lunes, mayo 11, 2009

“El amante de Janis Joplin”, de Élmer Mendoza

Capítulo 1






Hace frío pero ¿a quién le importa? El tiempo no iba a detener a las parejas que bailaban bajo la magia de la luna en lo alto de la sierra, a la entrada de un co­bertizo semioscuro donde sólo había una grabadora y un caset. ¿Quién necesita más?, pensaba Carlota Amalia Bazaine mientras observaba a los mozos que hacían macherías fuera del baile, excluidos por falta de mucha­chas. Pensó en ir con ellos a echar relajo pero cambió de opinión: esa noche tenía ganas de otra cosa. No po­día bailar, lo sabía todo el mundo, pues era una mujer apartada: Rogelio Castro le había puesto coto y nadie se atrevería a acercarse, mucho menos esos jóvenes que preferían molestar a David Valenzuela y asestarle mana­zos en la cabeza o en la espalda, al grito de Cierra el ho­cico cabrón, se te va a meter una mosca. Estaban recién llegados de la costa o de los Estados Unidos, a donde habían ido a trabajar; los que se quedaron cosecharon cannabis y amapola, y les fue bien, siempre les iba bien, el Triángulo Dorado cada vez era más poderoso. En cambio David, pobre, era el tonto del pueblo. Aunque tonto-tonto no es, pensaba Carlota, No come bichos ni dice disparates; es un poco lento, inocente, ¿cómo decirlo?, más ingenuo pero también más tierno que los demás. David se preguntaba qué hacer, siempre tenía problemas para decidir, en este momento le pegaban y lo estaban corriendo de la fiesta. A fin de eludir la mor­dacidad de sus amigos se aproximó a los danzantes y se topó con ella. La novia de Rogelio Castro le echó una mirada coqueta que lo sonrojó. Él, Hola, iba a alejarse pero la voz de Carlota, ¡David!, lo paralizó, ¿Qué on­da?, se volvió nervioso, con la boca abierta, y la mujer le dijo: Vamos a bailar. Estaba empezando una canción, David pensó en Rogelio Castro, Dicen que mató a seis en Santa Apolonia, ¿o a más de seis?, Al menos fueron cuatro en Lo de Verdugo, y se dijo a sí mismo: Mejor ni la veas, pero no quería negarse, ningún serrano lo haría, aunque no ignoraba que violar el derecho de apartado provocaría un desastre, y se quedó de pie. Ella lo miró a los ojos, ¿No quieres?, y David notó que se pasaba la lengua por los labios, Dios mío, una cosa es que tú la invites y otra que ella terquee. ¿Qué le ha dicho su padre sobre el amor?, que mata y requetemata. David la ha es­cuchado cantar Yo soy rielera tengo mi Juan desde la casa contigua, ha soñado que la ve desnudarse mientras él se desplaza por el monte, volando en busca de presas, Mi mamá quiere un armadillo, necesita el aceite para la tos de mi hermana; lleva años soñando sus ojos verdes de gabacha, la blancura de su cuerpo espigado y hermoso. Al parecer Carlota lo sabía y si no lo sabía lo intuía, pues las mujeres siempre adivinan cuando le gustan a un varón. David abatió la cabeza, Bueno, dijo, y se dejó conducir junto a las otras parejas que bailaban fundidas. El pueblo era un mechón mal peinado.

Carlota abrió su chamarra roja y bailaron, David la llevaba con torpeza, no se atrevía a apretarla y la muchacha lo incitó: David, no seas tímido, ¿Eh?, Abrázame, para bailar a gusto, entonces se pegaron y él, que ya llevaba abierta la chamarra, sintió los senos de su pare­ja y tuvo una erección. Se apenó muchísimo: Dios mío querido, esto no puede ser; Carlota era la mujer que amaba, siempre vista y oída desde el patio de su casa o desde la cocina, ¿por qué se le paraba en ese momento? Sacó la cadera como Cantinflas, ¿acaso no decía su ma­dre que tocarse allí era un pecado?, pero están más cerca los dientes que los parientes y David pronto se desinhi­bió y terminó por pegarse a la muchacha. Después de todo tenía casi veinte años y ella poco más de dieciséis. Hacía un frío inclemente, pero a los invitados que be­bían o bailaban el tiempo les valía gorro. A través de una ligera neblina vio cómo los otros oscilaban sobre sí mismos, después de horas de beber Chacaleño. Enton­ces cerró los ojos y se dejó llevar por el vaho depositado en su oreja, sintió las piernas firmes de Carlota, respiró el perfume de su pelo, Ah, Quiero casarme contigo, pen­só, Vente conmigo esta noche, vámonos a mi casa, a Durango, o a Culiacán que está más cerca, nos podemos ir en avión o a caballo. Carlota Amalia lo estimulaba con suavidad, a ella no la obsesionaba el vecino pero no le disgustaba: era un muchacho simpático y pulcro, Qué pena que no sea normal; además, con el asedio de Rogelio Castro ella no podía fijarse en nadie, eso le costó la vida a dos forasteros que no creían en apartados. Cuando era chica le encantaba David pero conforme fue creciendo advirtió esas pequeñas taras de las que to­dos hablaban, Lástima, y que lo hacían tan distinto: la boca siempre abierta, los dientes frontales tan desmesu­rados. Ahora comenzaba a sentir placer y se dejó llevar, no había pensado llegar tan lejos pero se hallaba excita­da; así que le buscó conversación para cubrir las aparien­cias: Me contó el Duque que mataste tres conejos de tres pedradas, ¿tienes tan buena puntería?, Más o menos, Da­vid cavilaba en los hijos que tendrían, Unos cuatro, dos mujeres y dos hombres, ella insistió, ¿Te gusta el conejo?, Me encanta, Mejor seis mujeres y seis hombres, continuó pensando, ¿Cómo te gusta más?, En estofado, ¿y a ti?, Asado, ¿Podrías matar una rata a diez metros?, Nunca lo he hecho, ¿Y una tarántula?, Esas las aplasto con el pie.

