A veces desearía
poder enfrentarme a duelo
con el hombre que mató a mi padre
y arrasó nuestra casa,
confinándome
a
un país estrecho.
Y si él me matara,
por fin descansaría,
y si yo estuviera preparado —
¡Me vengaría!
* * *
Pero si cuando apareciera mi enemigo
y se revelara
que tenía una madre
esperándolo,
o un padre que pondría
su mano derecha sobre
el corazón en su pecho
cada vez que su hijo llegaba tarde,
aunque fuera sólo por un cuarto de hora
para reunirse como habían fijado…
entonces no lo mataría,
incluso si pudiera.
* * *
De la misma manera… yo
no lo asesinaría
si pronto se aclarara
que tenía un hermano o hermanas
que lo aman y anhelan verlo siempre.
O si tuviera una esposa que lo recibiera
e hijos que
no pudieran soportar su ausencia
y a quienes emocionaran sus regalos.
O si tuviera
amigos o compañeros,
vecinos que conocía
o amigos de la cárcel
o de una habitación de hospital,
o compañeros de escuela…
preguntando por él
y mandándole saludos.
* * *
Pero si resulta
que está solo
—cortado como la rama de un árbol—
sin madre ni padre,
sin hermano ni hermanas,
sin esposa, sin hijos,
y sin parientes ni vecinos ni amigos,
colegas o compañeros,
entonces no añadiría nada al dolor
de esa soledad —
ni al tormento de la muerte,
ni al dolor de fallecer.
En lugar de eso, me alegraría
ignorarlo cuando pasara junto a él
en la calle — mientras
me convencería
de que no prestarle atención
es en sí misma una especie de venganza.
en Antología de Poesía de la Resistencia Palestina,
Descontexto Editores, 2024
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