En 1926, en un momento de considerable tensión
anglo-india, el misionero e intelectual británico Edward Thompson (padre de E.
P. Thompson, el gran historiador del movimiento de la clase obrera británica)
publicó La otra cara de la moneda, un
librito que trataba muy críticamente de la política colonial británica en la
India. Uno de los puntos que destacaba en su tratado, elocuentemente
antiimperialista, era que la documentación existente en inglés sobre la India
-incluso en fuentes tan autorizadas como la Historia
Oxford de la India- omitía el lado indio de las cosas; esto, según
Thompson, no hacía más que profundizar la irreconciliabilidad entre indios y
británicos y borraba cualquier esperanza de reconciliación y entendimiento
entre las dos partes. La mayoría de los historiadores británicos de la India,
por ejemplo, describían el famoso motín de 1857 como un ataque bárbaro y
terrorista contra mujeres y niños indefensos, convirtiendo así a los indios en
bárbaros salvajes contra los que la única respuesta posible era la fuerza.
Thompson señala que, para los indios, el motín fue un hecho más en su lucha
contra los británicos, provocada por generaciones de colonización dominante,
discriminación racista y salvaje represión imperial de la independencia india. No
obstante, lo insólito del libro de Thompson es que fue uno de los primeros en
darse cuenta de que cuando el poder político y militar se traduce a un idioma
que tergiversa a los débiles y los, oprimidos -como en las historias o en las
declaraciones oficiales-, algo tan relativamente inocuo como es el lenguaje
puede tener un efecto tremendamente dañino sobre el objeto de esa descripción.
"Nuestra tergiversación del carácter y la historia de la India es una de
las cosas que tanto han alienado a las clases educadas indias, que incluso sus
elementos más moderados se han negado, a apoyar las reformas [de la política
colonial]. Esas medidas han fracasado, debido a su resentimiento, cuando
merecían mejor suerte".
Cambien el contexto y la época de Thompson, sustituyan
"proceso de paz" por "reformas", palestinos y árabes por
indios e israelíes por británicos y tendrán un relato preciso del callejón sin
salida actual. Los actos deliberadamente sangrientos e indiscriminadamente violentos
como el motín de 1857 o los recientes atentados de Jerusalén y Tel Aviv son
indefendibles; sacrifican las vidas de israelíes y palestinos como hicieron con
las de indios y europeos; provocan más odio y sentimientos de venganza, y
producen inevitablemente salvajes represalias contra toda la población
Palestina. "Matad a los árabes" es un lema que se oía repetidamente
entre los israelíes corrientes, igual que "matad a los indios" era el
estribillo en 1857.
Las bombas que mataron a 60 civiles israelíes fueron un
acto moralmente repulsivo, dejando aparte el hecho de que fue estratégicamente
improductivo. La cínica manipulación de la religión es detestable: matar a
niños o pasajeros de autobús en nombre de Dios es un horror que debe ser
condenado incondicionalmente, tanto como se debería condenar a los líderes que
envían a jóvenes en misiones suicidas. Pero no ha habido nada más arrogante e
inflexible que la respuesta israelí y estadounidense, con sus estribillos
santurrones contra el terrorismo, Hamás y el integrismo islámico, y sus
igualmente odiosos himnos a la paz, el proceso de paz y la paz de los
valientes. Y por si fuera poco, el grotesco despliegue de mala fe y grosería,
por parte de Clinton y Peres, no hizo más que resaltar las contradicciones.
Aquí estaban Israel y Estados Unidos, cuyos historiales militares de
comportamiento colonial en el mundo de la posguerra no tienen parangón por su
violencia, envueltos en el manto del moralismo y la autofelicitación, incluso
cuando se permitió a figuras en declive como Boris Yeltsin, que lleva varios
años aterrorizando a los musulmanes chechenos, que se apropiaran de parte del
falso aura del acto.
El hecho es que el proceso de paz ha sido una ofensa al
espíritu palestino. Cada declaración de sus virtudes, cada halago sonoro, cada
desfile y cada acto de celebración ha recordado a los palestinos cómo se ha
ignorado, violado y tergiversado su historia como habitantes nativos de Palestina
que fueron expulsados deliberadamente de su propia tierra, su sociedad
destruida y la ocupación militar de Cisjordania y Gaza durante 29 años. El
terrorismo se nutre de la pobreza, la desesperación, la sensación de impotencia
y miseria total: es el signo del fracaso de la política.
Por otra parte, Israel se ha comportado con total
incomprensión y falta de magnanimidad. Ha mantenido una guerra abierta con el
mismo pueblo con el que ahora parece estar haciendo la paz; ha violado incluso
las cláusulas más insignificantes de los acuerdos de Oslo y ha mostrado su
abierto desprecio por la sociedad palestina y sus líderes, no sólo pretendiendo
que nunca existió presencia palestina en Palestina, sino continuando con su
intervención en la vida palestina, asesinando a sus líderes a voluntad,
utilizando su poderío militar para destruir hogares, cerrar escuelas, arrestar
y deportar a cualquiera que considere como una amenaza a su autoridad. Es,
simplemente, improcedente y no tiene precedente que la historia de Israel -desde
el hecho de que fue quien introdujo el terrorismo contra civiles en Oriente
Próximo, de que es un Estado construido gracias a la conquista, que ha invadido
los países circundantes, bombardeado y destruido a voluntad, hasta el hecho de
que actualmente ocupa territorios libaneses, sirios y palestinos en contra de
la ley internacional- no se cita jamás, nunca se ha visto sometido al examen de
la prensa norteamericana o de los discursos oficiales (especialmente de Clinton
y Christopher), nunca se ha señalado que desempeñe algún papel provocador del
mal llamado "terrorismo islámico".