David estaba clavado, se habían desvanecido sus es­crúpulos. Aferrado a aquel cuerpo santo que el destino había puesto en sus manos se abandonó al impulso que precede al orgasmo. Carlota percibió la fuerza del varón y pensó que se estaban excediendo, que todo tenía un límite, que era mejor hablar de conejos, pero a fin de cuentas estaba aburrida y casi nadie los veía, se hallaban en lo oscurito, así que se dejó llevar llevar llevar; en eso Carlota sintió que el hombre se arqueaba y conseguía la cúspide cuando estaba a punto de quebrarle el espina­zo. El aire se impregnó de un intenso olor a semen y ella le acarició el cuello, asombrada, ¿Qué onda?, David se detuvo un momento, luego continuó bailando de ma­nera mecánica, respirando grueso, sin sonreír; ella se separó un poco, pues en ese momento se detuvo el caset. ¿Por qué se lo había permitido, si ni novios eran?, Pobre, quién se va a fijar, es el tonto del pueblo.

Serían las ocho, tres cachimbas de diesel ardían en los linderos del patio. David no cejaba aunque el resto de las parejas ya se había disuelto, Me quiere, me la voy a llevar a mi casa, la puedo mantener con lo que gano en el aserradero, si su novio se enoja me la llevo a Tamazula, le compro ropa, llegamos con mi tía Altagracia; pero antes de que empezara la siguiente rola los separó ni más ni menos que Rogelio Castro, ¿Qué pendejada es esta, tontolón? ¿Se te olvidó quién es el dueño de esta morra? Lo empujó, Tú sabes bien que aquí nomás mis chicharrones truenan, ¿o qué?, David no pronunciaba palabra. Aunque fueron juntos a la primaria Rogelio siempre fue un canalla, No ha pasado nada, lo interrum­pió Carlota, ¿Te pregunté, eh?, el recién llegado olía a alcohol y a mota quemada, la chica les dejó el campo libre, ¿qué más podía hacer? No ignoraba su error: aun­que estuviera harta, no podía bailar ni con el tonto del pueblo. David seguía trabado, intentaba controlar las ganas de ir a evacuar; en cambio Rogelio ya se estaba apaciguando, Todos saben que con esa vieja nomás mis huesos, que la tengo plaqueada, en el fondo pensaba Pinche tonto, qué le pudo haber hecho.

No fue la luz de las cachimbas, que era tenue, fue la luna lo que alumbró la mancha de semen en el panta­lón caki. Rogelio bajó la vista y fue como si le hubieran inyectado lamias, Hijo de tu pinche madre, sacó su re­vólver, Nomás eso me faltaba, que el más tonto del pue­blo me quisiera ver la cara. Podía matarlo allí mismo sin mayor trámite pero quería humillarlo, y se volvió a su novia, ¿Andas ganosa? Ahorita tú y yo nos vamos a arreglar hija de la chingada, al rato vas a saber lo que es canela, luego le gritó a David, ¿Eres muy hombre, ca­brón?, y le tiró a los pies para que bailara, ¿Con que muy machito, eh?, dio otro disparo y David cayó junto a una cachimba con serios retortijones. Rogelio trataba de pa­tearle los genitales pero no le atinaba, aprovechando que había bajado la pistola David procuró huir hacia el monte pero su enemigo A dónde vas hijo de tu madre, le cerró el paso y lo agarró a patadas, David intentó ale­jarse, mas el patio crecía y crecía con el espanto, Quiero ir al baño, gritó, Rogelio disparó al aire, Párate tonto pendejo, Quiero ir a mi casa. Sabía que había llegado su hora, por más tonto que sea, un serrano amenazado por cuestiones de amor con una pistola sabe que no tiene salvación, y menos si el atacante era Rogelio Castro. Su familia era la más exitosa en la siembra de mariguana y también la más sanguinaria de la región. Eran siete her­manos y Rogelio el más cruel: Vas a chingar a tu madre pinche cabrón. David vislumbró a Carlota Amalia vuel­ta de espaldas para no mirar, abrazada por sus amigas. Los demás permanecieron quietos, la violencia genera cobardía. Entonces David miró a su oponente, que an­tes de sacrificarlo se daba el lujo de apuntar al cielo con la pistola, para luego bajar el arma lentamente, cuando tocó una roca con la punta de los dedos y le tiró una pe­drada veloz a la cabeza, Pock, como supremo mecanis­mo de defensa.

