Hemos llegado sin saberlo a viejos
Las hermosas mujeres de treinta años
se nos van de las manos, nos conceden
el abrazo y el beso y el oleaje
se retracta, alejando esos ramos marinos
de ojos verdes y azules, que espuman otra orilla
de la rompiente a la que ya no llegamos
Vienen en lugar suyo las sirenas
arrastrándose a hacernos compañía
cuando es la bajamar y derriten la cera
de los oídos en un bar nocturno
y desamarran del palo mayor
a Ulises el anciano
que, cansado de haberlos oído solamente,
por fin cede al deseo de ahogarse entre ellas.
en Porque escribí, 1995
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