Y el tedio estadounidense nos va encerrando como ningún otro tedio del mundo, peor que el de los Andes, pueblos de alta montaña, viento frío que baja de las montañas de tarjeta postal, delgado aire como la muerte en la garganta, pueblos fluviales de Ecuador, malaria gris como la droga bajo un negro sombrero de cowboy, escopetas que se cargan por la boca, buitres que picotean las calles enlodadas... y lo que te ataca al bajar del ferry de Malmoe en (no hay impuesto al trago en el ferry) Suecia te saca todo ese trago barato libre de impuestos de golpe y te deja con la moral por los suelos: miradas huidizas y el cementerio en medio de la ciudad (todas las ciudades suecas parecen construidas en torno a un cementerio), y nada que hacer en la tarde, ni un bar, ni una película y quemé el último petardo que traía de Tanger y dije: "K. E., volvamos al ferry ahora mismo."
Pero no hay tedio como el tedio estadounidense. No lo ves, no sabes de dónde viene. Toma uno de esos bares elegantes, al final de una calle de un barrio nuevo (cada manzana tiene su propio bar y una farmacia y un supermercado y una botillería). Entras y te golpean. Pero ¿quién? No el barman, ni los clientes, ni de la tapicería de plástico color crema de los taburetes, ni la luz confusa del neón. Ni siquiera la televisión.
Y nuestros hábitos se fortalecen con el tedio, como la cocaína te fortalece y te mantiene ante la depresión de la bajada de la coca misma.
1959
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