viernes, febrero 15, 2008

“Electronic for the people, todo es techno”, de Aldo Linares





Aunque parezca extraño, aún sigue sorprendiendo a mucha gente que alguien pueda hacer música sin que implique el modo tradicional de ejecución de un instrumento. también sigue pareciendo raro que una máquina pueda provocar sonidos de lo más extraños. Da igual: todo, absolutamente todo, es techno. Fuera de cualquier apreciación y prejuicio, lo cierto es que la presencia de la electrónica no es algo reciente, ni mucho menos de moda. Hay mucho detrás, curiosidades, intentos y hallazgos que han hecho que exista otra expresión, otra forma de emocionante apreciación auditiva.

Primero fue el ruido en estado animal. Si nos fijamos detenidamente, notaremos que estamos rodeados de ruidos, de sonidos que pueden generar cadencias, ritmos. La naturaleza nos hace gozar de sinfonías urbanas, campestres, aisladas y, también, íntimas. Tanto como si vas a fotocopiar algo como si te acuestas y posas tu oído sobre la almohada, sentirás que hay una buena cantidad de sonidos que se entrecruzan, encadenan, aparecen y desaparecen en tu presencia a modo de estrellas fugaces. Todo genera sonido, todo es susceptible de ser materia prima para generar un ritmo. Hasta el vacío, por efecto, puede producir algo en tus orejas. Lo cotidiano es el mejor y mayor banco sonoro que existe. Es la idónea lanzadera para disparar la imaginación hasta límites impresionantes. Quizás por ello es que la música electrónica siempre ha estado asociada al futuro, a la magia de lo extraterrenal y a las introspecciones más inusitadas. Quizás así lo interpretan muchos de los productores de hoy con su instrumental, no todos obviamente. El ruido, el sonido, su vibración y modulación, sus efectos: Todo es tan antiguo y tan moderno que sobrecoge pensar en un mundo sin ello.

Mucho antes que todo lo que vemos en los escenarios y oímos en los discos, hubo gente experimentando y preparando el camino para que alguien, según su idea y su estilo, pudiese valerse de tantos recursos electrónicos. Es necesario nombrar a muchos de los visionarios que en el siglo XX crearon los más insospechados artilugios para coger el pulso del ruido. Seguramente sin gente como Luigi Russolo, Richard Huelsenbeck, Kurt Schwitters, Tristan Tzara, John Cage, Walter/Wendy Carlos o Karl Heinz Stockhausen, mucho de lo que escuchamos ahora no tendría el calado que tiene. Pero es que aún podemos remontarnos más en el pasado. Se dice que Pitágoras ya elaboró un sistema de rangos numéricos aplicados a la escala musical al que denominó Armonía de Las Esferas, entre el siglo V y VI después de Cristo. En el año 1500 se crearon los primeros órganos hidráulicos, los llamados Hydraulis. En 1738, aparecen los pájaros mecánicos que emitían insólitos trinos. En 1761, Abbe Delaborde se las ingenia para idear y fabricar el Clavecin Electrique. En 1906, Thaddeus Cahill crea el Dynamophone, un claro antecedente de los equipos de música. En 1912 se lleva a cabo el primer concierto futurista, con Filippo Tomasso Marinetti y Luigi Rusolo ofreciendo a los espectadores su concierto del Arte de Los Ruidos. En 1930 aparecen las cintas de audio. Así, podríamos seguir, entre Theremines, Ondas Martenot, Trautoniums, pianos electroacústicos, Ondiolines y demás prodigios del escaparate mental de mucha gente inquieta que, paradójicamente, buscaban la síntesis, el culmen de un proceso transformador para hacer de la sensibilidad auditiva una experiencia completa.

De las intrincadas máquinas de aquellas épocas a los estratosféricos impulsos de un Moog, hay una fila de pequeñas consecuencias, al igual que de una grabadora de cinta se ha llegado al sampler. A mediados de los años 50, y entrados los 60, el pop empezó a fijar sus miras en aquellos ingenios. Jean Jacques Perrey, Marty Denny o Esquivel hicieron fotogramas sonoros de amable lounge music. El genial Joe Meek fue uno de los primeros productores que realmente vislumbró un nuevo horizonte para el pop. Mediante sus experimentaciones, facturó una forma de llevar al pop a lejanas galaxias, a confines sentimentales más ensoñadores. Canciones como “Johnny Remember Me”, “Telstar” o “I Lost My Heart At The Fairground” o epopeyas interestelares como el álbum “I Hear A New World”, son indudables señales de un futuro abierto para quien quisiese hacerse con él. Brian Wilson optó por esta opción y, a cambio, pudo crear perlas como “Good Vibrations”, donde un ululante Theremin describía un mágico trayecto. La psicodelia abrazó las nuevas fuentes de poder, ecos, cintas al revés y otros aparatos encandilaron al mundo. The Beatles sucumbieron en “Revolver”, el álbum donde McCartney, usando una máquina de cinta Bernell, creó auténticos loops. Algo parecido ocurrió con Pink Floyd en “The Piper At The Gates Of Dawn”, un compendio de misterio a varios metros del suelo. Mientras tanto en Alemania bandas como los tempranos Kraftwerk, Can, Neu!, Cluster, Amoon Düül, Tangerine Dream o los americanos Silver Apples volaban a su aire.

