Una mañana, una línea de tinta carbonizada
en el cuaderno del botánico:
tras la invasión, un jardín plantado en El Cairo.
El ejército francés registra la distancia
entre la bestia y la semilla de algodón.
Napoleón tenía alas, volaba como Mercurio por encima de las pirámides,
una ramita de azul inventando la atmósfera.
El texto lo dice y así se convierte en
imagen e imaginar y en la gente allá abajo;
un grupo de modos verbales latiendo saber sabido saber sabido.
Una mañana, mi linaje es una línea de tinta
en el lenguaje de las plantaciones.
Crezco para ver cómo me reúne la memoria:
una ficción de amapolas e idolatría,
declive con fervor supernumerario,
sangrienta en la nota a pie de página. Hay una puerta que me separa
y luego los autores dicen que la puerta está siempre abierta,
los fantasmas dicen que la puerta no es para nosotros.
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