domingo, abril 12, 2009

"El libro de la almohada", de Sei Shônagon

Fragmento. Cosas que no pueden compararse



La visita de un amante es la cosa más deliciosa del mundo. Pero si el hombre es sólo un conocido, o si ha venido a una charla ocasional, puede ser un fastidio. Él entra en la habitación de la dama, donde un número de otras damas ocultas detrás de biombos murmuran, sin dar señales de que su visita será breve. Afuera, impacientes, su escolta y criados que lo han acompañado se sientan mostrando impaciencia, convencidos de que “el mango de su hacha se pudrirá”[1]. Bostezan largamente de hastío y agobio “Oh, la servidumbre –se dicen a sí mismos-. Oh, el sufrimiento. Ya ha de ser más de medianoche.” Probablemente ni se percatan de que los deben estar escuchando y, en todo caso, poco importa lo que digan. Por cierto que es bastante desagradable oír sus observaciones, y nuestro visitante encuentra que tales frases destruyen todo el placer que había tenido al mirar y escuchar a las damas.

A veces los criados no se atreven a volcar su sentir en palabras, pero muestran claramente, por la apariencia de sus rostros y por gruñidos que emiten, que están molestos. En circunstancias así, me divierte recordar el poema sobre “las aguas que hierven lejos allí abajo”[2]. Pero, si se levantan y se ponen en pie junto a una cerca del jardín y dicen “parece que va a llover”, o algo parecido, los encuentro odiosos.

Los criados que acompañan a nobles jóvenes y otras personas de calidad nunca se comportan de un modo tan grosero, aunque tales cosas a menudo suceden con personas de poca categoría. Cuando hace una visita, un caballero únicamente debe llevar consigo a aquellos criados cuyo carácter conozca bien.














[1] Alusión a la historia taoísta del leñador Wang Chih, que jugó una partica de go con dos sabios en la cueva de una montaña y que al partir vio que el mango de su hacha se había podrido. Al llegar a su pueblo, todos sus conocidos habían muerto hacía años. Así es que regresó a la montaña y alcanzó la condición de inmortal.

[2] Irónica alusión a un poema que habla sobre el silencio del verdadero enamorado.















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