miércoles, marzo 11, 2009

"A Love Supreme y John Coltrane", de Ashley Kahn

Extractos de la introducción



Bueno, no he tenido mucho tiempo libre en los últimos quince años, y cuando consigo tener un poco, normalmente estoy tan cansado que me voy a cualquier parte y me pongo a descansar durante dos semanas. Si es que consigo tener dos semanas. Y entonces la mayor parte del tiempo tengo la música todavía en la cabeza.

John coltrane
Japón, 1966


En el momento de conocernos, la mujer de sesenta y cuatro años se inclinó un poco y se llevó las manos a la frente, juntas, en señal de plegaria. Estaba envuelta en un vestido punjabi de colores brillantes y llevaba sandalias. Su delgadez era un reflejo tanto de su edad como de su dieta vegetariana. Al otro lado de una mesa, me hablaba suavemente con cadencias musicales. Al principio me tuve que inclinar hacia delante para poder seguir sus palabras. Pero rápidamente, con un vigor cada vez mayor, evocó el recuerdo de un día más de treinta años atrás, cuando fue testimonio de la concepción de una grabación musical imperecedera.

La vívida memoria de la señora [Alice] Coltrane eclipsó todo sentido del contexto histórico. No era difícil entender que ella viera el disco como a través de un túnel, millones de personas que habían escuchado y amado la música de la que ella hablaba también pensaban lo mismo sin tener conocimiento de cómo había nacido. Pero yo esperaba que me ofreciera detalles y una perspectiva más amplia: el verano de 1964, después de todo, fue una temporada muy trascendente.

Llegaban a su fin unos meses cálidos y maravillosos. Lindon B. Johnson todavía se estaba acomodando a su cargo de presidente, recientemente heredado, Vietnam no significaba más que una serie de escaramuzas lejanas, y Malcolm X todavía estaba vivo. Una economía propia de los tiempos de paz florecía mientras el conflicto racial empezaba a amenazar. El movimiento para los derechos civiles, que había llegado a su punto más álgido el año anterior con la marcha de 200.000 personas sobre Washington, parecía que estaba perdiendo impulso. Empezaron a estallar disturbios en Harlem y en otros guetos de Nueva York y Nueva Jersey.

La Feria Mundial se celebraba en la ciudad de Nueva York y la música más popular del momento venía de Liverpool y Detroit. Mientras los Beatles y la Motown lideraban las listas de éxitos, Bob Dylan lanzó su oportuno tercer elepé, The Times They Are A-Changin’ (Los tiempos están cambiando). Pocos meses más tarde, el cantante de soul Sam Cooke respondería escribiendo su propia predicción llena de confianza: «A Change Is Gonna Come» (Va a llegar un cambio).

En el frente del jazz, un primo marchoso del hard bop de los cincuenta llenaba de público los escenarios; los grupos liderados por Cannonball Adderley, Ramsey Lewis y Chico Hamilton estaban en la cresta de la ola del soul jazz. Las leyendas –Duke, the Count, Louis (que con su inesperado éxito «Hello, Dolly» había llegado a lo más alto de las listas de pop)– mantenían contentos a los fans más veteranos. Entonces, la antorcha del free jazz, que habían prendido unos pocos años atrás Ornette Coleman, Charles Mingus y Cecil Taylor, era enarbolada por una nueva vanguardia. Para muchos, su música feroz y desafiante con la tradición explotó con la ira cargada de significado político de aquellos tiempos. La hermandad de la «New Thing» –Albert y Donald Ayler, Archie Shepp y Bill Dixon, entre otros– reivindicaba un líder, un saxofonista cuyo estilo agresivo nutría el sonido y el espíritu de exploración de todos ellos: John Coltrane.

«No creo que la gente me copie forzosamente», afirmaba Coltrane al final de aquel verano. Según él, era cuestión de elegir el momento oportuno. «En cualquier arte llega un momento determinado en el que hay ciertas cosas flotando en el aire... un número de gente puede llegar a la misma conclusión haciendo un descubrimiento similar al mismo tiempo.» Lo que Coltrane no sabía era que estaba a punto de ofrecer un alegato musical singular que le reportaría una fama todavía más grande de la que había gozado hasta el momento y que iría más allá de su categoría y su tiempo.

Para Coltrane, el año 1964 había sido un período de trabajo imparable. Su agencia, Shaw Artists, le había hecho cruzar el país de punta a punta en una furgoneta junto con su cuarteto durante la mayor parte del verano. Filadelfia, Chicago, Nueva York, San Francisco. De vuelta a Nueva York. Necesitaba unas pocas semanas de descanso, y tenía la excusa perfecta. El 26 de agosto había nacido su primer hijo. John y Alice llevaron a John Jr. a la casa de dos pisos que acababan de comprar en Dix Hills, un barrio tranquilo de Long Island, Nueva York. Para Coltrane era una extraña oportunidad de dejar descansando en el suelo su saxofón, tumbarse con los pies en alto y estar con su familia.

