domingo, febrero 23, 2025

«Separación», de Iqbal Tamimi

Versión de Juan Carlos Villavicencio



Ella lo dibujó en la espuma del café,
esperando que él nunca la dejara.
No pudo apagar el grito de la sirena
ni la tormenta reventando
dentro de su propia taza.
Ella vio a los soldados
persiguiéndolo por el sendero,
ordenándole que se rindiera.
Los grilletes chirriaron
que no había vuelta atrás.

Los ecos se acabaron.
Cayeron gotas de lluvia.
Sus esperanzas se perdieron como una hoja en el otoño.
Sus sombras se desvanecieron
dejando de ser una misma.
Su reflejo se grabó solitario en el muro
mientras a él lo arrastraban a prisión.
Su mano se convirtió en un pañuelo
diciendo adiós
hasta que desde su ventana dejó de emitir su canto.

Su feminidad destilaba letras indómitas para el lenguaje.
Ella era sus velas desplegadas
y su puerto.
Él solía atar un nudo
que aguantaría toda la vida, 
porque ella estaba al final de esa cuerda.
Cada vez que se encontraban,
su cuerpo agradecía su perfume.
Sus labios y aliento guardaban la clemencia de la menta.
Ella decoró la calle
con sus sueños:
asomada desde el manto de la noche,
por entre las rendijas de las puertas
sus ojos son como semillas de luz.

De las cenizas de su encierro
él le hizo una corona
digna de un ángel de jazmín.
Le costó marcharse.
Una flauta ardía en su pecho
mientras el viento arrancaba de su almohada
los mensajes de las flores del naranjo.

Lo obligaron a partir.
Ahí quedó ella
inundándolo de espanto,
dejándole sus huellas
y sus temblorosos pensamientos 
adheridos a las plantas de los pies.















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