domingo, noviembre 04, 2007

“Por encargo”, de El Marqués Minoritario




Numerosas son las obras literarias que han surgido merced al poder del dinero, desde aquel primer poeta griego que cobró por recitar sus poemas, Simónides, el mismo a quien se le atribuye la invención del arte de la memoria, hasta los relatos eróticos que Anais Nin compuso para solventar su estadía en París. La compleja relación entre dinero y literatura, mercancía y ficción, debe ser tratada con la mayor desnudez posible y, preferentemente, de modo pornográfico, pues entre tales objetos, monedas y letras, se establece una relación de superficies que no da lugar a secretos, una relación literal y exhibicionista que señala con precisión la performance relatada en un cuento y escrita en un poema. El artificio literario tiene su precio. ¿Acaso usted no calcula con la misma precisión cuando compra un artículo deseado, su presupuesto, costos y beneficios? En la literatura por encargo se exhibe sin pudor el deseo de quien encarga una escritura; el resultado, bueno o malo, responde siempre a ese deseo, a penetrar y ser penetrado por otro, de todas las formas posibles. Lo que nos atrae es la simpleza de esa relación, despojada de toda justificación y de toda moral, incluso de la moral del dinero. Tenga, pues, en sus manos, atento lector, el siguiente relato que se me ha encargado. Lo he transcrito sin rodeos previos ni relatos tediosos que pudieran confundir o desviar su deseo más obsceno: pagar por leer.