Pero la naturaleza obsesiva de Coltrane no le dejó descansar. Se pasó cinco días recluido en el piso de arriba con un bolígrafo, papel y su saxofón. «Era a finales de verano, o a principios de otoño, porque esos días hacía buen tiempo en Nueva York», recuerda Alice. «En el piso de arriba había una zona que no ocupábamos y a la que casi nunca íbamos, a veces un pariente venía de visita [y] allí era donde lo alojábamos. John solía subir, se llevaba algo de comida de vez en cuando, y se pasaba las horas meditando sobre la música que oía en su interior.»

Alice estaba ocupada con John y Michelle, su hija de cuatro años fruto de su primer matrimonio. Cuando finalmente volvió a bajar, Alice se dio cuenta de que Coltrane, normalmente sumido en sus pensamientos, estaba extrañamente sereno.

Era como Moisés bajando de la montaña, fue tan bonito. Bajó y tenía esa alegría, esa paz en el rostro, tranquilidad. De manera que le dije: «Explícamelo todo, no te hemos visto en cuatro o cinco días...». Él dijo: «Ésta es la primera vez que me ha llegado toda la música que quiero grabar, en una suite. Ésta es la primera vez que lo tengo todo, todo listo».
Tres meses después, Coltrane entró en el estudio de grabación para dar forma a sus meditaciones en un álbum en el que se combinaba música y significado, un álbum que no se parecía en nada a lo que había hecho hasta aquel momento. A Love Supreme era el título que ya había escogido para ese ambicioso proyecto.

A Love Supreme es la suite de jazz en cuatro partes que John Coltrane grabó en el curso de una noche con el pianista McCoy Tyner, el bajista Jimmy Garrison y el baterista Elvin Jones. Sorprendió a Coltrane en un punto culminante de su trayectoria creativa: la cristalización de los últimos tres años como parte de aquel famoso cuarteto, antes de virar hacia la fase final y más discutida de su carrera.

Después de llegar a los comercios y a las ondas radiofónicas, en febrero de 1965, menos de dos meses después de su grabación, A Love Supreme se convirtió en un éxito de ventas en los círculos jazzísticos, y se escuchaba tanto en los dormitorios de los colleges como en los pisos de los guetos, en las esquinas de Harlem y de Haight-Ashbury: un disco unificador encumbrado gracias a la oportunidad del momento en que salió. «A Love Supreme llegó e influenció a toda la gente que estaba por la paz», recordaba Miles Davis. «Los hippies y la gente así.»

A mediados de los sesenta, A Love Supreme destilaba los temas de la década: el amor universal y la conciencia espiritual. «En los sesenta, estamos en la época de las religiones orientales, la nueva espiritualidad y el Hare Krishna, y ésa era la matriz de donde provenía Trane... y encajó perfectamente», señala el saxofonista Archie Shepp.

A Love Supreme nunca ha pasado de moda, y a través de los cambios, con el paso de las décadas, desde el optimismo de cielos azules hasta la dureza del hastío, la relevancia de la música y su mensaje han permanecido constantes. «Sé que hay mucha gente que ni tan sólo quiere escuchar música de cinco, cuatro años atrás», comenta Alice Coltrane. «Pero A Love Supreme tiene un espíritu de renovación propio... es intemporal, es eterna.»
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Diferentes elementos del álbum –desde la fotografía de la portada que muestra al saxofonista con aire pensativo hasta el reconocible motivo del bajo, que recuerda a un mantra– aparecen regularmente en películas, revistas y otras grabaciones musicales. La voz resonante de Coltrane cantando el título del álbum –la primera vez que dejó que su voz se oyera en una grabación– es su marca personal más recordada y más profusamente citada. El mismo título, con la inversión poética del adjetivo, ha quedado arraigado en la fraseología colectiva de la lengua inglesa; los publicistas lo toman prestado libremente para indicar una pasión por la perfección (ya sea espiritual, sensual o la que consigue incrementar ventas).

Coltrane creó A Love Supreme como un regalo al Divino. Años antes de que las estrellas del rock honraran a sus respectivos gurús en sus álbumes, décadas antes de que los discos compactos de hip hop incluyeran el ahora obligatorio grito al Todopoderoso, Coltrane dedicó abiertamente su disco con las siguientes palabras: «Como una humilde ofrenda a Él».

Los dos textos que Coltrane incluyó en el disco –una carta dedicada al «querido oyente» y un poema dirigido a Dios– son los únicos ejemplos de su escritura que acompañan un álbum. Sus palabras lo dejaban desnudo en público, eran una confesión abierta de devoción divina. Buena parte del público del momento, más acorde con la estética moderada y fría del mundo del jazz, encontró inusualmente desconcertante el atrevido mensaje de despertar espiritual que proclamaba el disco.

Resonando por encima de todos los demás elementos está el sonido apasionado de A Love Supreme: un equilibrio coherente de composición e improvisación, de forma y energía, como ningún otro título de la discografía completa de Coltrane. El disco construía, derribaba y volvía a erigir una serie de estructuras de blues en clave menor que eran supuestamente simples. Las melodías –expresadas de forma sucinta pero memorable– abrían las puertas a través de las cuales el cuarteto se adentraba en una montaña rusa de una dinámica cronometrada con precisión. La interacción de sus reconocibles estilos era muy potente: los acordes de Tyson aportando tensión; la batería extática de Jones; las líneas fluidas del bajo de Garrison. Los mismos solos infatigables de Coltrane crecían en espiral desde un susurro meditabundo a gritos feroces, medio ahogados, con el ritmo experimentado de un predicador dominical.

