11 de octubre de
1925 – 20 de agosto de 2013
Treinta
Rescataron los
cadáveres de Cundo y de Tico y los trasladaron a distintas salas de la
funeraria LoCicero e Hijos, en Santa Monica. Jimmy Ríos declaró como testigo
ocular en el juicio por el asesinato de Cundo: Dawn Navarro lo mató una noche,
de un disparo, mientras Jack Foley estaba en casa de una amiga en Beverly
Hills, una actriz famosa, que confirmó que era cierto, que Jack Foley la estaba
ayudando a aceptar la muerte de su marido.
—Si Jack hubiese
estado allí —dijo Jimmy a la policía—, Cundo, que era como un padre para mí,
seguiría vivo.
Concluyeron que
Tico Sandoval perdió la vida al caer de la azotea, mientras tomaba las medidas
para la fiesta de bienvenida de Cundo.
Dawn Navarro, que
había escondido los cadáveres en el congelador, era la principal sospechosa de
la muerte de Cundo Rey. La pistola que se usó para matarlo se encontró en el
canal, delante de su casa.
Sierra Sandoval
acudió a llorar a su hijo. Lo vio en el féretro, con su pañuelo violeta al
cuello, a modo de corbata. Se quedó una hora en la funeraria, viendo desfilar a
los chicos de la hermandad por delante del ataúd y pensando cuál de ellos había
estado jugando con su hijo en la azotea.
Mike Nesi apareció
con el brazo izquierdo escayolado y el derecho en cabestrillo, sujeto al
cuerpo, con la mano asomando entre los botones de la camisa.
—Me debes
novecientos por el hospital, y el mequetrefe cubano me debía doscientos —le
dijo a Foley.
Foley y Zorro lo
sacaron de la funeraria.
En Los Angeles
Times apareció una foto de Foley con Jimmy Ríos, para ilustrar el artículo
sobre los cadáveres hallados en el congelador. Foley se preguntó si Karen Siseo
habría visto la foto y tal vez pensara llamarlo. Dependía exclusivamente de
ella: él no estaba dispuesto a dar ningún paso en esa dirección.
Cuando Lou Adams y
Ron Deneweth pasaron por la funeraria, Lou se quedó mirando a Cundo, como si
esperara que fuese a abrir los ojos, a despegar los labios para decirle que
Foley estaba implicado en su muerte. Lou lo tiraría al suelo allí mismo, lo
esposaría y tendría el final de su libro. Esperó un rato, pero Cundo se negó
incluso a parpadear.
Por fin se acercó a
Foley y le dijo:
—Vuelvo a Miami y
te dejo en paz. Sé que volverás a robar un banco, porque está en tu naturaleza.
Adelante. Me importa un carajo lo que hagas.
—¿Ya tienes el
final de tu libro?
—Todavía no. No
puedo esperarte. Tendré que pensar algo.
—¿Qué te parece
esto? —propuso Foley—: Me has sometido a una presión tan insoportable que he
dejado de robar bancos para siempre.
Lou bizqueó
mientras Foley añadía:
—Nunca dudes del
poder de la oración. Le pedí a Dios que me alejara de los bancos. Le pedí que
me ayudara a ganarme la vida con un trabajo honrado, y al día siguiente Jimmy
me ofreció una de sus casas. Puedo elegir entre la blanca, que está llena de
fotos de Dawn y tiene un retrato suyo desnuda, o la rosa.
—¿Te ha regalado
una casa que cuesta un millón de dólares?
—Se siente en deuda
conmigo, por protegerlo. Me dijo: «Jack, te adoro, tío. Me has salvado de esa
bruja que quería quedarse con mis casas y matarme. ¿Cuál de las dos quieres?».
Me he quedado con la rosa, que vale cuatro millones y medio. No tenía elección.
Es mi favorita.
—¿Dices que la
presión a la que te he sometido te ha alejado de una vida delictiva? —dijo
Lou—. No es un mal final.
Cada media hora
Jimmy volvía a poner el disco «Alto como la luna», el favorito de Cundo Rey,
una melodía lenta y cálida.
Algunas mujeres se
arrodillaban junto al féretro de Cundo y se quedaban un rato mirándolo. Se
santiguaban, se besaban las puntas de los dedos, en algunos casos, y rozaban
con ellos los labios del difunto, completamente sellados. Pasaron muchas más
mujeres de las que Foley se imaginaba que Cundo hubiese llegado a conocer. Y
entre todas ellas, Foley buscaba a una chica con el pelo teñido y gafas negras.
en Perros callejeros, 2011
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