I
Cayeron ya la Dalia,
La Rufeta,
la Bonita-de-un-lado y la China.
Los inquisidores,
hogueras heráldicas,
violan las puertas todas y los signos.
Frente a la catedral,
coronadas de capiteles arden:
hasta los barcos
llega el olor a plumas quemadas.
¿Quién dirige la caza,
quién tiró la primera metralla,
qué dioses las han abandonado?
El resplandor de las cabelleras en llamas
anaranja los muros.
II
Allá,
entre palos y piedras,
las cabezas gibosas
(ráfagas de balas)
coronan sus diademas de clavos.
Las plegarias han ido
para los inquisidores
como los carros llenos de oro
que se envían a un invasor para detenerlo.
El fuego, alegremente, las consume.
III
Un remolino de plumas de azufre,
un aullido (en soprano).
Clausuraron todas las ventanas.
Las atrapaban en escena
enseñándoles joyas envenenadas y espejos.
Un remolino de plumas de azufre.
El estampido.
Querían huir. Ser otras.
IV
La cortaron en pedazos
uno a uno
hasta cien.
Los contaban en coro
tomando ron y burlándose
los héroes macharranes.
Le dieron opio para que resistiera.
Le cercenaron la cabeza con una hoz.
V
¿Quién da más?
Caerán las del concilio,
la Gran Hermana
-ésa cuyo nombre no se dice-,
la Ojitos-de-Piñata,
la Tapada de La Víbora.
En la palma de la mano
llevan tatuado JUSTITIA.
VI
¿Quién las redime,
ahora que los dioses partieron en el ferry-boat?
¡Más candela! (Son los verdugos,
los adeptos).
Sobre el asfalto
quedaron las pestañas postizas,
la peluca color zanahoria.
Ardió sobre piel y pira
el sombrero de colibríes y frambuesas.
VII
Una, la más barroca, mientras las llamas, las salamandras, le reptaban por los pies, por los tobillos, por los muslos, le devoraban lo indeciso, por el pecho, por la garganta, gritó: “¡Pero a ti te arderá el alma!”.
VIII
El cielo azul after shave invade el paisaje.
Fábricas negras,
el acquavelva las refleja.
Todo el vino está ebrio.
IX
Junto al horno
ovillado, boquiabierto
-los ojos: secos adornos-.
El gas azuleó los cacharros.
Ya no escribirá,
ya no bailará más,
morado y afeitado.
Se acabó lo que se daba.
X
Y se lamentaron,
y reconocieron los errores,
y se arrepintieron en gran manera,
y se rajaron los uniformes,
y se untaron el cuerpo de aquella camisa,
y se les veía arrodillados
escuchando voces,
y luego: “Después de todo…”. “Después de todo…”.
Y a otra víctima.
en Big Bang, 1974
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