A Love Supreme lo unía todo en una mezcla que dejaba al descubierto las raíces y las influencias del cuarteto: el efecto propulsor y renacedor de los polirritmos africanos. Los tempos lúgubres del jazz modal. El lamento melancólico de la música folklórica del Lejano Oriente. La urgencia del free jazz. La agitación del bebop. El sentimiento familiar del blues. La liberación orgásmica del gospel.
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«Música», afirma Elvin Jones. «Así es como yo lo llamaría.»
«La música no debería ser fácil de comprender», afirmaba John Coltrane en 1963. Por aquel entonces, estaba tan íntimamente acostumbrado a los aplausos como a las burlas. La controversia se había convertido en una compañera habitual en una carrera jalonada de numerosas grabaciones como líder y como acompañante. Había aprendido a estar por encima de las críticas. Era la música lo que determinaba su camino. En el punto álgido de su colaboración con Miles Davis aportó unos solos emotivos a la obra maestra modal del trompetista de Kind of Blue, y podría haber seguido ese camino dócil y de eficacia probada. En lugar de eso se quedó con lo que encontró necesario de las lecciones de improvisación que le dio esa colaboración, siguió experimentando más allá y forjó su sonido propio de mitad de los sesenta, hipnótico y exultante.

En un primer momento, el álbum de Coltrane y el disco más vendido de Davis pueden parecer semejantes. Pero A Love Supreme no es Kind of Blue, ni por su estilo ni por su efecto. El primero sugiere la intensidad del momento de una actuación en vivo y en directo; el otro disco, famoso por su llama fría y su quietud zen, parece que saca su energía de la atmósfera relajada del estudio.

Kind of Blue es alabado por la manera en que se coló sin esfuerzo aparente (y continúa haciéndolo) dentro de la conciencia musical de generaciones. A Love Supreme no es un valor tan fácil de vender; por esa razón, su escalada hasta convertirse en una obra imperecedera y de talla popular es todavía más impresionante. Para los oídos no acostumbrados a la música moderna improvisada, contiene demasiados sonidos nuevos y estructuras demasiado extrañas y extensas. Incluso para los iniciados en el jazz, la emoción cruda de las cadencias de Coltrane y la barrera explosiva de la percusión de Jones pueden ser chocantes y desagradables al principio.
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«Tienes que ir acercándote a la música tú solo, gradualmente», afirmaba Coltrane. «No se puede recibir todo con los brazos abiertos.»

«Debemos retarnos a nosotros mismos», se entusiasmó de repente Alice Coltrane mientras hablaba de su difunto marido. «Nos hace más fuertes, nos otorga una visión más clara... una mejor percepción.» Si algún músico de jazz puso a prueba esta máxima –poniendo a prueba también a su público y a sí mismo–, ése fue John Coltrane.
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Todo lo que promueve la canonización de Coltrane –su sonido, su leyenda, el alcance de su influencia– continúa impulsando más arriba a A Love Supreme. El álbum es para Coltrane lo que era un discurso en Washington Mall para Martin Luther King Jr., lo que era un sermón en lo alto de una colina para Jesucristo.

Es difícil escribir sobre Coltrane y no sonar torpe. Los paralelos con Cristo son tan tentadores como las inevitables metáforas entre Trane, su apodo, y tren (homófonos en inglés). La vida de autosacrificio del saxofonista, su mensaje de amor universal, su muerte a una edad temprana, incluso las iniciales de su nombre, hacen que sea más fácil caer en esa tentación.
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A Love Supreme agarra el listón y lo lanza hacia el cielo. La innegable espiritualidad del álbum –otra área de estudio que pone a prueba el vocabulario existente– abre la puerta a un reino en el que el análisis de los detalles específicos corre el riesgo de parecer poco serio, en el que la discusión del poder divino se convierte en un esfuerzo insincero y rutinario. A pesar de ello, cada vez que volvía a escuchar el álbum me sentía más obligado a tratar la apasionada espiritualidad de Coltrane. Aunque me considero un completo agnóstico y un racionalista acérrimo, estoy dispuesto a admitir que hay muchas cosas que parecen producto de alguna fuerza eterna bajo una dirección espiritual: las estaciones, la gravedad, las matemáticas, el amor romántico. «Dios respira completamente a través de nosotros», escribió Coltrane en A Love Supreme, «pero de una forma tan suave que casi no lo notamos».








2002








John Coltrane en el Festival Mondial du Jazz Antibes, Juan-les-Pins, Francia, el 26 de julio de 1965, única performance en vivo que se conoce de A Love Supreme.










3 comentarios:

Anónimo dijo...

oye , tremendo disco Jc. Con este me inicié en el jazz, por lo que le tengo un cariño especial.

jonatanpb dijo...

Magistral descripción. Excelente album.

Saludos.

Villavicencio dijo...

Tremendo disco, y tremendo texto.