Pues
bien, el último día aparecieron los tiburones.
Aparecen
unas aletas negras, inocentes
como
para precavernos. El mar se vuelve
siniestro,
¿están en todas partes?
Créeme,
dejan una estela de seis pies.
¿No
es este el mismo mar, y ya no jugaremos
en
él como antes?
Me
gustaba claro y no
demasiado
tranquilo, con suficientes olas
para
levantarme. Por primera vez
me
había atrevido a nadar en lo hondo.
Vinieron
al atardecer, la hora
del
mar calmo con un brillo de cobre,
aún
no muy oscuro para que hubiera luna, aún
bastante
claro para verlos fácilmente. Negra
la
afilada punta de las aletas.
en Antología de la poesía norteamericana,
2007
1 comentario:
¡Cuanta poesía tan maravillosa ronda por aquí!
Agradezco enormemente tu labor, poetas que de otra manera jamás habrían de llegar a nuestras sedientas pupilas.
Un abrazo desde México.
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