Jamás barco alguno llegará del mar libre a detenerse en
la desierta caleta.
Jamás las olas arrojarán sobre la arena restos de
distantes naufragios.
Todo lo llevan, hacia remotos confines, lejanas i
poderosas corrientes.
En la costa roqueña i salvaje no hay un indicio que
revele la vida del hombre sobre el agua infinita i amarga.
Mar solitario, agitado i misterioso, nada aguardo de ti
i cada día hacia ti me dirijo.
Veo tus olas, i tus olas vienen i vienen sin descanso.
Broncas se desploman i atruenan el aire i estremecen la
roca en que me poso como una ave de tempestad.
Veo tus olas, i tus olas vienen i vienen sin descanso.
Mis ojos que te observan, monstruo inquieto, las
adivinan, las presienten bajo la tela del agua, en la palpitación que se
insinúa, que se hincha, crece i se levanta, que va a tomar una forma i a dar
nacimiento a algo que aguardamos.
¡No sólo será Venus la nacida de las aguas! Aun quedan
olas i olas incontables.
Allí comienzan, allí asoman otras i otras, mis ojos se
turban ante su número: pero mi esperanza no se pierde i confía.
en Los pájaros errantes, 1915
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