miércoles, julio 25, 2012

"La Pasión según Georg Trakl", de Hugo Mujica

Fragmentos




LOS NONATOS

I

Hay, en la obra de Trakl, seres sin ser.

No son ángeles, ellos, decían los medievales, son puro ser, desnudez de ser. En la poesía de Trakl son los «no nacidos», los que no sufrieron la separación, el exilio que es el nacer.

La pérdida de la pureza que el nacer –en la oscura y heredada comprensión que Trakl arrastra– mancha.


La imagen del ser no nacido, del nonato, es fundamental en Trakl.

El nonato es el símbolo de la pureza, lo inmaculado, y por lo mismo la forma de lo imposible, lo ideal.

Representa un arquetipo que solo es posible en lo inexistente. En la inmaculada libertad prenatal de ideas y representaciones.


En los textos de Trakl la idea del nonato parece surgir como la esperanza de un ser mejor, esperanza a cumplirse en lo imposible. Solo los «no nacidos» serán puros, puros al precio de no tener un cuerpo, de no proyectar una sombra.


La vida pura y absoluta, la que ninguna realidad, tampoco la existencia, perturbe u opaque, lo originario inmediato, irreductible a cualquier palabra, incluso a la palabra del ser.


Lo puro, sin mezcla ni opuesto, el puro relámpago, no el trueno. El deseo sin la necesidad que lo paute.


Son la imagen del deseo por antonomasia, del imposible tras el cual vivió Trakl, la imposibilidad de vivirlo por el que se mató: la pureza increada.


      En oscura tierra duerme el puro extranjero.
      De dulces labios le tomó dios su lamento,
      cuando cayó en la alborada de sus años.
      Una flor azul
      sobrevive a su canto en la nocturna casa del dolor.



No ya la infinita lejanía de «una flor» o la «rosa azul» de Novalis, del «puro extranjero», como lo llamó Trakl. No, Trakl no buscaba «los santos de las flores azules». Ni siquiera buscó «la santidad del azul».

Aún el azul opacaba para él la transparencia. También «de pútrido azul surgió la pálida figura de la hermana».


Buscaba la pureza, la increada.

No pureza de algo, pureza de nada.


La nada de nada de nada de nada… salvo del deseo en su desnudez.


En su pasión.



II

Existimos entre dos abismos: haber nacido sin ser aún yo, y tener que morir sin mí: dejar de ser yo.


Nadie elije nacer o no hacerlo. Somos llamados a la existencia sin estar allí para escuchar ese llamado.

Somos la inexplicable respuesta a ese llamado.

A ese don.


Tampoco Trakl eligió nacer, pero sí eligió la muerte.

Matarse fue su forma de decir «no» a ese acto inicial, ese que no estuvo allí para aceptar o rechazar.

Ese que matándose impugnó.

Renegó.


Matarse fue su intento, su imposible intento, de volver al no haber nacido: a ser un nonato. A volver a la inocencia del no ser.

A borrar la mancha que fue para él ser él.

O ser, sin más.




EL DOLOR


I

      Oh Noche, muda puerta para mi aflicción,
      ¡Mira desangrarse este oscuro estigma
      E inclinarse del todo sobre el amargo cáliz de martirio!
      Oh Noche, ¡estoy listo!

      Oh Noche, jardín del olvido
      Por mi miseria sellada Gloria,
      Se marchitan las hojas de la vid, se marchita la corona de espinas.
      ¡Oh ven, ya es tiempo!


©Traducción de Juan Carlos Villavicencio



II

El dolor, en Trakl, es moral, no estético. Lo estético, o más exactamente lo creador, es su respuesta.

Su búsqueda de salvación.

Su liberación de sí.


Su religión fue la consciente imposibilidad de relegarse con Dios, de esa imposibilidad, ese dolor, hizo un camino: el camino trágico.

Su vía dolorosa.


Nunca lo abandonó.


El dolor, como la destrucción y el aniquilamiento son, en la tragedia y en el misticismo, caminos que religan con la trascendencia, pero son caminos que se unen en la oscuridad, que ocultan su luz redentora.

