Los libros tienen a veces el don de abrirse proféticamente en páginas reveladoras y dirigir los ojos de los lectores a la palabra, la línea, el párrafo que hacen la luz. El libro en este caso es Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano (1776), de Edward Gibbon. La página en la que se abrió casualmente, uno de estos días, dice: "Tocó a Augusto renunciar al ambicioso propósito de someter a toda la tierra, e introdujo un espíritu de moderación en los debates públicos. Inclinado a la paz por su carácter y su situación, fue fácil para él descubrir que Roma, en su elevada posición presente, tenía muy poco que esperar del arbitrio de las armas, y mucho que temerle; y que en la consecución de guerras lejanas, la empresa se hacía cada día más difícil, el resultado más dudoso, y la conquista más precaria y menos beneficiosa".
A medida que la presencia de las fuerzas de ocupación estadounidenses estimula la respuesta defensiva de los iraquíes, ahora liberados de la opresión de la dictadura de Sadam Husein, la imagen de Gibbon cobra mayor significado.
La invasión de Irak por los Estados Unidos ha sido un error de magnitud napoleónica, y a la luz de ese error tal vez pueda comprenderse mejor lo que sucedió en Bagdad entre el 10 y el 14 de abril de 2003, cuando lo que ha sido descrito como un 'bibliocausto' y un 'memoricidio' tuvo lugar a la vista de las fuerzas invasoras. En esos días se produjo el saqueo del Museo Arqueológico de Irak, y el incendio de la Biblioteca Nacional de Bagdad y los Archivos.
El saqueo del museo ha sido prontamente investigado. Fuentes expertas afirman que ocurrieron dos hechos más o menos simultáneamente. Por una parte, bandas de ladrones profesionales se apropiaron de piezas históricas y arqueológicas que ya poseían comprador, aún antes de haber sido sustraídas. Por otra, masas fuera de control entraron al museo, como a otros edificios públicos, y se apoderaron de objetos de escaso valor cultural, como sillas, mesas, artefactos eléctricos, ordenadores, en una aparente "fiesta de reparto" del patrimonio del dictador. Algunos de ellos se llevaron también como souvenir piezas arqueológicas, y objetos culturales e históricos de dudoso valor venal, cosa que pronto pudieron descubrir.
La destrucción en el museo fue una mezcla de robo de arte profesional y motín popular, aunque acerca de las causas motoras de este último no está todo dicho. Estas acciones, dicen testigos, fueran alentadas, megáfono en mano, desde los tanques, por los intérpretes kuwaitíes que acompañaban a las unidades militares estadounidenses.
El museo quedó en ruinas, pero no totalmente despojado de su contenido patrimonial histórico, del que ha sobrevivido una buena parte; fuera de las piezas clave que se llevaron los ladrones profesionales, los saqueadores se llevaron equipamiento y materiales de infraestructura: lo que se puede vender como chatarra.
En la Biblioteca Nacional, sucedió algo diferente, aunque en comparación todavía es poco lo que se sabe. La Biblioteca Nacional fue primeramente saqueada por ladrones profesionales, como el museo, lo que está ratificado por la aparición de obras robadas en el mercado internacional de libros y documentos antiguos. Pero luego fue incendiada intencionalmente para destruir sus contenidos, lo que está demostrado por las evidencias del uso de granadas de fósforo blanco en su incendio.
Robert Fisk, el periodista británico especializado en Medio Oriente, presenció el saqueo e incendio de la Biblioteca, e intentó prevenirlo advirtiendo (sin resultado) a las fuerzas de ocupación estadounidenses. Luego lo narró en un artículo del diario británico The Independent ("Library books, letters and priceless documents...". Abril 15, 2003) que ha dado la vuelta al mundo. Dice, en parte: "De modo que ayer tocaba la quema de los libros. Primero llegaron los saqueadores, y detrás, los incendiarios. La Biblioteca Nacional y los Archivos, tesoro inapreciable de documentos históricos otomanos, incluidos los papeles de la antigua monarquía iraquí, quedaron reducidos a cenizas. Y a continuación ardieron la Biblioteca Coránica y el Ministerio del Patrimonio Religioso".
