lunes, marzo 17, 2014

“La campaña contra el 'terrorismo islámico' ”, de Edward Said









En 1926, en un momento de considerable tensión anglo-india, el misionero e intelectual británico Edward Thompson (padre de E. P. Thompson, el gran historiador del movimiento de la clase obrera británica) publicó La otra cara de la moneda, un librito que trataba muy críticamente de la política colonial británica en la India. Uno de los puntos que destacaba en su tratado, elocuentemente antiimperialista, era que la documentación existente en inglés sobre la India -incluso en fuentes tan autorizadas como la Historia Oxford de la India- omitía el lado indio de las cosas; esto, según Thompson, no hacía más que profundizar la irreconciliabilidad entre indios y británicos y borraba cualquier esperanza de reconciliación y entendimiento entre las dos partes. La mayoría de los historiadores británicos de la India, por ejemplo, describían el famoso motín de 1857 como un ataque bárbaro y terrorista contra mujeres y niños indefensos, convirtiendo así a los indios en bárbaros salvajes contra los que la única respuesta posible era la fuerza. Thompson señala que, para los indios, el motín fue un hecho más en su lucha contra los británicos, provocada por generaciones de colonización dominante, discriminación racista y salvaje represión imperial de la independencia india. No obstante, lo insólito del libro de Thompson es que fue uno de los primeros en darse cuenta de que cuando el poder político y militar se traduce a un idioma que tergiversa a los débiles y los, oprimidos -como en las historias o en las declaraciones oficiales-, algo tan relativamente inocuo como es el lenguaje puede tener un efecto tremendamente dañino sobre el objeto de esa descripción. "Nuestra tergiversación del carácter y la historia de la India es una de las cosas que tanto han alienado a las clases educadas indias, que incluso sus elementos más moderados se han negado, a apoyar las reformas [de la política colonial]. Esas medidas han fracasado, debido a su resentimiento, cuando merecían mejor suerte".

Cambien el contexto y la época de Thompson, sustituyan "proceso de paz" por "reformas", palestinos y árabes por indios e israelíes por británicos y tendrán un relato preciso del callejón sin salida actual. Los actos deliberadamente sangrientos e indiscriminadamente violentos como el motín de 1857 o los recientes atentados de Jerusalén y Tel Aviv son indefendibles; sacrifican las vidas de israelíes y palestinos como hicieron con las de indios y europeos; provocan más odio y sentimientos de venganza, y producen inevitablemente salvajes represalias contra toda la población Palestina. "Matad a los árabes" es un lema que se oía repetidamente entre los israelíes corrientes, igual que "matad a los indios" era el estribillo en 1857.

Las bombas que mataron a 60 civiles israelíes fueron un acto moralmente repulsivo, dejando aparte el hecho de que fue estratégicamente improductivo. La cínica manipulación de la religión es detestable: matar a niños o pasajeros de autobús en nombre de Dios es un horror que debe ser condenado incondicionalmente, tanto como se debería condenar a los líderes que envían a jóvenes en misiones suicidas. Pero no ha habido nada más arrogante e inflexible que la respuesta israelí y estadounidense, con sus estribillos santurrones contra el terrorismo, Hamás y el integrismo islámico, y sus igualmente odiosos himnos a la paz, el proceso de paz y la paz de los valientes. Y por si fuera poco, el grotesco despliegue de mala fe y grosería, por parte de Clinton y Peres, no hizo más que resaltar las contradicciones. Aquí estaban Israel y Estados Unidos, cuyos historiales militares de comportamiento colonial en el mundo de la posguerra no tienen parangón por su violencia, envueltos en el manto del moralismo y la autofelicitación, incluso cuando se permitió a figuras en declive como Boris Yeltsin, que lleva varios años aterrorizando a los musulmanes chechenos, que se apropiaran de parte del falso aura del acto.

El hecho es que el proceso de paz ha sido una ofensa al espíritu palestino. Cada declaración de sus virtudes, cada halago sonoro, cada desfile y cada acto de celebración ha recordado a los palestinos cómo se ha ignorado, violado y tergiversado su historia como habitantes nativos de Palestina que fueron expulsados deliberadamente de su propia tierra, su sociedad destruida y la ocupación militar de Cisjordania y Gaza durante 29 años. El terrorismo se nutre de la pobreza, la desesperación, la sensación de impotencia y miseria total: es el signo del fracaso de la política.

