miércoles, enero 11, 2012

“Historia de un buen brahma”, de Voltaire






En mis viajes encontré un brahma anciano, sujeto muy cuerdo, instruido y discreto, y también rico, cosa que le hacía más cuerdo; porque como no le faltaba nada, no necesitaba engañar a nadie. Gobernaban su familia tres mujeres muy hermosas, cuyo esposo era; y cuando no se recreaba con sus mujeres, se ocupaba en filosofar. Vivía junto a su casa, que era hermosa, bien alhajada y con amenos jardines, una india vieja, tonta y muy pobre.

Díjome un día: Quisiera no haber nacido. Le pregunte por qué, y me respondió:

- Cuarenta años ha que estoy estudiando, y los cuarenta los he perdido; enseño a los demás y lo ignoro todo. Este estado me tiene tan aburrido y tan descontento, que no puedo aguantar la vida; he nacido, vivo en el tiempo, y no sé qué cosa es el tiempo; me hallo en un punto entre dos eternidades, como dicen nuestros sabios, y no tengo idea de la eternidad; consto de materia, pienso, y nunca he podido averiguar la causa eficiente del pensamiento; ignoro si es mi entendimiento una mera facultad, como la de andar y digerir, y si pienso con mi cabeza lo mismo que palpo con mis manos. No solamente ignoro el principio de mis pensamientos, también se me esconde igualmente el de mis movimientos; no sé por qué existo, y no obstante todos los días me hacen preguntas sobre todos estos puntos; y como tengo que responder con precisión y no sé qué decir, hablo mucho, y después de haber hablado me quedo avergonzado y confuso de mí mismo. Peor es todavía cuando me preguntan si Dios es eterno. A Dios lo pongo por testigo de que no lo sé, y bien se echa de ver en mis respuestas. Reverendo Padre, me dicen, explicadme cómo el mal inunda la tierra entera. Tan adelantado estoy yo como los que me hacen esta pregunta: unas veces les digo que todo está perfectísimo; pero los que han perdido su patrimonio y sus miembros en la guerra no lo quieren creer ni yo tampoco, y me vuelvo a mi casa abrumado por mi curiosidad e ignorancia. Leo nuestros libros antiguos, y me ofuscan más las tinieblas. Hablo con mis compañeros: unos me aconsejan que disfrute de la vida y me ría de la gente; otros creen que saben algo y se descarrían en sus desatinos, y toda la angustia que padezco. Muchas veces estoy a pique de desesperarme, contemplando que al cabo de todas mis investigaciones, no sé ni de donde vengo, ni qué soy, ni adónde iré, ni qué ser.

Causóme lástima de veras el estado de este buen hombre, que era el más racional, y me convencí de que era más desdichado el que más entendimiento tenía y era más sensible.

Aquel mismo día visité a la vieja vecina suya, y le pregunté si se había apesadumbrado alguna vez por no saber qué era su alma, y ni siquiera entendió mi pregunta. Ni un instante en toda su vida había reflexionado en alguno de los puntos que tanto atormentaban al buen brahma; creía con toda su alma en Dios y se tenía por la más dichosa mujer, con tal que de cuando en cuando tuviese agua para bañarse.

Atónito de la felicidad de esta pobre mujer, me volví a ver a mi filósofo y le dije:

- ¿No tenéis vergüenza de vuestra desdicha, cuando a la puerta de vuestra casa hay una vieja autómata que en nada piensa y vive contentísima?
- Razón tenéis –me respondió-, y cien veces he dicho para mí que sería muy feliz si fuera tan tonto como mi vecina; mas no quiero gozar semejante felicidad.

Más golpe me dio esta respuesta del buen hombre que todo cuanto primero me había dicho; y examinándome a mí mismo, vi que efectivamente no quisiera yo ser feliz a cambio de ser un majadero.

Se propuso el caso a varios filósofos, y todos fueron de mi parecer. No obstante, decía yo para mí, rara contradicción es pensar así, porque al cabo lo que importa es ser feliz, y nada monta tener entendimiento  o ser necio. También digo: los que viven satisfechos con su suerte, bien ciertos están de que viven satisfechos; y los que discurren, no lo están de que discurren bien. Entonces, es claro que debiera escoger uno no tener migaja de razón, si en algo contribuye la razón a nuestra infelicidad. Todos fueron de mi mismo parecer, pero ninguno quiso entrar en el ajuste de volverse tonto por vivir contento.

De aquí saco que si hacemos mucho aprecio de la felicidad, más aprecio hacemos todavía de la razón. Y reflexionándolo bien, parece que preferir la razón a la felicidad, es garrafal desatino. ¿Pues, cómo hemos de explicar esta contradicción? Lo mismo que todas las demás, y sería el cuento de nunca acabar.




Histoire d'un bon Bramin, 1759










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