Una tarde cualquiera, Rolo por fin se decidió a cambiar sexo por dinero y concluyó que, para eso, nada sería más adecuado que visitar el departamento de Luis Fernando. Una vez adentro, los dos hombres se abrazaron y besaron un largo rato, tentando las partes íntimas del otro y que ya deseaban probar. Rolo se arrodilló frente a la cintura de Luis Fernando para bajar el cierre y extraer el miembro duro. Se lo introdujo en la boca de golpe hasta el fondo, y logró tocar con sus labios la base del pene y mojarla profusamente. Con el balano casi hasta la garganta, hizo girar el glande por sus amígdalas, por el paladar y las encías, quería pasearlo por toda su boca y no tenía reparos en demostrar cuánto le gustaba hacerlo. Por su parte, Luis Fernando gozaba intensamente así, dejándose mamar por Rolo. Luis Fernando colocó ambas manos en la cabeza de su amante y, sujetándola firme, comenzó a moverse hacia atrás y adelante, de modo que el largo pene entrara y saliera de tan húmeda madriguera. El instrumento entraba y salía rápidamente. Entonces, Luis Fernando agarró bruscamente los cabellos de Rolo y le meneó la cabeza con violencia, obligándolo a chupar todo el aparato. Luis Fernando miraba desde la altura los labios de Rolo recorriendo toda la dureza y esta escena lo excitaba aún más y movía con más fuerza la cabeza que tenía entre las manos. Al cabo de unos minutos de chuparlo vigorosamente, Rolo se sacó el miembro de la boca y empezó a lamerlo desde la base hasta la punta y otra vez hasta la base. Recorría el glande con la lengua y los labios murmurando cuánto le gustaba. Introducía la punta de la lengua en la abertura del glande y desde allí recogía cada gota de semen que brotaba. Luis Fernando no podía más de calentura y ya quería meter su enorme instrumento en el agujero deseado. Colocó a Rolo en cuatro patas encima de la cama y él se puso detrás, pero no lo penetró de inmediato, sino que acercó su cara al trasero que se le ofrecía y besó primero las nalgas, mordió cada una de las esferas de carne y luego rodeó con su lengua el agujero ardiente que Rolo le enseñaba con tanto entusiasmo. Posó la lengua en el orificio e intentó empujarla hacia adentro, a lo que no encontró ninguna resistencia. Luis Fernando tenía la lengua inserta en la puerta de entrada del culo, mientras imaginaba que su pene pronto abriría la misma puerta. Recorrió con la lengua los bordes, entraba y salía, lamía sediento como un perro, a lo que Rolo respondía con gemidos de placer, dilatando aún más su ano. A continuación, Luis Fernando se incorporó y, ya no pudiendo resistir más, introdujo con vehemencia su miembro en el ano de Rolo. Este sintió con dolor el desgarro que le produjo la penetración, molestia momentánea que luego se transformó en intenso placer, tal como sucedía cada vez que recibía un aparato en su agujero. Apoyado en los codos y las rodillas, Rolo abrió más las piernas y levantó aún más las ancas, para que Luis Fernando lo penetrara más profundamente. El miembro estaba adentro por completo y Luis Fernando lo hacía chocar contra las sensibles paredes del interior. Rolo percibía con placer indescriptible cómo el pene abría con violencia su ano, el mismo pene que acababa de tener en la boca. Ambos se dejaban llevar por la ola incontrolable del deseo. Se movían con fuerza uno contra otro, de modo que el taladro llegara hasta lo profundo del pozo. Sin embargo, en un momento Luis Fernando se detuvo y se retiró del nido. Rolo alcanzó a oír que su compañero de juegos musitaba algo sobre el servicio remunerado, pero mantuvo la misma posición. Entonces Luis Fernando introdujo un dedo en el orificio, como si se probara un anillo, luego dos y tres, los metía enteros y los volvía a sacar, los hacía girar para tocar todos los contornos. Después hundió cuatro dedos hasta la palma de la mano y comenzó a girarlos como si estuviera lavando una taza muy sucia. Dilataba más y más el agujero, pues quería enterrar en él toda su mano. Logró hundir el quinto dedo y así, con la mano semiempuñada, forjó el anillo hasta su máxima tensión, con lo cual logró su cometido, introducir toda la mano hasta la muñeca. Rolo aullaba de placer y pedía más. Luis Fernando nunca había podido completar esa operación y pensaba que si esta vez lo había conseguido se debía al entusiasmo contenido de ambos, al tamaño perfecto de su mano y a la elasticidad increíble del ano de Rolo. Una vez adentro, giró con rapidez la mano, a la izquierda y a la derecha como si ahora se probara una pulsera, extendía y recogía los dedos en el interior, tocaba las paredes internas y les daba breves y certeros golpes, aumentando con ello la excitación del amante. Volvía a empuñarla y moverla velozmente hacia adentro y hacia afuera. Finalmente, Luis Fernando extrajo la mano del tibio rincón de carne y la reemplazó otra vez con su miembro goteante. Ahora Rolo, de espaldas al hombre que lo desgarraba, estaba sentado en su cintura con todo su elemento incrustado entre las nalgas, cabalgaba agitadamente mientras Luis Fernando agarraba con fuerza las nalgas del hombre que con tanto deseo se dejaba penetrar por él. Rolo se levantaba hasta que el glande quedara en el anillo de su entrada, en el borde de la salida, y luego se dejaba caer violentamente para ser partido en dos por el enorme falo de su compañero. Repetía una y otra vez esta acción, cada vez con mayor rapidez. Ambos gemían de deseo y le exigían al otro más y más placer. Así, sin ya poder contenerse, el pene de Rolo estalló en una prodigiosa lluvia de semen que fue a mojar las rodillas de Luis Fernando, a un tiempo que él derramaba sus jugos en lo más profundo del agujero que había taladrado, su semen brotaba y recorría el interior del ano y sus paredes ya tan acostumbradas a ese oficio. Cuando Luis Fernando extrajo el miembro humeante, arrastró tras de sí una gran cantidad de semen que inundó la entrada del culo, pero acercó la boca y lamió el orificio recién perforado, bebiendo su propio jugo que salía a borbotones desde la dichosa fuente. Rolo le agradeció a Luis Fernando el excelente momento disfrutado limpiando con la lengua las rodillas de su amante, bebiendo también su propio semen.

Reanudaron la sesión el día siguiente, pero en esta oportunidad Luis Fernando tenía preparada una sorpresa:

- Vendrá a visitarme un amigo, él es muy cariñoso. Debemos tratarlo bien.
- Ya entendí.
- Tómalo como horas extras.

