viernes, agosto 07, 2009

“¿Levantamiento popular o golpe de Estado?”, de Ed Vulliamy

Sobre Rumania y la “revolutzia” de 1989




Estrechar la mano de Cordruta Cruceanu fuera de la Galería Nacional de Arte de Bucarest es hacerlo a 20 años desde que nos vimos por primera vez. En 1989, ella era curadora del museo mientras arreciaba una batalla entre las pinturas. Caminando por la galería pudimos ver, debido a un forado abierto por la artillería, a los tanques en la plaza y a los jóvenes y nerviosos soldados (con flores que la gente ponía en sus cascos) devolviendo el fuego ocasional de los francotiradores y a las muchedumbres que se congregaban a dar un vistazo a la derruida fortaleza del régimen del dictador Nicolae Ceausescu. Parecía una guerra de otra época, en un noticiario en blanco y negro.

Había pasado una semana de la ejecución de los Ceausescu, pero se habían necesitado días para disipar el olor de los disparos y las albañilerías calcinadas. Al interior del museo, las fuerzas de la Securitate (la policía secreta) se había enfrentado al Ejército, entre las pinturas europeas de las que Cruceanu era curadora. Volvimos a encontrarnos en mayo. Sobre los sucesos de 1989, “no sabemos aún realmente la verdad completa”, dijo, “y me pregunto si la sabremos alguna vez. Hay muchas personas que todavía están vivas y a las que no conviene que se sepa quiénes luchaban contra quiénes y por qué. Lo que sí sabemos es que todo fue hasta cierto punto teatro, que fue un montaje”.

Un extraño híbrido

Pese a que la revolución rumana fue la más dramática de las insurgencias contra el comunismo que asolaron y unieron a Europa hace 20 años, fue también la más misteriosa, dicotómica y artera. El mundo contempló un levantamiento contra el régimen de Ceausescu, primero en Timisoara, luego en una manifestación convocada por Ceausescu en Bucarest, donde la muchedumbre lo abucheó. Después, él y su esposa Elena fueron ejecutados.

Sin embargo, pasó cierto tiempo antes de que el liderazgo revolucionario bajo el rival de Ceausescu, Ion Iliescu, pudiera dominar a la Securitate. La violencia fue terrible y las muertes, producidas durante muchos días antes y después de la ejecución, siguen siendo hoy incalculables. Nadie duda que hubo una revolución en las calles. Pero lo que aún no se explica es quién la estaba manipulando y por qué. ¿Qué hacían Iliescu, su facción del Partido Comunista y los generales leales a él?

Aún perdura la asombrosa noción de que la lucha fue fabricada y la revolución fachada. “De los cientos de discursos que Iliescu ha hecho desde entonces”, dice Cordruta Cruceanu, “el que más se grabó en mi mente fue cuando dijo que ‘en un país como Rumania era imposible hacer una revolución, por lo que tuvo que ser escenificada’. Es lo más cerca que ha llegado a admitir lo que casi todos creen, o saben”.

La caída de Ceausescu fue inolvidablemente anunciada en TV por el principal actor de Rumania, Ion Caramitru, desde la sede de la televisión nacional ocupada por los revolucionarios demócratas, de los cuales él y el escritor disidente Mircea Dinescu, con quien apareció en pantalla, eran los más prominentes. Recuerdo haber pasado días y noches en ese lugar (bajo fuego de quienes se suponían leales a Ceausescu) en reuniones con Caramitru durante los debates interminables y abiertos sobre el futuro de la nación, en un ambiente que combinaba 1968 con algo más temible.

Caramitru se convirtió en estrella de cine y uno de los más grandes intérpretes europeos de Shakespeare (Hamlet y Lear), pero nunca dejó la política: abandonó el Frente de Salvación Nacional de Iliescu cuando se transformó en el partido de gobierno y fue ministro de Cultura del gobierno rival de coalición entre 1996 y 2000. En junio, luego de una notable interpretación de Eduardo III en el Teatro Nacional de Rumania, del que es director, me invitó a conversar con una copa de vino. “Hubo una revolución del pueblo”, me dijo, “pero el pueblo fue traicionado. Éramos románticos, sin relaciones con el poder. Al cabo de un año, era evidente que una facción había desplazado a otra, probablemente en contacto con Moscú, donde Gorbachov se había dado cuenta de que el sistema de Ceausescu se derrumbaría. Las instituciones que habían regido al país siguieron, pero con otro nombre. Es trágico que la mayor parte de los muertos lo fueron después de la ejecución de Ceausescu y no antes. Si yo fuera Iliescu y creyera en Dios, temería al juicio divino por los muertos”.

