jueves, febrero 14, 2008

"Discurso en Caracas, Venezuela", de José Martí

Fragmento


Y vi entonces, desde estos vastos valles, un espectáculo futuro en que yo quiero, o caer o tomar parte. Vi hervir las fuerzas de la tierra; y cubrirse como de humeantes desfiles de alegres barcos los bullentes ríos; y tenderse los bosques por la tierra, para dar paso a esa gran conquistadora que gime, vuela y brama; y verdear las faldas de los montes, no con el verde oscuro de la selva sino con el verde claro de la hacienda próspera; y sobre la meseta vi erguirse el pueblo; y en los puertos, como bandadas de mariposas, vi flamear, en mástiles delgados regocijadas, alegres y numerosísimas banderas; y vi, puestos al servicio de los hombres, el agua del río, la entraña de la tierra, el fuego del volcán. Los rostros no estaban macilentos, sino jubilosos; cada hombre, como cada árabe, había plantado un árbol, escrito un libro, creado un hijo; la inmensa tierra nueva, ebria de gozo de que sus hijos la hubiesen al fin adivinado, sonreía; todas las ropas eran blancas; y un suave sol de enero doraba blandamente aquel paisaje. ¡Oh! ¡qué Calvario hemos de andar aún para ver hervir así la tierra, y correr, por entre nuestras manos, como el agua del río, el fuego del volcán! Mas, como no ha de haber obra atrevida, que, a pesar de sí mismos, si oponerse a sí mismos se les antojara, no puedan realizar cumplidamente los hijos de Bolívar, sus primogénitos, sus herederos obligados, los ejecutores de su voluntad: como no ha de haber fuego potente que no encienda en sus almas nobles los ojos fulgurantes de sus damas, para luchar briosamente ante los cuales quisiera el brazo los tiempos de los antiguos caballeros, los de banda al cinto, armadura de hierro, y barba de oro, como la voluntad humana basta a entorpecer o acelerar el porvenir nunca a impedirlo; bien haya ese calvario que así ha de dar espacio a probar la fortaleza de nuestros hombres, y la energía de nuestra voluntad. Basta, para ser grande, intentar lo grande. Y yo tomo mi cruz humildemente; y la rocío con las amargas lágrimas del desconocido, y ayudaré a este pueblo en sus trabajos...






Fragmento del discurso pronunciado el 21 de marzo de 1881,
en el Club de Comercio, en Caracas, Venezuela.










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