Así, mientras Rolo aguardaba a ser compartido como un trofeo de caza, bebieron un poco de licor. A la llegada de Carlos, el amigo elegido para tan selecta reunión, Rolo y Luis Fernando ya estaban mareados por el alcohol. Tras conversar unos minutos y beber aún más, Luis Fernando comenzó a besar a su amigo Carlos y a tocar sus piernas, escena que Rolo contemplaba sin decidirse a actuar. Finalmente, se acercó a ellos y unió su boca a la de ambos, dando inicio al trío. Sin esperar más, Rolo se desvistió y, de pie frente a ellos, ofreció el redondeado culo a las lenguas sedientas de Luis Fernando y Carlos. Cada uno cogió una nalga y la besó tirando en sentido opuesto a la otra, de modo que se abriera el ano lo más posible. Primero Luis Fernando posó la lengua en el orificio, lamió y mojó la abertura con fruición y pronto la lengua de Carlos se encontró con la de su amigo en tan reconfortante tarea. Intentaron introducir a un tiempo sus lenguas en el ano, pero la posición de las cabezas dificultaba la empresa, así que optaron por hacerlo uno cada vez, primero Carlos metía y sacaba su lengua, luego Luis Fernando. No dejaban de manosear todo el trasero de Rolo que, para facilitar la tarea, se había colocado a horcajadas. Mientras el visitante continuaba lamiendo el agujero, Luis Fernando se incorporó y, ya desnudo, se paró frente a la cara de Rolo e insertó el arma erecta en su boca, hasta el fondo, y lo volvió a retirar para luego meterlo y volver a sacarlo. Carlos se unió a Luis Fernando e introdujeron ambos sus miembros en la boca de Rolo que, de rodillas, succionaba y tragaba sus penes, ya de a uno o ya los dos juntos. Los dos hombres tomaban la cabeza de Rolo por los cabellos y lo forzaban a recibir los dos instrumentos a la vez, ocupando con sus glandes toda la cavidad bucal. La excitación de los tres no dejaba de aumentar. Rolo ya no podía soportar más su deseo de ser perforado y le rogó a Luis Fernando que lo hiciera, con fuerza y hasta lo más profundo. Su amante no dudó en complacerlo y, colocado detrás, metió su grueso miembro en el ano dilatado y lleno de saliva. Hundió hasta el fondo su taladro para después sacarlo y comenzar a meterlo con violencia. Luis Fernando cogió la nuca de Rolo y guió su cabeza hacia el miembro de Carlos. Quedaron acoplados en forma perfecta, los dos hombres arrodillados uno frente a otro con el tercero entre ellos, recibiendo en el culo y en la boca aquello que tanto le gustaba. Luis Fernando y Carlos se movían rítmicamente, a un mismo tiempo se separaban del cuerpo penetrado para volver juntos a hundir sus taladros en cada orificio, Luis Fernando en el ano y Carlos en la boca. Esa era una de las posiciones favoritas de Rolo, pues él sabía que funcionaba mejor por ambos lados y en ambos sentidos, es decir, chupaba mejor un pico mientras hubiera otro que lo perforara y, del mismo modo, abría más su agujero dejándose penetrar cuando tragaba un miembro hasta la garganta. Los tres gozaban intensamente. Al cabo de unos minutos Luis Fernando, sin salir del recipiente de carne, se puso de pie y enlazó por detrás de sus muslos las piernas de Rolo, al tiempo que Carlos enlazaba los brazos de la víctima en su espalda, de modo que quedó suspendido en el aire como un trozo de carne a las brasas, sólo sujeto por los penes que lo perforaban sin cesar. Después de un momento cambiaron de lugar y ahora era Carlos quien penetraba a Rolo, mientras éste se echaba a la boca el palo duro de Luis Fernando, sin parar de chuparlo. Luis Fernando cogió con la mano derecha la base de su miembro y empezó a masturbarse, sin sacar el resto del instrumento de la boca de su amante. En tal posición, la eyaculación de Luis Fernando no se hizo esperar y emitió una gran cantidad de semen en ese lugar, haciendo que Rolo tragara todo su contenido. El hombre exprimió con su mano hasta la última gota de leche, que Rolo recogía ansiosamente con la punta de su lengua, sin dejar de ser perforado al mismo tiempo por Carlos.

Entonces, decidieron cambiar sus juegos, para que Luis Fernando descansara y pudiera recuperarse pronto. Puesto que el deseo de Rolo no disminuía, por el contrario, iba en aumento, se colocó a cuatro patas sobre la cama y se metió en la boca el miembro que acababa de salir de su ano portando el inconfundible sabor y aroma del sexo salvaje. Luis Fernando, por su parte, quería repetir el acto que tanto le gustaba y comenzó a introducir los dedos en el orificio ya bastante dilatado. Logró meter cuatro dedos, agitándolos dentro del caliente envase, mientras miraba la expresión satisfecha de Rolo que desencajaba su rostro al chupar el otro instrumento. Sin embargo, Carlos dejó su lugar y fue a unir sus dedos a los de Luis Fernando. Al tiempo que había hundido cuatro en el orificio, Carlos introdujo dos dedos, pero decidieron que era muy poco, que ese ano podía aguantar más y que ambos estaban ahí para complacer y forzar a su víctima. Le preguntaron a Rolo si quería más y con un susurro respondió que sí, que quería más, que quería quedar muy abierto por las dos manos. Tras esta aprobación, Carlos metió cuatro dedos y ya hubo ocho dedos, y dos manos, dilatando al máximo el santo túnel. Parecía que buscaban algo perdido en su interior, como si enterraran la mano en la arena tras una moneda extraviada.