La falsificación engendró un extraño híbrido: un país que adoptó el sistema capitalista pero siguió gobernado por la vieja guardia. El legado se refleja en un informe de 2008 de la UE, que admitió a Rumania como nuevo miembro de la UE, sólo para calificarla como el segundo país más corrupto del bloque, después de Bulgaria. Hubo un intento del actual Presidente Traian Basescu de limpiar el sistema, pero fue tanta la resistencia del Parlamento que, como dijo Laura Stefanescu, asesora en ese momento del Ministerio de Justicia, “nuestra única victoria fue que no hubo derrota y que la inmunidad de la clase política no se fortaleció aun más. Rumania es como el sistema bancario internacional; las reglas sólo existen para las personas honestas; no hay reglas para los corruptos”.

Un muro de silencio

La emblemática bandera de 1989, el tricolor rumano azul, amarillo y rojo con un hoyo donde estaba el símbolo comunista, aún flamea en las oficinas de la Asociación 21 de diciembre. La asociación ha estado querellándose contra el gobierno rumano (y ahora lo hace ante la Corte de Estrasburgo), buscando un relato veraz de lo que ocurrió en 1989. Es dirigida por Doru Maries, ex futbolista que participó en el movimiento contra Ceasescu. Maries produce documentales que son presentados ante los tribunales y que, según dice, muestran a Iliescu ordenándole al aparato del partido que siguiera reclutando y a sus funcionarios que se mantuvieran en sus cargos.

Cuando el movimiento democrático empezó a sentir que las cosas no eran lo que parecían, se produjeron manifestaciones contra Iliescu. Entre comienzos de 1990 y 1992 fueron atacados por los que se hicieron conocidos como mineriada: intervenciones violentas de los mineros del carbón del valle de Jiu. Éstos eran movilizados por el líder sindical Miron Cozma, ferozmente leal a Iliescu y, ostensiblemente, a los hombres que representaba. Una vez, los mineros saquearon las sedes de los partidos conservadores, otra aporrearon las cabezas de estudiantes. Mucho se ha escrito sobre las escapas de Cozma, pero poco sobre la dualidad de orgullo y vergüenza en la historia de los mineros rumanos, que siempre ocuparon un sitio en la iconografía comunista.

Hubo otra en 1999, pero en defensa de los puestos de trabajo cuando las minas empezaron a cerrarse. El impacto de estos cierres sobre el valle de Jiu es catastrófico y, en una parábola del precio que Rumania pagó por su libertad, cuando cambió el puño de hierro del comunismo por los estragos del mercado. O, como algunos dicen, combinó lo peor de ambos. Cozma fue encarcelado por su papel en las manifestaciones contra los cierres, pero fue perdonado por el reelecto Iliescu y liberado en 2004. Hoy, su hermano Tiberiu, líder adjunto del sindicato de mineros, dice que “lo que hemos visto es la destrucción políticamente motivada de la industria rumana del carbón, acordada entre el gobierno y el FMI en 1997. La última vez que usted estuvo aquí, 47 mil hombres trabajaban. Ahora hay menos de 11 mil”. Hoy, el carbón llega a Rumania desde Rusia, Ucrania y Sudáfrica.

En Bucarest, Crodruta Crucenau cree que “en retrospectiva, Rumania era más vulnerable que cualquier otro país comunista al mito de occidente como paraíso, a la cultura del mall y a las mediciones del éxito por el tipo de celular que se tenga. Aquí es fuerte, porque todo sucedió tan de repente, incluso a las clases educadas. Se ha hecho mucho daño, tanto a Rumania como a Occidente, tal como lo vemos en esta crisis: porque Occidente comenzó a creer algunas de nuestras propias ilusiones, algunas de nuestras falsas expectativas de lo que parecía prometerse allá en 1989”.












en The Observer








Contribución a Dscntxt de Sebastián Teillier








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