Por otra parte, Israel se ha comportado con total incomprensión y falta de magnanimidad. Ha mantenido una guerra abierta con el mismo pueblo con el que ahora parece estar haciendo la paz; ha violado incluso las cláusulas más insignificantes de los acuerdos de Oslo y ha mostrado su abierto desprecio por la sociedad palestina y sus líderes, no sólo pretendiendo que nunca existió presencia palestina en Palestina, sino continuando con su intervención en la vida palestina, asesinando a sus líderes a voluntad, utilizando su poderío militar para destruir hogares, cerrar escuelas, arrestar y deportar a cualquiera que considere como una amenaza a su autoridad. Es, simplemente, improcedente y no tiene precedente que la historia de Israel -desde el hecho de que fue quien introdujo el terrorismo contra civiles en Oriente Próximo, de que es un Estado construido gracias a la conquista, que ha invadido los países circundantes, bombardeado y destruido a voluntad, hasta el hecho de que actualmente ocupa territorios libaneses, sirios y palestinos en contra de la ley internacional- no se cita jamás, nunca se ha visto sometido al examen de la prensa norteamericana o de los discursos oficiales (especialmente de Clinton y Christopher), nunca se ha señalado que desempeñe algún papel provocador del mal llamado "terrorismo islámico".

Lo que hace que los acontecimientos de las últimas semanas resulten aún más terribles es que Israel y Estados Unidos, utilizando deliberadamente las armas de los medios de comunicación, la guerra psicológica y la presión política, han encabezado también una campaña contra el islam (con Irán como principal agente) como origen del terror y el "fundamentalismo". Examinen los antecedentes.

Desde la caída de la Unión Soviética, EE. UU. ha llevado a cabo una búsqueda activa y explícita de nuevos enemigos oficiales, una búsqueda que ahora se ha centrado en el islam como oponente fabricado. Es cierto que existen antiguas rivalidades entre Occidente y el islam, y ha habido una gran cantidad de retórica en el mundo islámico -especialmente el árabe- contra Occidente, más una colección impresionante de partidos, dirigentes y tendencias ideológicas para quienes el Gran Satán es Estados Unidos como personificación repulsiva de Occidente. Además, los recientes derramamientos de sangre en Argelia, Sudán, Egipto, Siria, Irak y otros lugares en los que una de las fuentes de conflicto es la manipulación brutalizante de la religión han corrompido totalmente la vida civil del mundo árabe.

Pero todo esto hay que verlo conjuntamente con la larga historia de intervención imperial occidental en el mundo islámico, el continuo asalto a su cultura y a sus tradiciones como característica habitual de su discurso académico y popular, y -quizá más importante- el franco desdén con que se reciben los deseos y aspiraciones de los musulmanes, pero muy especialmente de los árabes. Ahora hay fuerzas estadounidenses e israelíes en suelo árabe, pero ninguna árabe o musulmana en Occidente; pocos árabes o musulmanes hay que se sientan en Occidente otra cosa que odiados terroristas. El discurso oficial israelí se ha aprovechado de todo esto. Durante los setenta, un elemento esencial de la jerga diplomática israelí era que siempre había que identificar a los palestinos como terroristas. Ahora, de la misma forma calculada y cínica, tanto Israel como Estados Unidos identifican al islam fundamentalista -una etiqueta que a veces se resume en la palabra islam- con la oposición al proceso de paz, a los intereses occidentales, a la democracia y a la civilización occidental.

No quiero que se entienda que estoy diciendo que todo esto es una conspiración, aunque sí creo que hay una confabulación activa entre Israel y Estados Unidos en términos de planificación, conceptualización, y ahora, desde Sharm el Sheij, de grandiosa estrategia. Lo que ambos desean es sumisión, un mundo islámico y árabe que se resigne simplemente (como ya han hecho muchos de sus dirigentes) a los dictados de la pax americana-israelita. En mi opinión, sólo se pueden obedecer dictados como éstos; no se puede mantener un diálogo con ellos dado que, desde su premisa más básica, la grandiosa estrategia considera que musulmanes y árabes son fundamentalmente delincuentes. Únicamente se espera que los musulmanes sean "normales" cuando se alinean totalmente, hablan el mismo lenguaje y adoptan las mismas medidas que Israel y Estados Unidos, momento en el que, por supuesto, dejan de ser realmente árabes y musulmanes. Se convierten simplemente en "fabricantes de paz". Qué pena que una idea tan noble como la de paz se haya convertido en un embellecimiento corrupto del poder enmascarado como reconciliación.

La evidencia de la existencia de esa grandiosa estrategia es irresistible. En 1991, The Washington Post filtró la noticia de la existencia de un estudio continuo por parte de los departamentos de defensa y espionaje estadounidenses de la necesidad de encontrar un nuevo enemigo común: el islam fue el candidato. Muchos de los autorizados diarios de política exterior, semanarios y periódicos han celebrado simposios y publicado artículos y estudios proclamando la amenaza del islam. También han pregonado esa amenaza películas importantes y documentales televisivos. Judith Miller, entre otros, es una de las cabecillas del esfuerzo periodístico; Bernard Lewis y sus estudiantes, muchos de ellos israelíes, dirigen el denominado “esfuerzo académico”. El famoso artículo de Samuel Huntington sobre el choque de las civilizaciones planteó la muy debatida tesis de que ciertas civilizaciones son incompatibles con Occidente, siendo el ejemplo principal la civilización islámica (aliada a veces con la cultura confucionista, idea extremadamente curiosa). Lo que no se ha captado del artículo de Huntington es que su título procedía de Bernad Lewis y que la mayoría de sus páginas están dedicadas de hecho al islam como enemigo occidental. Finalmente, el proyecto fundamentalista de la Academia norteamericana de las Artes y las Ciencias ha convertido al islam en el candidato favorito de ese estudio para el estatus de demonio; en comparación, tanto el fundamentalismo judío como el cristiano, por no hablar del eslavo o el hindú, reciben muy poca atención. Pero los medios de comunicación igualan ahora islam con terror y fundamentalismo, así que, no importa en qué parte del mundo estalle una bomba, los primeros sospechosos son siempre musulmanes y/o árabes.