Lo que hace que los acontecimientos de las últimas
semanas resulten aún más terribles es que Israel y Estados Unidos, utilizando
deliberadamente las armas de los medios de comunicación, la guerra psicológica
y la presión política, han encabezado también una campaña contra el islam (con
Irán como principal agente) como origen del terror y el
"fundamentalismo". Examinen los antecedentes.
Desde la caída de la Unión Soviética, EE. UU. ha
llevado a cabo una búsqueda activa y explícita de nuevos enemigos oficiales,
una búsqueda que ahora se ha centrado en el islam como oponente fabricado. Es
cierto que existen antiguas rivalidades entre Occidente y el islam, y ha habido
una gran cantidad de retórica en el mundo islámico -especialmente el árabe-
contra Occidente, más una colección impresionante de partidos, dirigentes y
tendencias ideológicas para quienes el Gran Satán es Estados Unidos como
personificación repulsiva de Occidente. Además, los recientes derramamientos de
sangre en Argelia, Sudán, Egipto, Siria, Irak y otros lugares en los que una de
las fuentes de conflicto es la manipulación brutalizante de la religión han
corrompido totalmente la vida civil del mundo árabe.
Pero todo esto hay que verlo conjuntamente con la larga
historia de intervención imperial occidental en el mundo islámico, el continuo
asalto a su cultura y a sus tradiciones como característica habitual de su
discurso académico y popular, y -quizá más importante- el franco desdén con que
se reciben los deseos y aspiraciones de los musulmanes, pero muy especialmente
de los árabes. Ahora hay fuerzas estadounidenses e israelíes en suelo árabe,
pero ninguna árabe o musulmana en Occidente; pocos árabes o musulmanes hay que
se sientan en Occidente otra cosa que odiados terroristas. El discurso oficial
israelí se ha aprovechado de todo esto. Durante los setenta, un elemento
esencial de la jerga diplomática israelí era que siempre había que identificar
a los palestinos como terroristas. Ahora, de la misma forma calculada y cínica,
tanto Israel como Estados Unidos identifican al islam fundamentalista -una
etiqueta que a veces se resume en la palabra islam- con la oposición al proceso
de paz, a los intereses occidentales, a la democracia y a la civilización
occidental.
No quiero que se entienda que estoy diciendo que todo
esto es una conspiración, aunque sí creo que hay una confabulación activa entre
Israel y Estados Unidos en términos de planificación, conceptualización, y
ahora, desde Sharm el Sheij, de grandiosa estrategia. Lo que ambos desean es
sumisión, un mundo islámico y árabe que se resigne simplemente (como ya han
hecho muchos de sus dirigentes) a los dictados de la pax americana-israelita. En mi opinión, sólo se pueden obedecer
dictados como éstos; no se puede mantener un diálogo con ellos dado que, desde
su premisa más básica, la grandiosa estrategia considera que musulmanes y
árabes son fundamentalmente delincuentes. Únicamente se espera que los
musulmanes sean "normales" cuando se alinean totalmente, hablan el
mismo lenguaje y adoptan las mismas medidas que Israel y Estados Unidos,
momento en el que, por supuesto, dejan de ser realmente árabes y musulmanes. Se
convierten simplemente en "fabricantes de paz". Qué pena que una idea
tan noble como la de paz se haya convertido en un embellecimiento corrupto del
poder enmascarado como reconciliación.
La evidencia de la existencia de esa grandiosa
estrategia es irresistible. En 1991, The Washington Post filtró la noticia de
la existencia de un estudio continuo por parte de los departamentos de defensa
y espionaje estadounidenses de la necesidad de encontrar un nuevo enemigo
común: el islam fue el candidato. Muchos de los autorizados diarios de política
exterior, semanarios y periódicos han celebrado simposios y publicado artículos
y estudios proclamando la amenaza del islam. También han pregonado esa amenaza
películas importantes y documentales televisivos. Judith Miller, entre otros,
es una de las cabecillas del esfuerzo periodístico; Bernard Lewis y sus
estudiantes, muchos de ellos israelíes, dirigen el denominado “esfuerzo
académico”. El famoso artículo de Samuel Huntington sobre el choque de las
civilizaciones planteó la muy debatida tesis de que ciertas civilizaciones son
incompatibles con Occidente, siendo el ejemplo principal la civilización
islámica (aliada a veces con la cultura confucionista, idea extremadamente
curiosa). Lo que no se ha captado del artículo de Huntington es que su título
procedía de Bernad Lewis y que la mayoría de sus páginas están dedicadas de
hecho al islam como enemigo occidental. Finalmente, el proyecto fundamentalista
de la Academia norteamericana de las Artes y las Ciencias ha convertido al
islam en el candidato favorito de ese estudio para el estatus de demonio; en
comparación, tanto el fundamentalismo judío como el cristiano, por no hablar
del eslavo o el hindú, reciben muy poca atención. Pero los medios de
comunicación igualan ahora islam con terror y fundamentalismo, así que, no
importa en qué parte del mundo estalle una bomba, los primeros sospechosos son
siempre musulmanes y/o árabes.