Son saltos, no cálculos.

Es esperanza, no expectativa.


Y salto puede ser hasta la propia caída.

Si se la entrega.


Son el camino de los desesperados por la esperanza, el de una exigencia abismal.


Desconocida, porque abismarse, abismarse de verdad, es no poder decirlo.



III

      Es fulgor de estrellas sangrando la cruz.


El dolor reúne –Rilke en su Novena elegía– con el «dolor original».

«Dolor sacerdotal», lo llama Schiller.

«Sagrado dolor», es la expresión de Hölderlin.


Para Dostoievski el sufrimiento es la esencia de la vida y de la comprensión de esa vida.

Su revelación.

El sufrimiento viene del pecado, en el pecado, y desde él la salvación.


Rilke, Schiller, Hölderlin, Dostoievski… Trakl.

No se buscan a sí ni se fascinan con el dolor, no hacen de él el eco estéril de la mea culpa en la cual volverse a escuchar así, ni se complacen con el nihilismo de la resignación: crean.


La creación en la que el dolor se transfigura en sentido: la salvación.

Desde el dolor, y en él, van más allá de sí.


Trakl jamás se complació consigo mismo, su poesía no fue un registro emotivo: es una visión.



IV

      La piedad con sus brazos radiantes
      estrecha un corazón que se parte.


Si en algo creyó Trakl, y hasta idealizo, fue la salvación por el sufrimiento.

Si algo encarnó Trakl fue ese mismo sufrimiento… y, en ese sufrimiento, la esperanza de expiación y redención.

De creación.


      Su herida llena de gracias
      Cuida la suave fuerza del amor…


«Cuando más espíritu mayor dolor», había escrito Nietzsche, y en esos mismos tiempos en que un Georg Trakl de veinte años lo leía sin respiro, escribió él mismo sobre el reverso de una fotografía: «Solo a quien desdeña la felicidad, le llega la iluminación», aforismo intelectual que terminará siendo la exclamación de su vida: «¡Oh dolor, visión del alma grande!»


      Mátame dolor. Quema la herida.
      Este martirio es una cosa vana.
      Mira cómo florece de mi herida
      en la noche una estrella arcana.



Herida: «suave fuerza del amor»; herida floreciente: «una estrella arcana». Estrella arcana, oculta, como fue, en su vislumbre, «el rostro de estrellas de la pureza».


Dolor sí, pero no infecundidad.


Dolor como herida: dolor que abre, se abre abriéndonos.

Fuente.

Creación.


Su dolor fue grande como grande fue el testimonio que poetizó, testigo de la fecundidad de la soledad y el dolor, poesía que testimonia que el dolor no es misterio, sino revelación.

Una revelación que no es un conocimiento, la revelación del dolor que fue su obra.


La obra que quizás –y creo yo que así fue– haya sido más, mucho más que la «insuficiente expiación» que Trakl creyó.



V

En «Grodek», su testamento final, Trakl dejó escrito: «la ardiente llama del espíritu se nutre hoy de un violento dolor».


La llama con que Dios habló a Kaspar Hauser –«Dios habló una dulce llama a su corazón»–, la llama en el corazón del «no nacido» pero asesinado, la que ahora en Trakl es «violento dolor».


Santo Tomás, el incrédulo apóstol, y no el convencido teólogo de Aquino, en el poema Humanidad, ante el pan y el vino eucarísticos, «su mano hunde en la llaga».


El incrédulo apóstol, el apóstol de los incrédulos, reconoce en el dolor del redentor del dolor, a aquel que le da sentido haciendo del dolor una posibilidad del amor, quizá, la de la única forma de amor que no se busca a sí mismo.


No reconoce a su «Señor mío y Dios mío», en su poder o sus milagros, lo reconoce en las marcas del dolor que paradójicamente son las marcas ya no de la historia de ese dios sino de su resurrección: los desgarros de su humanidad como rasgos de su divinidad.









2009










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