Se entretuvieron algunos minutos en esa actividad hasta que Luis Fernando, ya recuperado, volvió a explorar con su miembro el ano de donde Carlos aún no retiraba sus dedos. En cambio, Carlos agarró el miembro de Luis Fernando lo mejor que pudo para masturbarlo, pero sólo consiguió apretarlo con los dedos extendidos. Luis Fernando sentía que su paraíso había llegado, pues entraba con su pene en el agujero preferido y al mismo tiempo lo estimulaba una mano como si hubiera bajado desde el interior de los intestinos. Volvieron a cambiar de posición, esta vez Luis Fernando se tiró de espaldas en la cama, invitando a Rolo a sentarse sobre el pico amenazante lo que, por supuesto, no tardó en suceder, mientras Carlos introducía lo suyo en la boca de Rolo. El ritmo agitado de los movimientos no disminuía. De pronto, Carlos se agachó y acercó su cara al lugar de la batalla, allí donde el miembro duro taladraba el ano, pasó la lengua por el borde del abismo y por los testículos de Luis Fernando, introdujo su punta mojada junto con el pene que entraba. Como Rolo ya estaba tan dilatado, Carlos quiso meter ahora su miembro y lograr una doble penetración. Para ello se colocó detrás de Rolo que, sentado sobre su amante y de frente a él, dejaba expuesto su culo al nuevo ataque. Carlos consiguió insertar su instrumento junto al de Luis Fernando y ambos, totalmente insertos, comenzaron a moverse frenéticamente. Rolo nunca había sentido una abertura tan grande en su ano y pensaba que los dos palos lo desgarrarían, pero no por ello dejaba de experimentar el mayor de los placeres. Los dos hombres intensificaron las embestidas, a lo que Rolo respondía ofreciendo su ano caliente más y más abierto. No pudo continuar mucho esta posición pues los tres eyacularon profusamente. Carlos inició el derrame de su líquido mojando a la vez el interior del agujero y el pene de Luis Fernando. Este, acto seguido, derramó sus jugos y en un mismo ano se mezcló gran cantidad de semen brotado de dos fuentes distintas. El pecho de Luis Fernando también había sido regado por la leche de Rolo.

Al finalizar, los hombres retiraron sus penes empapados del orificio de Rolo y éste, sin cambiar de postura, recogió con su lengua el semen que él mismo había arrojado sobre el pecho de Luis Fernando, su amante, mientras Carlos hacía lo mismo en el ano que con tanto gusto acababa de perforar.

Para la sesión del día siguiente, Luis Fernando, el imprevisible Luis Fernando, había preparado una sorpresa aún mayor que aquella de la jornada previa:

- Vendrán a visitarme unos amigos, son muy cariñosos. Debemos tratarlos bien.
- ¿Más horas extras?
- Me agrada que comprendas rápido.