Lo que he descrito es sólo parte del fenómeno. No sólo
hay hojas informativas, clubes, constantes seminarios en los sitios más
inverosímiles dedicados exclusivamente a la política y las actividades
islámicas: la propia palabra islam ha adquirido la característica erizada de un
monstruo terrorífico e irracional. Todos los artículos que se publican sobre
Hamás, o el fundamentalismo islámico, o Irán, del que es imposible hablar
racionalmente en la actualidad, describen un mundo de puro despotismo, pura
rabia, pura violencia, que de alguna forma nos tiene a "nosotros"
como objetivo, un grupo de víctimas inocentes que vamos casualmente en autobús
o vamos a hacer alguna gestión inofensiva, desconectados de las décadas de
sufrimiento impuestas a un pueblo entero. Jamás hay una indicación de que
durante siglos haya habido, de una forma u otra, una violación occidental
dirigida contra las tierras y pueblos del islam. Los largos artículos de
expertos del momento crean la impresión de que Hamás florece gratuitamente o
debido a Irán por ninguna otra razón comprobable excepto la de atacar a los
judíos y a Occidente. Pocos de los que truenan contra el terrorismo mencionan
la ocupación o los ataques constantes contra los árabes y musulmanes.
Recientemente, el veterano periodista francés Eric
Rouleau apareció en un programa de debate nacional de televisión junto con el
anterior director de la CIA, James Wolsey, y Geofrey Kemp, un experto en
terrorismo. El moderador preguntó a Kemp y a Wolsey por la cumbre de Sharin el
Sheij, y ambos hablaron con gran efusividad y entusiasmo de su importancia;
Rouleau intentó por tres veces explicar el contexto que dio lugar a Hamás, pero
el moderador nunca le brindó la oportunidad de decir una sola palabra. Lo que
todos querían era una prueba de que "nosotros" nos oponíamos al
terrorismo islámico y nos sentíamos bien por ello. Lo que es más, nadie se
molestó en señalar que la batalla de Hamás con el proceso de paz se ha debido
desde siempre a principios nacionalistas, nunca islámicos. Por tanto, la tesis
de Huntington, que para mí es una declaración general de guerra contra todas
las civilizaciones no conformes con los valores occidentales, está entrando en
vigor.
Lo peor de todo esto es que la tesis
norteamericano-israelí corre el riesgo de convertir a los Gobiernos árabes en
colaboradores en contra de un número siempre creciente de su propio pueblo. No
estoy seguro de cuántos son conscientes de lo que está ocurriendo, pero sé que
está ocurriendo. A nivel popular, la estrategia amenaza con robarnos nuestra
memoria y nuestro pasado, de forma que nos veamos enfrentados con la elección
de entrar en el redil norteamericano, que humanamente ofrece muy poco (el
comprometido proceso de paz es un excelente ejemplo de recompensa), o seguir
fuera, desprovistos de todo excepto de la identidad terrorista fundamentalista
y sujetos, por tanto, a intimidación, boicoteo e incluso, quizá, exterminio. En
mi opinión, eso es lo que hace que los esfuerzos de los grupos como Hamás sean
inútiles, ya que no ofrecen resistencia real al plan total que he estado
describiendo, aunque sí causan el castigo colectivo que pone en peligro los
intereses de la mayoría del pueblo.
La paz y el diálogo sólo pueden tener lugar entre
iguales. La situación general del mundo árabe no ha sido nunca tan débil y
mediocre: no tenemos instituciones, ni ciencia, ni coordinación, ni contra-estrategia.
La mayoría la gente es indiferente o pesimista. El aumento de la militancia
islámica es síntoma de lo deplorable que son las cosas. Pero no hay atajo ni
arreglo fácil para nuestra situación actual. Les corresponde nuevamente a
intelectuales y hombres y mujeres de conciencia hablar racionalmente de lo que
tenemos realmente ante nosotros como pueblo. Debemos evitar las fórmulas
fáciles y los despliegues engañosos como la reciente cumbre que nos convierte a
todos en hipócritas. Análisis, dedicación y una visión decente y factible, eso
es lo que necesitamos para elevarnos a una posición en la que podamos
comprometernos verdaderamente en el diálogo, en la que podamos demostrar
realmente a los que hablan por Occidente e Israel que no podemos tolerar
nuestro actual estatus ni de furiosos terroristas religiosos ni de sumisos
pieles rojas.
en Al-Ahram Weekly, 21 de marzo de 1996
También publicado
en Al-Hayal (21 de marzo de 1996), Dagens Nyheler (13 de
abril de 1996) y The Progressive (mayo de 1996)
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