En los 70s se formaron bandos de antagónico uso de la electrónica: El rock progresivo y la disco music. Por un lado, los delirios cósmicos de personajes como Rick Wakeman o Keith Emerson exigían una difícil predisposición anímica y auditiva, y por otro Giorgio Moroder, Gino Soccio y Cerrone hablaban al cuerpo sin tapujos. Es aquí donde las máquinas se hicieron con las pistas de baile de todo el planeta con los venenosos ritmos sobre los que gente como Sylvester, Boney M, Lipps Inc. o Donna Summer, soltaba toda su carga sexual. Quien haya escuchado “You Make Me Feel (Mighty Real)”, “Ma Baker” o “I Feel Love” sabrá el por qué de estas palabras. ¿Qué sería del deep house sin estas referencias? ¿O del pop bizarro sin el chispeante “Pop Corn” de Gershon Kingsley?

En una maravillosa tierra de nadie hubo quienes directamente se lanzaron al vacío: Los alemanes Kraftwerk y el británico Brian Eno. Los primeros llevaron su robopop a la cúspide de un nuevo futurismo en el que los robots, los laboratorios espaciales y el Trans-Europa Express mostraban horizontes de grandeza. Brian Eno, por su parte, dio a los grandes Roxy Music un envoltorio elegante e innovador, siendo uno de los padres del ambient. En Norteamérica, Martin Rev y Alan Vega hacían caso omiso a la estrechez del punk con una especie de brutal rockabilly tecnificado bajo el gran nombre de Suicide. Su alcance ha sido tal que hoy es innegable que casi todo el electropunk, electroclash y demás etiquetas les deben la vida. Tanto como a otra gente que empezaba como Throbbing Gristle, Ultravox, The Human League, Tubeway Army, Wire, OMD o Devo. Los 80 trajeron la new wave, el post punk, el gothic, el techno pop, el new romantic, el electro, la electronic body music, el hip hop y el noise, entre otros. Aparecieron mil bandas en las que los sintetizadores y las cajas de ritmo eran los instrumentos estrella. Junto a los mencionados, podrían adjuntarse nombres como Naked Eyes, D.A.F., Rational Youth, Esplendor Geométrico, Thomas Dolby, Yello, Eurythmics, Blancmange, Afrika Bambaataa, Krisma, Gary Numan, Section 25, Los Encargados, The Associates, Propaganda, Bronsky Beat, Los Prisioneros, A Flock Of Seagulls, El Aviador Dro Y Sus Obreros Especializados, Visage, The Neon Judgement, Spk, Coil, Electrodomésticos, Sigue Sigue Sputnik, Cybotron, Oviformia Sci, Yellow Magic Orchestra, Einsturzende Neubauten, Whitehouse, etc. Algunos dejarían una huella imborrable y otros pasarían al olvido. La música de baile, como término amplio, también asumiría el hedonismo de aquellos días. El italodisco y el highenergy dejarían héroes como Patrick Cowley o Bobby O, productores que junto a otros como Trevor Horn, Arthur Baker, Harold Faltermeyer o Stephen Hague, redimensionarían el papel de estar tras la mesa de mezclas. Esta década sería definitiva para el pop. Y no es para menos. The Human League, Soft Cell, Depeche Mode, Kraftwerk, OMD, Pet Shop Boys, Front 242, Nitzer Ebb o New Order, sentarían los pilares de un mañana tan próximo como excitante, cuyo siguiente testigo sería el house.

El hazlo tú mismo era el eje del house. No hacía falta estar en un grupo para poder hacer tu propia música. Los clubes eran los templos del disfrute y los smileys auguraban la llegada del acid house, el resultado de un deslumbrante error de manipulación de la Roland TB-303 por parte de Dj Pierre. Junto a él, gente como Mr. Fingers, Derrick May, Adonis, Keith Farley, Kevin Saunderson, Juan Atkins, y otros, cimentaron la desembocadura del sonido de Detroit, el techno. Desde aquel momento todo ha sido vértigo: Aumentaron los beats y las denominaciones, cada cual más singular. Gabber, intelligent techno, ambient dub, noise, digital hardcore, trance, jungle, trip hop, IDM y demás, entre nombres como The Shamen, The Beloved, Underworld, The Orb, Merzbow, The Future Sound Of London, Scorn, Autechre, Aphex Twin, Atari Teenage Riot, Cosmic Baby, Sabres Of Paradise, Orbital, Jeff Mills o Plastikman, llenaron el planeta de bleeps, loops, bombos y platillos en sellos como Warp, Basic Channel, Fax o R&S. Aunque también empezaron a asomar algunos clichés resultantes de la popularización de equipos y programas de secuenciación, de bancos de sonido y de fórmulas fáciles por doquier. Hoy, el minimal, el grimme, el microhouse y lo experimental aparecen junto a sellos como Kompakt, Border Community, Morr, Sahko, Traum, Shitkatapult, Playhouse y artistas como Luciano, Andreas Tilliander, Nathan Fake, Richie Hawtin, Pansonic o Isan, fundiéndose con el punk funk y el electropop de LCD Soundsystem, Tiefschwarz, Colder, Ada, Figurine, Ladytron, Superpitcher, Miss Kittin, Kate Wax o Hell. Ahora todo tiende a mezclarse, como si se gestase algo nuevo, o no. ¿Qué queda? ¿Esperar? El sonido no se puede detener, tiene que haber algo más allá de cualquier loop. Algún nuevo ingenio pleno de circuitos al que alguien le sugiera la novedosa aventura del avance electrónico. Alguna alternativa al gozo que, si quiere, pueda alterar la fórmula habitual del baile, o producir otra aún más imaginativa. El sonido no se puede detener, el sonido no se puede detener, el sonido no se puede detener...







Fotografía: Kraftwerk en vivo










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