Rolo no pudo evitar un gesto de sorpresa, pues no esperaba que los planes de su amante incluyeran a tanta gente. Tras el sonido del timbre, entraron los tres amigos de Luis Fernando. Después de las presentaciones y algunas risas nerviosas, se sentaron a beber y conversar animadamente. Cuando los vapores del trago ya habían subido a las cabezas y dispersado la timidez inicial, Rolo se desvistió por completo frente a los cuatro hombres y les enseñó el curvado culo, sus piernas, el pene semierecto y todo su cuerpo ávido de sexo. Rolo comenzó chupando con energía el miembro de Luis Fernando, pues le producía gran excitación que los otros tres lo observaran atentamente. Cada uno liberó a su prisionero de la cárcel de tela y emergieron cuatro penes erectos, unos más voluminosos que otros, pero el pene del hombre que por comodidad designaremos como A, aventajaba en mucho a los de sus compañeros B y C, incluso al de Luis Fernando. Rolo paseó su boca por los cuatro miembros, uno por uno, se detenía algunos minutos en cada energúmeno, succionaba con placer cada trozo de carne palpitante hasta que el siguiente exigía su turno. Navegaban en su boca, becerro aspiradora, cordero mamando sin rollos, jugueteando con las presas rectas, húmedas, a veces casi mordiéndolas. Como había manifestado su deseo, Luis Fernando fue el primero en esconder la verga en el ano de su amante, los otros tres lo echaron a la suerte, quedando en el orden B, C y, por último, A. No obstante, Rolo pidió que A fuera el siguiente, pues no aguantaba el deseo de sentir dentro suyo el miembro más grande de todos, a lo cual accedieron cortésmente. Para mitigar la espera, A introdujo su aparato en la boca de Rolo mientras Luis Fernando lo fornicaba enérgicamente. Ahora la víctima ofrecía sus atributos a la sed imparable de cuatro taladros de carne. Uno tras otro fueron ocupando el mismo orificio, que se dilataba enormemente a cada arremetida que soportaba. El cuarto, C, no paró de alabar la elasticidad del ano al mismo tiempo que lo copaba con su pene, aseguraba que el ano permanecía estrecho pese a tanta embestida. Por espacio de más de dos horas, en ningún momento Rolo dejó de tener un miembro rígido en la boca y en el culo, intentando calmar el ardor frenético de sus cuatro acompañantes, pero sólo conseguía aumentar el propio. Luis Fernando pensó que una vez más se cumplía la regla, Rolo funcionaba mejor por el culo cuando tenía en la boca un pico para chupar y chupaba mejor cuando una verga dura le penetraba el culo. Los participantes no paraban de gozar. Cada uno eyaculó en el interior del pozo, llenando con su marca vaporosa la acogedora cueva. La raja goteaba semen por todas partes. Pronto la víctima de tan cálida ceremonia emitió sus líquidos al aire libre, no a un hoyo penetrado.

Tras una breve pausa, Luis Fernando exigió repetir los turnos y atacó con más fuerza la entrada de la fortaleza que, como siempre, se abrió dichosa a tan oportuno visitante. Uno tras otro los miembros entraban y salían sin parar, no sin antes navegar largo rato por la boca de Rolo, que los humedecía profusamente para lograr su máxima dureza y, por supuesto, para facilitar la penetración, aunque ya el avance de los rectos trozos de carne por esa vía carecía de obstáculos y esfuerzos.

La húmeda jornada se extendió por varias horas. Tras breves descansos, los amables caballeros volvían a arremeter con sus lanzas rígidas en el orificio expuesto, y cada vez con tanto vigor como si recién lo hubieran descubierto. Hasta que no tardó el agotamiento en consumir los cuerpos sudorosos, poco a poco fueron retirándose de la contienda y dándole cabida al cansancio, pues la jornada había sido más que agotadora. Los últimos en acabar fueron, por supuesto, los anfitriones Rolo y Luis Fernando, que dieron una exhibición de posturas a sus tres observadores, mostraron una gran versatilidad en las múltiples posiciones que efectuaron, arrancando un aplauso cerrado al expulsar simultáneamente sendos chorros de semen, Luis Fernando en el interior de Rolo y éste en dirección a su público, aunque sin alcanzar a mojarlo.

Rolo ya comenzaba a vislumbrar que la intención de Luis Fernando consistía en probar todas las posibilidades del sexo. Sin embargo, él estaba consciente que su entrega a los juegos sexuales de Luis Fernando la motivaba sólo el placer, sin necesidad de ningún sueldo. Sólo por gusto Rolo chupaba miembros y los hacía derramar leche en su boca, sólo por placer oponía su ano elástico a los embates de uno o muchos penes, gruesos y largos como los prefería. Sólo por placer entraba en su orificio cualquier cosa que tuviera esa forma. No, Rolo no veía en ello ningún esfuerzo digno de recompensa monetaria, sólo excitante placer. Pese a todo, necesitaba imperiosamente dinero, por lo cual decidió plantearle a Luis Fernando sus inquietudes.

Durante la siguiente sesión Rolo expuso sus quejas a su amante y desde su boca, ya pulida de tanto lamer vergas, brotó nuevamente el tema de su recompensa monetaria:

-Necesito dinero.

Luis Fernando respondió con una pregunta:

-¿Me seguirás complaciendo?
-Por supuesto.

Entonces, ambos procedieron una vez más a quitarse la ropa y, ya desnudos, Luis Fernando introdujo su miembro ansioso en la boca sedienta de Rolo, mientras lanzaba su última propuesta:

-Tengo preparada una nueva sorpresa. Sólo acéptala.

