miércoles, diciembre 04, 2013

"La fiesta eterna", de Leonardo Sanhueza






“La verdadera vida está ausente” es una de esas frases de Rimbaud que desconciertan por la claridad con que dicen algo que nunca acabamos de entender. Creo que fue Jean-Luc Godard quien trató de explicarla transformándola en “La vida está en otra parte”, pero incluso esa versión fácil es difícil. Una parte de la frase se prolonga hacia las ramificaciones de lo que no dice, irradiándose en un sinfín de sentidos. El lugar de la vida verdadera queda en suspenso, tendido en la metafísica o, en el extremo opuesto, en un vitalismo exacerbado y convencido de que la literatura es una antinomia de la realidad. ¿O dice Rimbaud que la vida, la verdadera vida, se ha ausentado de sí misma, de modo que no puede estar en este mundo ni en ningún otro, porque está ausente siempre, lejos de sí?

Pienso en eso mientras veo una foto de Sergio Larraín, una de la serie del bar Los Siete Espejos, tomada en Valparaíso hace ya muchos años, tantos que los espacios de la memoria se confunden con los de la imaginación. Es una foto que pone en tensión la frase de Rimbaud, torciéndola mediante una puesta en abismo. Una mujer borrosa, de espaldas, como un segundo espectador, mira un par de botellas y un vaso medio lleno sobre una mesa sin comensales. La mesa está apoyada contra una pared. En la pared cuelgan un cuadro y un gran espejo. La vida está ausente. Pero en el espejo hay otra mujer, sentada, rodillas juntas, mientras un hombre de pie le toma la mano, quiere sacarla a bailar. Y detrás de ella hay otro espejo, que refleja su espalda, la mesa sin comensales y el primer espejo, que a su vez refleja todo lo anterior, operación que se repite mil veces, un millón de veces, hasta que la vida se ausenta definitivamente, en el final de un túnel ciego que nadie puede ver, ni el fotógrafo, ni el espectador, ni la primera mujer, ni la segunda, ni el hombre que al parecer sólo quiere bailar.

La vida está ausente, pero no su reflejo. Con eso Larraín nos lleva a un punto de retorno, ya que los espejos son una parte de la vida verdadera, que se ha ausentado y que ha quedado cautiva en su representación. Los espejos no sólo son la realidad, también quieren atraparla y multiplicarla hasta el vértigo. Quieren enloquecerla.

Los grandes espejos eran el pequeño lujo de ese bar porteño y popular. El decorado pretendía dignificar la noche bohemia y prostibularia mediante un juego de ilusiones. El espejo es un óleo instantáneo y, gracias a él, la sordidez se esfuma, la Cenicienta se vuelve princesa. Pero toda esa delicada fantasía, la fiesta maravillosa, el paraíso artificial, no es un engaño ni un trompe-l’oeil, como tampoco un disfraz, sino la realidad misma sublimada con ternura a partir de sus detalles: la realidad descubierta, revelada en su más deslumbrante elegancia.

El genio de Sergio Larraín, como el de Raúl Ruiz en sus películas chilenas, supo producir esa revelación, el hallazgo de la realidad evidente que, sin embargo, pasa inadvertida, oculta acaso por su banalidad. El fotógrafo se adelanta a la memoria, construyendo un recuerdo anticipado. Todo lo que tienen de documental, de testimonio fotográfico, queda teñido por ese aire de ficción propio de los recuerdos, que es el mismo aire de los sueños. Imagen borgeana, el caleidoscopio del bar ha enriquecido la pobreza, la ha llevado a una explosión de asombro.

Allí siguen sonando una y otra vez el mambo de Pérez Prado y los bailables de la Orquesta Huambaly en el espacio sordo de los espejos. Allí no pasa el tiempo, aún son los años sesenta, nadie imagina que La Moneda será bombardeada. Las prostitutas y los marinos y las chicas de la noche y los oficinistas bohemios están en su festín ausente y sin fin. Son los testigos de un país muerto: fantasmas que quedaron para siempre aprisionados en el juego infinito de los espejos, donde se eternizan en su juventud, en su precioso instante de felicidad nocturna, sin saber que pronto la realidad y la historia iban a romper con violencia y horror ese hechizo, apenas se terminara esa noche vibrante y comenzara la verdadera, negra y sangrienta noche de Chile.







en Onda corta, 4 de diciembre, 2013














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