"Yo mismo pude ver a los saqueadores. Uno de ellos me maldijo cuando intenté recuperar un libro sobre la ley islámica que llevaba un niño de 10 años. Entre las cenizas de la historia iraquí, hallé agitándose en el viento una carpeta de cartas manuscritas intercambiadas entre los cortesanos de Sarif Husein, de la Meca, quien encabezó la revuelta árabe contra los turcos alentada por el agente británico T. E. Lawrence, 'Lawrence de Arabia', y los gobernantes otomanos de Bagdad".
"Y los estadounidenses se quedaron de brazos cruzados. Por todo el patio en ruinas los revolvía el viento: cartas de recomendación a las cortes de Arabia, pedidos de municiones para las tropas, informes sobre robos de camellos y ataques a peregrinos, todos en la delicada caligrafía arábiga. Tenía en mis manos los últimos vestigios de la historia de Irak escrita en Bagdad. Pero para Irak, éste es el Año Cero. Con la destrucción, el domingo, de las antigüedades del Museo Arqueológico y la quema luego de los Archivos Nacionales y de la Biblioteca Coránica, la identidad cultural de Irak ha quedado obliterada. ¿Por qué? ¿Quién inició estos incendios? ¿Con qué propósito demencial se destruye esta herencia?".
"Cuando alcancé a ver el incendio de la Biblioteca Coránica, llamaradas de 30 metros de alto brotaban de sus ventanas. Corrí a la sede de la autoridad de la potencia ocupadora, la Oficina de Asuntos Civiles de los U.S. Marines. Un oficial gritó a un colega: 'Este hombre dice que algo como una biblioteca bíblica (sic) se ha incendiado'. Les mostré la ubicación exacta en el mapa; les di el nombre en inglés y en árabe; les dije que el humo podía verse desde tres kilómetros a la redonda; que estaba a cinco minutos de coche. Media hora más tarde, todavía no había llegado ningún norteamericano al lugar, y las llamas alcanzaban los 50 metros".
Esto ocurrió en Bagdad, el domingo 13 de abril de 2003. Han pasado tres meses largos. La UNESCO envió desde entonces dos misiones de expertos para evaluar los daños sufridos por el patrimonio cultural de la Humanidad en Irak, en abril y posteriormente a la ocupación estadounidense. Sus esfuerzos se han concentrado en el Museo Arqueológico. Sobre la Biblioteca no hay ningún resultado oficial. Sin embargo, otra historia comienza a emerger lentamente.
El edificio de la Biblioteca Nacional, que guardaba no sólo tesoros bibliográficos árabes como los originales de Averroes y de Omar Jayam, sino también las traducciones de Aristóteles y los testimonios de la vida civil iraquí bajo el Imperio Otomano, ha quedado reducido a una cáscara calcinada, dentro de la cual yace una espesa capa de cenizas de papel, papiro y pergamino.
Pero una buena parte de su patrimonio se ha salvado, en parte por el azar, en parte por la codicia, en parte por la generosidad humana. El azar hizo que parte de las colecciones históricas de la Biblioteca fueran enviadas a otros edificios para facilitar su conservación. La codicia hizo que Sadam Husein se apropiara de miles de manuscritos históricos para su colección personal. La generosidad humana hizo que decenas de personas, ante la inminencia de la invasión y el recuerdo de los saqueos de 1991 se lanzaran a salvar lo que se pudiera de la Biblioteca, ante la inminente ruina.
Todo esto, que representa entre un 30 y un 60 por ciento del acervo de la Biblioteca, está disperso ahora en depósitos, mezquitas y otros edificios, en poder de particulares o bajo la vigilancia de quienes no siempre pueden saber qué custodian ni para qué lo hacen, como pueden ser las fuerzas de ocupación.
Fernando Báez, el experto internacional en la destrucción de bibliotecas y quema de libros, quien ha visitado Bagdad luego del saqueo y, en estos días, participó en un encuentro en la Escuela de Letras de Madrid resumió recientemente el panorama en un reportaje para Librusa. Dijo, en parte: "Un millón de libros desapareció en la toma de Bagdad, además de las tabletas de arcilla destruidas o robadas del Museo Arqueológico. Creo que estos dos eventos ya no podrán ser olvidados. En ambos casos es grave lo ocurrido, pero sin duda que las bibliotecas sufrieron mayor daño y han sido las peor atendidas. El desastre de las bibliotecas es total, absoluto. Tampoco se salvaron los archivos. En la quema del Archivo Nacional de Bagdad se perdieron millones de documentos".
