lunes, noviembre 17, 2025

«Marciano», de Nona Fernández

Fragmento del inicio




M


Hubo una noche en la selva colombiana donde todo parecía tan lejos y tan cerca al mismo tiempo. Estaba de guardia, recostado en la tierra, y las cosas no eran más que eso, la inmensidad del cielo, las estrellas sobre mi cabeza, el aire caliente movilizando las copas de los árboles y, por primera vez, la convicción de ser sólo una partícula más de ese paisaje. Me sentí chiquitito. Desde entonces me siento así. Lo que te cuento no tiene la dimensión de lo que fue, pero quizá debiéramos buscar el comienzo de esta historia ahí, en las huellas que quedaron, en el espacio pequeño que dejé en la oscuridad.

Hubo una mañana, que probablemente fueron muchas, en la que estuve sentado en mi cama, sintiendo el sol del invierno en la frente y oliendo el pan tostado que salía de la cocina en una panera de mimbre que llevaba una de mis hermanas. Creo que estoy ahí, entre las manos de mis hermanas, refugiado en alguna de sus palmas. Quizá levito en el olor del pan. O en el vapor de la tetera caliente que hierve en esa cocina. O en los rayos de sol que entraban y siguen entrando por la ventana de mi pieza, en esa casa que un día tuve.

Todavía estoy ahí, mirando hacia afuera. ¿Qué veía? ¿Qué veo?

El mar del puerto. El cielo de la mañana, probablemente algunas nubes.

Sueño con ese mar. Lo sobrevuelo como si fuera una gaviota, a unos treinta metros de altura. Siento el viento en la cara, veo las olas, su espuma blanca golpeando el roquerío, y cuando me aburro aprieto los brazos contra el cuerpo para lanzarme en picada. Me sumerjo en el agua fría, buceo entre reinetas y merluzas. Luego salgo, me elevo otra vez, planeo y me lanzo al mar para volver a sumergirme. No sé de dónde saco que apretando los brazos contra el cuerpo podré ir más rápido. Supongo que lo vi en los monos animados, pero por lo menos en mis sueños funciona. De esa forma me elevo y caigo, una y otra vez. 

El mar del puerto siempre está del otro lado de la ventana.

También el parrón del patio.

La higuera, el limonero, mi madre regando las rosas.

La realidad es gigante y para intentar darle un orden se la encierra en un rectángulo. ¿Será que la historia está subordinada a la geometría?

Hubo una noche de tormenta, cuando era niño, en la piquero en el barro de una población anegada. Hubo un piquero en el mar, tardes de playa, peleas con mi madre y más peleas con mi madre. Hubo muchos partidos de fútbol. Hubo muchos partidos de fútbol. Hubo cientos de pelotas y canchas y buenas y malas jugadas. Hubo un afiche del Che pegado en la pared de mi pieza. Hubo un día en que mi padre murió sin que debiera haberlo hecho y en ese error imperdonable la fecha se repite. 



Publicado por Random House, 2025

















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