Cada día el silencio de la habitación sola
se encierra en el leve chapoteo de cada gesto
como el aire. Cada día la pequeña ventana
se abre inmóvil al aire que calla. La voz
ronca y dulce no vuelve en el fresco silencio.
Se abre como la respiración de quien va a hablar
el aire inmóvil, y calla. Cada día es el mismo.
Y la voz es la misma, que no rompe el silencio,
ronca e igual para siempre en la inmovilidad
del recuerdo. La clara ventana acompaña
con su latido breve la calma de entonces.
Cada gesto golpea la calma de entonces.
Si sonara la voz, volvería el dolor.
Volverían los gestos en el aire asombrado
y palabras, palabras a la voz sumisa.
Si sonara la voz también el latido corto
del silencio que dura, se haría dolor.
Volverían los gestos del vano dolor,
golpeando las cosas en el fragor del tiempo.
Pero la voz no vuelve, y el susurro remoto
no encrespa el recuerdo. La luz inmóvil
da su latido fresco. Para siempre el silencio
calla ronco y sumiso en el recuerdo de entonces.
en Trabajar cansa, 1933
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