"Más de 700 manuscritos antiguos fueron destruidos y más de 1500 desaparecieron. En cuanto a las obras, las pérdidas son variadas. Manuscritos con las primeras traducciones al árabe de Aristóteles, obras de Omar Jayam, textos de la literatura persa antigua, poemas sufíes, novelas, crónicas árabes, mapas de Persia. Esto ha sido horrible".
"Lo último que he encontrado es que ya se reconoce que sólo se salvó el 30 ó 35 por ciento del total de los libros de la Biblioteca Nacional de Bagdad. De lo que se salvó, una parte fue robada y hoy está a la venta. En las ventas de libros en las calles, en un bazar próximo, ante los ojos de todo el mundo, hay volúmenes que tienen el sello de la Biblioteca Nacional. Hay libros que son baratísimos. Varios manuscritos persas fueron ofrecidos en Nueva York a un anticuario de enorme fama, quien pasó el dato a Interpol. Otra parte de la colección está en la mezquita de Al Hak, donde hay más de 250.000 volúmenes que ocupan un espacio importante. Hay también libros en lugares secretos, algunos ya revelados, pero otros no saldrán a la luz por ahora".
Gema Martín Muñoz, la socióloga del mundo árabe y musulmán de la Universidad Autónoma de Madrid, quien también participó del encuentro con Báez en la EDLDM señalaba, por su parte, ante la descripción de esta devastación, que la destrucción de estos libros y documentos que integran el patrimonio cultural de la Humanidad no puede atribuirse a ningún fanatismo religioso de los iraquíes. Su identidad nacional y su tradición están por encima de sus pasiones o sectarismos religiosos, como lo demostraron en la guerra contra Irán, afirmó la experta en el Mundo Árabe.
En su reciente libro sobre Irak, Martín Muñoz muestra en cambio los mecanismos perversos que puso en marcha el colonialismo de las grandes potencias occidentales en esta región -primero Gran Bretaña y Francia, ahora los Estados Unidos- que pueden arrojar luz sobre estos acontecimientos catastróficos.
Bibliocausto, memoricidio, ¿impunidad? En los meses previos a la invasión estadounidense, expertos internacionales e instituciones de gran prestigio como el Instituto Arqueológico de Chicago o la UNESCO advirtieron al gobierno de Washington del peligro que representaba para el patrimonio cultural de la Humanidad una nueva guerra en territorio iraquí. Mantuvieron reuniones, presentaron informes, ofrecieron listas de sitios a proteger. La lección de Gibbon, tal vez, ya se ha perdido (hay que ganar a cualquier precio las guerras que estamos condenados a perder).
El Ministerio del Petróleo en Bagdad fue celosamente custodiado por los marines. No falta una hoja de sus archivos. La biblioteca ardió, y el museo fue sistemáticamente saqueado, mientras los mismos marines miraban impasibles. Los partidarios de las teorías conspirativas de la historia piensan que este atroz acontecimiento ha sido fruto de una mente perversa decidida a quebrar la moral de los iraquíes destruyendo los más altos símbolos de su identidad nacional.
No ha sido, tal vez un presidente o un ministro; puede haber sido sólo un tecnócrata gris, un oscuro oficial de Estado Mayor, un experto en guerra psicológica, quien agregó un párrafo en un documento oficial pero secreto. Quienes conocen Irak piensan que es imposible que los mismos iraquíes hayan querido cometer esta devastación de su propio patrimonio cultural. ¿Quiénes son pues los responsables? ¿Gozan de inmunidad? ¿No habrá penas para bibliocaustas, memoricidas?
Ante la inminente creación de una corte internacional capaz de juzgar delitos contra la humanidad, los Estados Unidos han exigido que los militares que envíe en misiones internacionales sean declarados exentos de la jurisdicción de este tribunal, que finalmente Washington se ha negado a reconocer. Pero existen obligaciones jurídicas internacionales anteriores.
Es hora de iniciar las acciones legales para establecer responsabilidades y aplicar las sanciones que correspondan. Esto no restituirá los libros quemados, pero tal vez prevenga futuros bibliocaustos y memoricidios, desalentando la expectativa de impunidad en sus perpetradores.
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