Sin sacar el pene de su boca, Rolo, el sediento Rolo, asintió con la cabeza. No arruinaría un momento de gratificante sexo por una preocupación tan banal como el dinero. Entonces, Luis Fernando tomó de la mesa de noche un enorme dildo de más de 25 centímetros de largo por 6 de ancho y, después de lubricar el orificio con su lengua, lo enterró en el ano de Rolo sin dejar de murmurar lascivamente. El artificial balano se abrió paso con dificultad, pero pronto el anillo que lo estrangulaba se distendió y, como un inquieto visitante, pudo asomarse sin problemas al interior del recto que lo acogía, dando una mirada a esa zona oscura que otros como él, de plástico o de carne, ya habían explorado antes. El pene de goma estaba adentro más de la mitad de su larga extensión y el agujero se dilataba considerablemente. De golpe, el dildo sintió que la mano de Luis Fernando lo empujaba hasta el fondo, golpeando su cabeza contra la más oculta pared rectal y, al mismo tiempo, pudo escuchar a través de la espesa capa de carne, sangre y piel que lo envolvía, el largo gemido de dolor que Rolo emitió. El balano buscó acomodarse en la tibia cavidad, como si quisiera dormir, pero no pudo permanecer quieto mucho rato, pues al instante la mano que lo dirigía comenzó a agitarlo furiosamente, frotándolo contra las suaves paredes y rozando su tersura plástica con el abismo carnoso del recto por el que transitaba. La temperatura del simulado pene iba en aumento, hasta el paroxismo de la fiebre. Su piel de goma se empapaba con la saliva del hombre que había lubricado el orificio, mezclada con el semen depositado la jornada anterior y que ahora volvía a licuarse por el acalorado embate. La mano se movía rápidamente contra las nalgas separadas, metiendo y sacando con furia el enorme dildo. Cuando salía podía escuchar las palabras lascivas con que Luis Fernando estimulaba a su compañero, cuando entraba percibía, en lo profundo, los gemidos de placer de Rolo que bajaban por los pulmones hacia los intestinos donde él se encontraba. A cada instante lo agitaban con mayor fuerza, pero en un momento el movimiento se detuvo y sintió que la mano lo arrancaba del cálido rincón, pasando en un segundo de la oscuridad a la luz del día. Afuera, notó que una lluvia de semen empañaba la diáfana claridad del sol que se filtraba por la ventana.

Luis Fernando guardó el aparato plástico en una bolsa y se lo entregó a Rolo, como recuerdo de sus encuentros. No agregó nada más, ni sobre una próxima sesión ni sobre el esperado dinero. Rolo se vistió lentamente, aguardando el pronunciamiento de Luis Fernando que nunca llegó. Pese a todo, mantuvo la calma ante el hombre que tanto lo había hecho gozar y esperar.

Una vez en la calle y con la bolsa que contenía el dildo, Rolo no pudo ocultar más su decepción y rabia. Molesto, arrojó con fuerza la bolsa y ya se marchaba, dispuesto a buscar sin descanso un trabajo remunerado, cuando el extraño ruido que produjo la bolsa al caer lo detuvo. Cogió con curiosidad el paquete y cuál no sería su sorpresa al mirarlo, pues el dildo, al chocar contra el suelo, se había abierto y expuesto su contenido. Una gran cantidad de monedas y varios fajos de billetes, todos de mucho valor, brotaban del interior del aparato. Aferró entre sus manos la bolsa y volvió sobre sus pasos para agradecer a Luis Fernando el pacto cumplido. Feliz, no dejaba de pensar cuán cerca, incluso dentro suyo, había tenido su merecido dinero.

Al abrir la puerta, Luis Fernando lo recibió con una amplia sonrisa. Entonces, abrazados, se fundieron en un largo beso. No retardaron más tiempo el deseo de compartir sus cuerpos y, otra vez desnudos, reanudaron su amorosa empresa. Luis Fernando introdujo su pene en el orificio de Rolo, quien lo recibió con innegable gusto, como siempre. El amante arremetió con más energía que nunca, como si pretendiera imitar al enorme dildo que acababa de reemplazarlo en su tarea. Por su parte, Rolo abrió el ano lo más que pudo, quizás imaginaba que tenía incrustados varios miembros a una misma vez. De esta manera, derramaron juntos la tierna y excitante leche, el líquido caliente y pegajoso del deseo.





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