Consideremos
dónde están los grandes hombres
que
obsesionarán al niño cuando pueda leer:
Joyce
da clase en Trieste en una escuela Berlitz,
aprende
a pronunciar los retruécanos en Finnegan's
Wake—
Eliot
trabaja en un banco, y allí aprende
las
ganancias y las pérdidas,
la muerte
de las ciudades—
Pound
le grita, encuentra lo que los exilados
encuentran,
la cultura
en caos a todo lo largo del tiempo,
como
una exposición de Picasso.
Rilke
padece
del
silencio y de la soledad la inaudible música
de
castillos vacíos que grandes caballeros han dejado
(como
Beethoven, desmontando en el recuerdo
los
bosques inefables de los últimos cuartetos)—
Trotzky
en el destierro, también, camina en Londres
con
Lenin, le oye decir la verdad a medias del destierro:
“Mira:
allí esta su Westminster”, como si
los
rasgos del padre fueran toda el alma del hijo—
Yeats
también, como Rilke, en viejas propiedades
señoriales,
busca
lo permanente entre la pérdida,
diaria
y desesperada, del amor, de los amigos,
de
cada pensamiento con que empezó su época–
Kafka
en Praga trabaja en una oficina, aprende
cómo
la vida burocrática,
como Dios
tan lejos,
una
teología, de dependientes—
Perse
está en Asia de diplomático,
encontrando
la violenta energía con la cual
la
civilización se crea a sí misma y se mueve—
Pero
con estas imágenes él no ve sin embargo
la
apatía moral después del tratado de Munich,
el
silencio antinatural en la Línea Maginot,
no
prevé sin embargo la caída de Francia—
Mann
también, en Davos-Platz, halla en los enfermos
el
triunfo del artista y del intelecto—
En
toda Europa estos desterrados encuentran en el arte
lo
que es el destierro: el arte mismo se vuelve exilio,
un
secreto y una clave estudiada en secreto,
expresando
la agonía de la vida este niño aprenderá de la
vida moderna; por estos grandes hombres,
participará
en su soledad,
y
tal vez al fin, una noche
como
esta, volverá al punto de partida, su nombre
revelándolo
como tal, entre los suyos.
en Shenandoah, 1941
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