viernes, diciembre 26, 2025

«Ovni 78», de Wu Ming

Fragmento / Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona 





8. ROMA, MIÉRCOLES 15 DE MARZO 


Esa noche, Martin Zanka escribía de verdad, tecleando en su Olivetti Lettera 35. 

En lo alto de la hoja ponía: «Ovni 78. Discurso inaugural». En esta introducción, debía presentar al invitado de honor, nada menos que Allen J. Rynek. El ufólogo americano estaba de gira por Europa: llegaba en el último vuelo de París y partía el sábado para Estados Unidos. Después de él intervendría el indómito Casella y Zanka suponía que habría polémica. 

El trotskista brasileño Romulo Casella (1913-1983), exiliado en Roma desde 1964, tenía una teoría política del fenómeno de los ovnis, según la cual una civilización tan evolucionada que pudiera recorrer distancias siderales para llegar a nuestro plantea no podía ser sino comunista. Por ello, el contacto con los extraterrestres había que buscarlo en clave de «interplanetarismo revolucionario» y en contra de los amos de la Tierra. De hecho, Casella deseaba la invasión alienígena. Según él, el proletariado saldría beneficiado y debía prepararse para recibirla. 

La cercanía de Zanka al Partido Comunista, aunque hacía tiempo menos estrecha, ya había sido blanco de los ataques del sudamericano en algunos artículos publicados en la revista Cosmos Rojo. Zanka no hacía caso. Lo que sí le preocupaba eran las posibles escaramuzas que tuviera con el liberal yanqui Rynek, al que Casella lanzaba críticas muchos más aceradas. Una en particular podía hacerla en el congreso. Casella acusaba al estadounidense de estudiar el contacto con formas de vida alienígenas desde un punto de vista clasista y wasp. En su ensayo La realidad de los ovnis, Rynek consideraba más fiable el testimonio de «encuentros del tercer tipo» cuando los protagonistas eran ciudadanos normales y corrientes, no sospechosos de ningún tipo de desviación. Entre los testigos que para él eran dignos de crédito, no figuraban hispanos, italianos ni asiáticos, y Casella se apostaba lo que fuera a que tampoco había afroamericanos. 

Zanka podía estar de acuerdo con él, pero temía que el debate descarrilase. Al mismo tiempo, la presencia de estudiosos tan diferentes enriquecería el congreso y su cometido era hacer que fuera un intercambio fructífero. 

Ya había llenado dos páginas de apuntes cuando sonó el timbre. 

Esa noche no esperaba visitas. El timbrazo lo dejó desconcertado. Quizá era un vecino que venía a pedir sal o azúcar. Se levantó y fue a abrir. 

–¿Qué hacéis aquí? –preguntó sin dar crédito a lo que veía. 

–¿Podemos entrar? –preguntó a su vez Vincenzo. 

–Hola –dijo simplemente Rossella. 

Zanka les dejó pasar y los condujo al salón. Vio que llevaban una maleta. Vincenzo se adelantó. 

–¿Podemos quedarnos un par de días? 

Zanka miró primero a su hijo y luego a Rossella, que tenía una cara angelical. 

–Claro. Pero ¿por qué no me has llamado? 

–Lo he hecho. Pero no daba línea. 

Era verdad. Para que no lo molestaran, Zanka había desenchufado el aparato por la mañana. 

No preguntó qué hacían ahí. No se atrevía. Intuía que pasaba algo grave. Había dejado a su hijo cantando las excelencias de Tanur y ahora se presentaban allí, él y su novia, aunque no era exactamente su novia, como dos refugiados, sin dar explicaciones. 

Cenaron en silencio una pasta con salsa que Zanka preparó y solo entonces se decidió Vincenzo a desahogarse. Aprovechó un momento en que Rossella fue al baño a vomitar. 

–Viene a abortar. 

–Veo que os habéis decidido –comentó Zanka. 

–Lo decide ella. Aún está pensándoselo. Mañana vamos a un consultorio de unas feministas que hay en San Lorenzo. 

–Haces bien en acompañarla –comentó Zanka, pero enseguida le pareció una frase de circunstancias. 

En aquellos meses, todo el país debatía sobre la interrupción voluntaria del embarazo. En el Parlamento se discutía la ley que despenalizaría y regularía esta práctica. Los últimos años, las activistas del Partido Radical y del CISA, el Centro de Información sobre la Esterilización y el Aborto, ayudaban a quienes querían abortar facilitando su viaje a países donde la práctica era legal o recurriendo a clínicas «amigas», tras lo cual solían denunciarse a sí mismas para hacer pública su desobediencia. Había muchas posibilidades de que la ley se aprobase, porque los únicos que se oponían eran los democristianos y los neofascistas. Estaban a favor de ella, además de los radicales, los comunistas, los socialistas, los socialdemócratas, los republicanos y los liberales. Había un clima de desafío ciudadano que amenazaba con provocar una crisis de gobierno. 

–Hemos venido corriendo. Podíamos haber ido al CISA de Florencia, pero Rossella leyó lo del consultorio en una revista... Además, le dije que aquí –hizo un vago gesto con las manos– teníamos donde alojarnos.

Zanka tomó un cigarrillo y ofreció otro a Vincenzo. Los encendieron y fumaron mirándose a través de las volutas de humo, pero los apagaron cuando Rossella volvió del baño, pálida y desencajada. Vincenzo le hizo sitio en el sofá. 

–¿Te encuentras bien? 

–Ahora mejor, sí –contestó la joven. 

Rossella Hilzer era muy guapa de joven. Sigue siéndolo hoy día, aunque tiene algo glacial en la expresión y en los rasgos de la cara que entonces era casi imperceptible, al menos en las fotografías. 

–Voy a llamar a Tanur –dijo Vincenzo levantándose– para decirles que hemos llegado. 

Zanka se quedó a solas con Rossella. No tenía ninguna familiaridad con chicas de la edad de su hijo y se limitó a preguntarle, cohibido, si deseaba algo. 

–No, gracias –dijo ella–. Es que estoy muy cansada. 

Le dijo que le enseñaría el dormitorio de Vincenzo. No era muy grande, pero la cama era bastante cómoda. Si no cabían, su hijo podía dormir en el sofá. 

–Tienes una casa curiosa –dijo ella–. Llena de cosas. Vincenzo me lo había dicho. 

–Demasiadas cosas –dijo Zanka–. Tendría que empezar a deshacerme de algunas. 

–Todas esas estatuillas... –continuó Rossella paseando la mirada por los estantes–. Parece un belén, un belén, un belén de ciencia ficción. 




 2022





























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