We sailed for parts unknown to man
Where ships come home to die…
Oh salty dog
—Keith Reid / Procol Harum
I
Una sola vez
figura el nombre de Amundsen
en los diarios de Robert F. Scott.
Se entiende que a partir de aquel día
la sombra de la fatalidad
rodeó su paso entre los hielos.
Roald Amundsen
nació en Borge, Noruega, en 1872.
Fue el primer hombre en pisar el Polo Sur
y también el primero en sobrevolar el Polo Norte.
En 1910 llegó al Mar de Ross en el barco “Framm”;
invernó en la Bahía de las Ballenas
y dedicó el siguiente verano
a establecer depósitos de suministros
en su camino hacia el Polo.
Scott -por su parte- había zarpado de Inglaterra
el primero de junio de 1910
a bordo del “Terra Nova”, un buque extraño,
mitad Arca de Noé y mitad laboratorio del futuro.
Instaló su campamento a los 77° de latitud Sur.
Amundsen lo hizo un poco más arriba;
su campamento estaba 110 kilómetros más cerca del Polo.
Una trágica diferencia.
II
Ambas expediciones confían en el triunfo
y en el mando de sus inflexibles capitanes.
Antes de usar a los perros
han usado yeguas siberianas y potros de Manchuria,
pero como no pudieron resistir las condiciones
han sido rematados.
Mas he allí a los nobles perros de Amundsen
como estatuas de sal en la ventisca,
como serenas piezas de ajedrez en la noche Antártica.
A medida que el Polo se aproxima
con su deslumbrante corona triunfal,
los perros van quedando destrozados
por el esfuerzo y las bajísimas temperaturas.
Esto sucede conforme a los planes de Amundsen
que ha decidido utilizar a los perros muertos
como alimentos de los vivos.
Un kilo de carne diario para cada animal
significa una sobrecarga
que mucho reduce las posibilidades de éxito.
No hay que olvidar que Scott
se aproxima por otra dirección.
Mientras que en la tienda iluminada
y, en cierto sentido, acogedora
se escuchan las tristes piezas de Grieg
y se elevan los brindis llenos de ilusiones,
los perros sobrevivientes
yacen aovillados bajo la tormenta.
A 70° centígrados bajo cero
el aliento de los hombres y los perros
se congela al contacto con el aire enrarecido.
Los perros sangran todos de las patas
y se quedan petrificados con su cargamento
frente a las portentosas montañas.
Algunos hombres comienzan a sublevarse,
pero sólo puede haber un jefe.
Nada más cinco hombres
y una breve ristra de perros extraordinarios
intentan el asalto final.
Durante los siguientes 21 días
recorren unos 30 kilómetros por jornada.
La incandescente blancura de la nieve
ciega sin piedad.
Los perros lloran y los hombres también.
El sol engañoso del casquete polar
nada más agrava
la ya de por sí miserable situación.
Sacrifican a 24 perros más
y quedan sólo 18.
En un principio
los perros se niegan
a comer las vísceras de sus compañeros.
Después, hasta los mismos hombres lo hacen.
Su carne les parece deliciosa.
Un presagio del amargo triunfo.
III
El 14 de diciembre de 1911
Amundsen y sus hombres llegaron al Polo Sur
después de haber recorrido
casi 3,000 kilómetros en 99 días.
Scott y los suyos
llegaron al Polo el 18 de enero de 1912
-unos cuantos días después que Amundsen-
sólo para encontrarse con la bandera de Noruega
ondeando furiosamente
en medio de aquella desolada inmensidad.
Una bandera antes que otra:
la misma historia de siempre.
En lugar del glorioso retorno de los héroes,
los exploradores ingleses perdieron la vida
al ser sorprendidos por el invierno polar
y sus terribles tormentas de nieve.
Sus cuerpos fueron hallados meses después
a unos cuantos metros
de un depósito de provisiones.
Amundsen -por su parte- vivió todavía
para sobrevolar el Polo Norte en 1926
en compañía de Ellsworth y Nobile.
Las disputas
sobre el crédito dado al vuelo
amargaron los últimos años de su vida.
En 1928 Nobile se propuso volar de nuevo
sobre el Polo Norte en el dirigible “Italia”,
pero su aparato se estrelló entre los hielos árticos.
Uno de los aviones de socorro
-en el que iba Amundsen- se perdió también
sin que volviesen a tenerse noticias suyas.
en El corazón del instante, 1998
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