Rogelio cayó sin sentido. El golpe fue tan tremendo que generó un vacío, un instante donde la luz de la lu­na estaba en las cachimbas y la de las cachimbas quién sabe dónde. David miró a los otros lleno de asombro, ¿Le pegué?, lo veían con caras alargadas como relojes de Dalí, ¿Le pegué en la cabeza? Creyó ver a su propio pa­dre entre las sombras, rodeado de animales, Papá no sé qué hice, pero su imaginación lo traicionaba, también creyó ver a su madre y a sus hermanas, buscó la Vía Lác­tea para saber si estaba soñando, pero el cielo estaba oculto por la niebla y se quedó en suspenso, ¿Dónde es­tará Carlota?, me gustó bailar con ella.

En eso David sintió como si alguien despertara den­tro de su cabeza, y escuchó una voz interior: ¿Qué traba­jos me esperan? Ojalá no me lleven demasiado tiempo, ¿Qué pasa?, se preguntó David, los presentes se habían congelado alrededor del cadáver, que aún sostenía la pistola, luego la gente comenzó a moverse y todo fue­ron voces y más voces, ¿Quién le avisa a Don Pedro Castro?, Hagan algo con el tontolón antes de que lleguen los hermanos, Avisen a su papá, Chale, no quisie­ra estar en sus zapatos, Pobre güey, ¿qué le van a hacer?, Carlota observaba el cuadro aterrada. David se sintió confundido, ¿Le pegué en la cabeza? Rogelio no era tan malo con él, y David lo acababa de matar como al vena­do que se encontró en el sendero: de una sola pedrada, Pueblo chico infierno grande, aseveró la voz, Debo salir de este maldito castigo, y la niebla se apoderó del patio.

La culpa es de Carlota, dijeron los que bebían Chacaleño, ¿Qué tiene que andar bailando si sabe que está apartada?, Espero que no se altere demasiado cuando sienta que estoy aquí, susurró la voz interior, que se oía ligeramente eléctrica, el comienzo siempre es difícil, Lla­men al comandante Nazario, sugirió alguien, y David sintió que unas ganas de evacuar le estrujaban el vien­tre. Se había acordado del comandante Nazario, días antes, cuando buscaba armadillos, vio cómo él y sus hombres asesinaban a tres presuntos guerrilleros en una cañada. La cárcel de Chacala era un cuarto inmundo que tenía el olor avasallante de la mierda acumulada, ¿Me va a apresar el comandante Nazario?, se preguntó y le respondió la voz: David, ¿me oyes? La voz, que podría ser la de una mujer que habla grueso o la de un hombre delicado, habitó completamente su cabeza, se la apretó, Por cinco, y lo llevas a esta dirección, Ah qué señor Valenzuela, no se hable más: esta vida es un camote, ¿viene usted?, No, es mejor que me quede. A David lo perturbaba su parte reencarnable, que pretendía aconse­jarlo: Si has matado a alguien más vale que huyas, un poco de movilidad no te vendrá mal, ¿No será mejor a caballo?, le preguntó a su padre, ¿Quieres que te atrape Nazario? Te tienes que ir en avioneta y apúrate antes de que el señor cambie de opinión, te va a dejar en casa de tus tíos, vas a estar con ellos unos días. El piloto encendió los motores, David empezó a gimotear, ¿Y el diablo?, su papá lo abrazó, No le hagas caso, hijo, y lo empujó a la nave, Sé que es duro, pero te tienes que ir, ya conoces a los Castro, ¡Hilo papalote!, el avión avan­zó unos metros, su papá se quedó en la pista de aterri­zaje cada vez más borroso, ¿desde cuándo no lloraba así?, escuchó dos disparos, Calmado, dijo el piloto, un rato más y estaremos en Culiacán.





2002









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