El sol es un pecado de juventud
dijo la sombra que se paseaba
por el naranjo visto a través del agua.
Es hora de asestar los cuchillos del calor
de defenderse con un escudo azul como
este cielo de agónica canícula
reventada en el cénit.
El sol no perdona a las piedras
no conversa con las estatuas
ni se sienta a beber en los atrios.
El sol rodea el ocre
de este bosque de espejos sangrientos
con el amor de su ojo sin párpado
que reparte las agujas de sus besos.
El sol me pone de un lírico sudor insoportable
mordida de un corazón adicto
y silencioso como el pájaro en su vuelo.
Pero yo quiero ahora estar mudo
ante la efusión lírica de este momento.
Una paloma llegó al atrio.
Tiene una pata deforme
y cojea entre las lozas
como el mendigo que
pide unas monedas
en la escalinata
que lo conduce a la eternidad.
Paloma y Mendigo es el nombre
de esta iglesia donde el viejo
de mármol mira hacia la puerta
que lo conduce al infierno
con cadenas iluminadas
con monedas
con su barba como impronta.
Viejo musculoso y sabio,
puede tomar al mendigo en sus brazos
y llevárselo con la paloma coja
en su hombro.
Llego a ver el espectáculo, pero es muy tarde:
la iglesia ha cerrado. La
efusión lírica
sólo alcanza para una foto.
No hay tiempo para las tumbas
pero sí para las lápidas:
Aquí yace tal y tal
murió de esto
o destotro,
vivió entre tales y tales años
querido esposo, padre y abuelo
tomó agua, bebió sol,
se meó en la cama
hasta la vejez.
Sus últimas palabras fueron:
“Ah, ese bastardo”.
La locuacidad del agua
me conmueve hasta las lágrimas.
En la catástrofe empírica,
la desdicha bajo el puente
entre las flores y las ratas.
Nada que hacer, salvo contemplar
el discurrir de la espuma
y las gaviotas, esas piedras volantes
que mastican el cielo y lo deshacen
en graznidos.
Las gaviotas echan de menos a los cuervos
mientras el agua y los puentes
piensan que para ellos no hay
orillas sino pura soledad embancada
en la zozobra.
Roma / Madison, julio 2011
Fotografía de Juan Carlos Villavicencio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario