en el sex-shop. Alguna vez había ido de putas, cuando era joven, pero eran otros tiempos, y también era otra cosa. La vida te hace cambiar, piensas que todo se ha ido complicando mucho, también el sexo. Pero que cada cual haga lo que quiera, lo del sex-shop debe de ser como lo de las pastillas para dormir, que te acostumbras. Como los que dicen que se saltan las barreras del metro para no pagar, o las motos que pasan en rojo.
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