Lo que he descrito es sólo parte del fenómeno. No sólo hay hojas informativas, clubes, constantes seminarios en los sitios más inverosímiles dedicados exclusivamente a la política y las actividades islámicas: la propia palabra islam ha adquirido la característica erizada de un monstruo terrorífico e irracional. Todos los artículos que se publican sobre Hamás, o el fundamentalismo islámico, o Irán, del que es imposible hablar racionalmente en la actualidad, describen un mundo de puro despotismo, pura rabia, pura violencia, que de alguna forma nos tiene a "nosotros" como objetivo, un grupo de víctimas inocentes que vamos casualmente en autobús o vamos a hacer alguna gestión inofensiva, desconectados de las décadas de sufrimiento impuestas a un pueblo entero. Jamás hay una indicación de que durante siglos haya habido, de una forma u otra, una violación occidental dirigida contra las tierras y pueblos del islam. Los largos artículos de expertos del momento crean la impresión de que Hamás florece gratuitamente o debido a Irán por ninguna otra razón comprobable excepto la de atacar a los judíos y a Occidente. Pocos de los que truenan contra el terrorismo mencionan la ocupación o los ataques constantes contra los árabes y musulmanes.

Recientemente, el veterano periodista francés Eric Rouleau apareció en un programa de debate nacional de televisión junto con el anterior director de la CIA, James Wolsey, y Geofrey Kemp, un experto en terrorismo. El moderador preguntó a Kemp y a Wolsey por la cumbre de Sharin el Sheij, y ambos hablaron con gran efusividad y entusiasmo de su importancia; Rouleau intentó por tres veces explicar el contexto que dio lugar a Hamás, pero el moderador nunca le brindó la oportunidad de decir una sola palabra. Lo que todos querían era una prueba de que "nosotros" nos oponíamos al terrorismo islámico y nos sentíamos bien por ello. Lo que es más, nadie se molestó en señalar que la batalla de Hamás con el proceso de paz se ha debido desde siempre a principios nacionalistas, nunca islámicos. Por tanto, la tesis de Huntington, que para mí es una declaración general de guerra contra todas las civilizaciones no conformes con los valores occidentales, está entrando en vigor.

Lo peor de todo esto es que la tesis norteamericano-israelí corre el riesgo de convertir a los Gobiernos árabes en colaboradores en contra de un número siempre creciente de su propio pueblo. No estoy seguro de cuántos son conscientes de lo que está ocurriendo, pero sé que está ocurriendo. A nivel popular, la estrategia amenaza con robarnos nuestra memoria y nuestro pasado, de forma que nos veamos enfrentados con la elección de entrar en el redil norteamericano, que humanamente ofrece muy poco (el comprometido proceso de paz es un excelente ejemplo de recompensa), o seguir fuera, desprovistos de todo excepto de la identidad terrorista fundamentalista y sujetos, por tanto, a intimidación, boicoteo e incluso, quizá, exterminio. En mi opinión, eso es lo que hace que los esfuerzos de los grupos como Hamás sean inútiles, ya que no ofrecen resistencia real al plan total que he estado describiendo, aunque sí causan el castigo colectivo que pone en peligro los intereses de la mayoría del pueblo.

La paz y el diálogo sólo pueden tener lugar entre iguales. La situación general del mundo árabe no ha sido nunca tan débil y mediocre: no tenemos instituciones, ni ciencia, ni coordinación, ni contra-estrategia. La mayoría la gente es indiferente o pesimista. El aumento de la militancia islámica es síntoma de lo deplorable que son las cosas. Pero no hay atajo ni arreglo fácil para nuestra situación actual. Les corresponde nuevamente a intelectuales y hombres y mujeres de conciencia hablar racionalmente de lo que tenemos realmente ante nosotros como pueblo. Debemos evitar las fórmulas fáciles y los despliegues engañosos como la reciente cumbre que nos convierte a todos en hipócritas. Análisis, dedicación y una visión decente y factible, eso es lo que necesitamos para elevarnos a una posición en la que podamos comprometernos verdaderamente en el diálogo, en la que podamos demostrar realmente a los que hablan por Occidente e Israel que no podemos tolerar nuestro actual estatus ni de furiosos terroristas religiosos ni de sumisos pieles rojas.


en Al-Ahram Weekly, 21 de marzo de 1996



También publicado en Al-Hayal (21 de marzo de 1996), Dagens Nyheler (13 de

abril de 1996) y The Progressive (mayo de 1996)
















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