Tras el preludio de una música de demasiados metales para ser menos que fanfarria, y que es exactamente lo que los alemanes llaman una «banda militar», el telón descubre una decoración que quisiera representar Ninguna Parte, con árboles al pie de las camas y nieve blanca bajo un cielo muy azul, dado que la acción discurre en Polonia, país suficientemente legendario y desmembrado como para ser esa Ninguna Parte o, al menos, según una verosímil etimología franco-griega, ni con mucho alguna parte interrogativa.
Mucho más tarde de escrita la pieza hemos sabido que en otros tiempos existió, en el país del que fue primer rey Pyast, rústico hombre, un tal Rogatka o Enrique ventrudo, que sucedió a un rey Venceslao y a los tres hijos del mismo, Boleslao y Ladislao. no siendo el tercero Bugrelao; y, asimismo, que este Venceslao, u otros, fue llamado El Ebrio. No consideramos honorable escribir piezas históricas.
Ninguna Parte está en todas y, en primer lugar. en el país donde nos encontramos. Motivo por el cual Ubú habla francés. Pero sus numerosas faltas no son en absoluto vicios franceses, exclusivamente, puesto que los favorecen el capitán Bordura, que habla inglés, la reina Rosamunda, que algarea auvernés, y la muchedumbre polaca, que ganguea maulas y va vestida de gris. Aunque se transparenten determinadas sátiras, el lugar de la acción hace que los intérpretes no sean responsables.
El señor Ubú es un ser innoble, por lo que se asemeja –de cintura para abajo– a todos y cada uno. Asesina al rey de Polonia –es decir, hace trizas al tirano. lo que parece justo a algunos, pues tiene apariencia de acto justiciero– y, una vez rey, acaba con los nobles, luego con los burócratas y después con los campesinos. Así, desaparecido todo el mundo, asegura haber acabado con los culpables y se presenta como hombre de principios y medio. Por último, a la manera de un anarquista, pone en ejecución por sí mismo sus fallos, despedaza a la gente porque le apetece, y exhorta a los soldados rusos a que no disparen contra él, porque eso no le gusta. Es un poco fierabrás, y nadie le contradice hasta que se atreve con el Zar, a quien todos respetamos. El Zar hace justicia, le separa del trono, del que abusó, restaura a Bugrelao –¿merecía la pena?– y expulsa al señor Ubú de Polonia, con las tres partes integrantes de su potencia, integradas en el siguiente vocablo: «Cuernoempanza» (por el poderío de sus apetitos inferiores).
Ubú habla con frecuencia de tres cosas, siempre paralelas en su mente: de la física, que es la naturaleza comparada con el arte, el mínimo de comprensión frente al máximo de cerebralidad, la realidad de la aquiescencia universal frente a la elucubración de lo inteligente, Don Juan frente a Platón, la existencia frente al pensamiento, la medicina frente a la crisopeya, la milicia frente al combate singular, paralelamente, de la phinanza, o sea los honores en comparación con la satisfacción de sí por uno mismo, lo que es tanto como decir los universales engendradores de la literatura basada en el prejuicio de la cantidad, en comparación con la manera de ver de los clarividentes; y, paralelamente, de la Mierdra.
Quizás resulta inútil la expulsión del señor Ubú de Polonia, es decir, como ya hemos dicho, de Ninguna Parte. Y ello porque, si en un principio sabe recrearse con alguna artística ociosidad como «encender fuego mientras espera que le consigan leña» o patronear tripulaciones yateando por el Báltico, acaba por hacerse nombrar Gran Maestre de Hacienda en París. Pero menos indiferente resultará en ese lugar de la lejana Cualquier Parte donde, frente a los semblantes de cartón de unos actores que han tenido talento bastante para exhibirse de modo impersonal, un escaso público de inteligentes ha consentido ser polaco durante algunas horas.
Mucho más tarde de escrita la pieza hemos sabido que en otros tiempos existió, en el país del que fue primer rey Pyast, rústico hombre, un tal Rogatka o Enrique ventrudo, que sucedió a un rey Venceslao y a los tres hijos del mismo, Boleslao y Ladislao. no siendo el tercero Bugrelao; y, asimismo, que este Venceslao, u otros, fue llamado El Ebrio. No consideramos honorable escribir piezas históricas.
Ninguna Parte está en todas y, en primer lugar. en el país donde nos encontramos. Motivo por el cual Ubú habla francés. Pero sus numerosas faltas no son en absoluto vicios franceses, exclusivamente, puesto que los favorecen el capitán Bordura, que habla inglés, la reina Rosamunda, que algarea auvernés, y la muchedumbre polaca, que ganguea maulas y va vestida de gris. Aunque se transparenten determinadas sátiras, el lugar de la acción hace que los intérpretes no sean responsables.
El señor Ubú es un ser innoble, por lo que se asemeja –de cintura para abajo– a todos y cada uno. Asesina al rey de Polonia –es decir, hace trizas al tirano. lo que parece justo a algunos, pues tiene apariencia de acto justiciero– y, una vez rey, acaba con los nobles, luego con los burócratas y después con los campesinos. Así, desaparecido todo el mundo, asegura haber acabado con los culpables y se presenta como hombre de principios y medio. Por último, a la manera de un anarquista, pone en ejecución por sí mismo sus fallos, despedaza a la gente porque le apetece, y exhorta a los soldados rusos a que no disparen contra él, porque eso no le gusta. Es un poco fierabrás, y nadie le contradice hasta que se atreve con el Zar, a quien todos respetamos. El Zar hace justicia, le separa del trono, del que abusó, restaura a Bugrelao –¿merecía la pena?– y expulsa al señor Ubú de Polonia, con las tres partes integrantes de su potencia, integradas en el siguiente vocablo: «Cuernoempanza» (por el poderío de sus apetitos inferiores).
Ubú habla con frecuencia de tres cosas, siempre paralelas en su mente: de la física, que es la naturaleza comparada con el arte, el mínimo de comprensión frente al máximo de cerebralidad, la realidad de la aquiescencia universal frente a la elucubración de lo inteligente, Don Juan frente a Platón, la existencia frente al pensamiento, la medicina frente a la crisopeya, la milicia frente al combate singular, paralelamente, de la phinanza, o sea los honores en comparación con la satisfacción de sí por uno mismo, lo que es tanto como decir los universales engendradores de la literatura basada en el prejuicio de la cantidad, en comparación con la manera de ver de los clarividentes; y, paralelamente, de la Mierdra.
Quizás resulta inútil la expulsión del señor Ubú de Polonia, es decir, como ya hemos dicho, de Ninguna Parte. Y ello porque, si en un principio sabe recrearse con alguna artística ociosidad como «encender fuego mientras espera que le consigan leña» o patronear tripulaciones yateando por el Báltico, acaba por hacerse nombrar Gran Maestre de Hacienda en París. Pero menos indiferente resultará en ese lugar de la lejana Cualquier Parte donde, frente a los semblantes de cartón de unos actores que han tenido talento bastante para exhibirse de modo impersonal, un escaso público de inteligentes ha consentido ser polaco durante algunas horas.
Publicado luego en La Critique, 1896
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