LA LUCHA
La cuestión no está en superar las resistencias en general, sino en superar aquéllas frente a las cuales hemos de recurrir a toda nuestra fuerza, a toda nuestra agilidad y a toda nuestra maestría en el dominio de las armas; en vencer a adversarios que sean iguales a nosotros.
La primera condición requerida para un duelo honrado es la igualdad con el enemigo.
No podemos luchar contra los que despreciamos; no debemos luchar con quién está a nuestras órdenes, con quien sabemos que se halla por debajo de nosotros.
Mi práctica guerrera se reduce a cuatro principios:
Primero, sólo ataco lo que ya cuenta con alguna victoria, y a veces, espero que la consiga.
Segundo, sólo ataco cuando me encuentro sin aliados, cuando estoy solo, cuando soy yo el único que se compromete.
Tercero, no ataco nunca a personas; me sirvo sólo de la persona como una poderosa lente de aumento con la que se puede ver una situación general de peligro, que se halla oculta y es difícil de captar.
Cuarto, sólo ataco aquello de lo que está excluida toda disputa personal, toda idea oculta de experiencias dolorosas.
Para mí, atacar constituye una manifestación de benevolencia y, a veces, de agradecimiento.
Honro y distingo una cosa o a una persona, al vincularlas con mi nombre. El hecho de que esté a su favor o en su contra, para mí es algo indiferente.
Muy pocos son independientes; éste es un privilegio de los fuertes. Y quién, sin necesidad, trata de serlo, aunque tenga todo el derecho a ello, demuestra no sólo que es fuerte, sino sumamente temerario.
LO BUENO Y LO MALO
El phatos de la nobleza y de la distancia, el duradero y dominante sentido global y radical de una especie superior dominadora en su relación con una especie inferior, con un “abajo”: éste es el origen de la antítesis “bueno” y “malo”.
El derecho del señor a dar nombres, llega tan lejos que deberíamos permitirnos concebir también el origen del lenguaje como una exteriorización de poder de los que dominan: dicen “esto es esto y aquello”, imprimen a cada cosa y a cada acontecimiento el sello de un sonido y con esto se lo apropian, por así decirlo. A este origen se debe el que, de antemano, la palabra “bueno” no esté en modo alguno ligada necesariamente con acciones “no egoístas”, como creen supersticiosamente aquellos genealogistas de la moral.
…
“Bueno” es, según esta teoría, lo que desde siempre ha demostrado ser útil: por lo cual le es lícito presentarse como “sumamente valioso”, como “valioso en sí”. También esta vía de explicación es falsa, pero al menos la explicación misma es en sí razonable y resulta psicológicamente sostenible.
La rebelión de los esclavos en la moral comienza cuando el resentimiento mismo se vuelve creador y engendra valores: el resentimiento de aquellos seres a quienes les está vedada la auténtica reacción, la reacción de la acción, y que se desquitan únicamente con una venganza imaginaria.
Toda moral noble nace de un triunfante sí dicho a sí mismo, la moral de los esclavos dice no, ya de antemano, a un “fuera”, a un “otro”, a un “no yo”; y no es lo que constituye su acción creadora.
Del mismo modo como el pueblo separa el rayo de su resplandor y concibe el segundo como un hacer, como la acción de un sujeto que se llama rayo, así la moral del pueblo separa también la fortaleza de las exteriorizaciones de la misma, como si detrás del fuerte hubiera un sustrato indiferente, que fuera dueño de exteriorizar y, también, de no exteriorizar fortaleza.
Pero tal sustrato no existe; no hay ningún “ser” detrás del hacer, del actuar, del devenir; “el agente” ha sido ficticiamente añadido al hacer, el hacer es todo.
…
Cuando los oprimidos, los pisoteados, los violentados se dicen, movidos por la vengativa astucia propia de la impotencia: “¡Seamos distintos de los malvados, es decir, seamos buenos! Y bueno es todo el que no violenta, el que no ofende a nadie, el que no ataca, el que no salda cuentas, el que remite la venganza a Dios, el cual se mantiene en lo oculto igual que nosotros, y evita todo lo malvado y exige un poco de la vida, lo mismo que nosotros los pacientes, los humildes, los justos”, si lo escuchamos con frialdad y sin ninguna prevención esto no significa en realidad más que lo siguiente: “Nosotros, los débiles, por supuesto, somos débiles; conviene que no hagamos nada para lo cual no nos sentimos lo bastante fuertes”.
Los dos valores contrapuestos “bueno y malo”, “bueno y malvado”, han sostenido en la Tierra una lucha terrible que ha durado milenios, y aunque es muy cierto que el segundo valor hace mucho tiempo que ha prevalecido, sin embargo, tampoco faltan ahora lugares donde se continúa librando esa lucha, no decidida aún.
Esos genealogistas de la moral que ha habido hasta ahora, ¿se han imaginado, aunque sólo sea de lejos, que, por ejemplo, el capital concepto moral “culpa” (Schuld) procede del muy material concepto “tener dudas” (Shulden)?
El hombre se designaba como el ser que mide valores, que valora y mide, como el “animal tasador de sí”. Compra y venta, junto con todos sus accesorios psicológicos, son más antiguos que los mismos comienzos de cualesquiera de las formas de organización social y que cualesquiera de las asociaciones: el germinante sentimiento de intercambio, contrato, deuda, derecho, obligación, compensación fue traspasado, antes bien, desde la forma más rudimentaria del derecho personal a los más rudimentarios e iniciales complejos comunitarios (en la relación de éstos con complejos similares), juntamente con el hábito de comparar, medir, tasar poder con poder.
Pronto se llegó, mediante una gran generalización, al “toda cosa tiene su precio”, “todo puede ser pagado”, el más antiguo e ingenuo canon moral de la justicia, el comienzo de toda “bondad de ánimo”, de toda “equidad”, de toda “buena voluntad”, de toda “objetividad” en la Tierra.
La justicia, en este primer nivel, es la buena voluntad, entre hombres de poder aproximadamente igual, de ponerse de acuerdo entre sí, de volver a “entenderse” mediante un compromiso y, con relación a los menos poderosos, de forzar a un compromiso a esos hombres situados por debajo de uno mismo.
2001
de Ecce Homo y Geneología de la moral
1 comentario:
Si Friedrich Nietzsche pudiera contestar, esto estaría plagado de comentarios. ¿Quién se siente tan elocuente para hablar por él?... Ana P.J.
Publicar un comentario