viernes, enero 03, 2025

«Víctor Jara: La vida es eterna», de Mario Amorós

Fragmento




En 1942, Ernst Uthoff, miembro del afamado Ballet Joos desde 1927, regresó a Chile contratado por el Instituto de Extensión Musical como bailarín, coreógrafo y director de la Escuela de Danza y el Ballet Nacional. Dos años antes, el Ballet Joos había estrenado en Santiago su premiada coreografía La mesa verde, una creación que combinaba la danza y el teatro para lanzar un mensaje contundente sobre el horror de la guerra.[1] 

La versión de Carmina Burana en la que Víctor Jara participó, vestido con un hábito marrón y situado junto a los otros miembros del Coro de la Universidad de Chile en la platea del auditorio más importante del país, fue una creación de Uthoff (su obra maestra) basada en la partitura de Carl Orff.[2] Este ballet oratorio, que marcó un hito en la historia de la danza en Chile, contó también con la participación de intérpretes de ópera y de la Orquesta Sinfónica. 

Poco tiempo después, en aquel mismo anfiteatro, vio bailar a una joven británica llamada Joan Alison Turner. «Joan era una belleza sin el menor vestigio de coquetería», evocó José Miguel Varas. «Miraba de frente y tenía una sonrisa luminosa. Sus ojos eran… indescriptibles. Eran verdes… no, creo que no. ¿Dorados? ¿Violetas? Tal vez todo eso. Cambiaban con la luz y con sus estados de ánimo. Hablaba muy poco, tal vez porque todavía estaba insegura de su castellano, tal vez porque era tímida y no terminaba de incorporarse al medio chileno. O porque su modo de expresión fundamental era la danza». 

En su extraordinario perfil de Joan Turner, recordó una fiesta en Santiago en aquellos años cincuenta, en el momento en que los invitados se pusieron a bailar un bolero, una rumba o tal vez una guaracha. Varas bailaba con una mujer, pero no podía apartar sus ojos de la inglesa: «Es que no bailaba de manera 'normal', según el aburrido un-dos-tres de los bailes chilenos de salón. Ella bailaba con todo el cuerpo. No había en sus movimientos nada exagerado, pero su manera de mecerse, palpitar y expresar desde las entrañas, de manera total, el contenido sensual de aquella música y el goce del baile, paraba los pelos, producía escalofríos y un deseo casi incontenible de acercarse a ella y sumarse a la danza».[3] 

Nacida en Londres el 20 de julio de 1927, hija de un obrero que se definía como marxista y de una activista del movimiento sufragista, su vida cambió cuando en julio de 1944, en los estertores de la Segunda Guerra Mundial, su madre la llevó al Haymarket Teatre para contemplar la representación de La mesa verde del Ballet Joos. Tres años después inició su formación como bailarina y desde 1951 trabajó en la compañía Joos, a la que también pertenecían dos chilenos, Alfonso Unanue y Patricio Bunster, quien fue su pareja en varias coreografías y era militante comunista. Tras compartir una larguísima gira de dos años por Europa, en octubre de 1953 Bunster y ella contrajeron matrimonio y en 1954 llegaron a Chile. Entre los primeros recuerdos de su inmersión en este país, Joan Turner evocó el viaje a un fundo del sur, con extensos viñedos, propiedad de una amiga: «Un día, durante el almuerzo, su marido comentó que mataría en el acto a todo campesino que se declarara en huelga o diera muestras de rebelarse. Hay que matar a los comunistas, dijo».[4] 

En 1954, también en el Teatro Municipal, Víctor Jara presenció, completamente maravillado, una representación de la compañía de mimos de Enrique Noisvander, que funcionaba desde el año anterior. Durante el servicio militar en la Escuela de Infantería había organizado un espectáculo de fonomímica que tuvo una gran aceptación[5] y, después de asistir a varias sesiones de ensayos, logró que le hicieran una prueba y fue admitido. En 1955, la compañía presentó dos obras en el teatro Talía: una pantomima creada a partir de los Valses nobles y sentimentales de Ravel y Los vecinos, en la que interpretó a un burócrata. Posteriormente, partieron de gira a las provincias meridionales y en aquel largo recorrido en tren les sorprendió cuando tomó una guitarra para interpretar algunas canciones folclóricas…[6] 

Aquel mismo año, uno de sus compañeros en esta compañía, Fernando Bordeu, logró ingresar en la Escuela del Teatro Experimental de la Universidad de Chile (fundada en 1949) y lo persuadió de que se presentara a las pruebas del curso siguiente. Su talento natural y las aptitudes de expresión corporal aprendidas junto a Noisvander fueron determinantes para superar el difícil proceso de admisión. Así, el 11 de abril de 1956 formalizó su matrícula como alumno del primero de los cuatro cursos de actuación de la Escuela de Teatro, cuyas dependencias estaban en el corazón de la ciudad, en el cuarto piso del número 1117 de la calle Huérfanos.[7] Y desde 1954 el Teatro Experimental disponía de un espacio propio, la sala Antonio Varas, situada en la calle Morandé (frente al Palacio de La Moneda), donde ofrecían funciones diarias de martes a domingo, con programa doble los sábados, y en cuyo subterráneo se encontraba la sala de ensayos.[8] 

Su fundación marcó un hito en la historia cultural de Chile en el siglo XX y contribuyó de manera decisiva a la renovación de la escena nacional. Si entre 1910 y 1930 se crearon las primeras compañías nacionales y surgieron destacados dramaturgos como Antonio Acevedo Hernández, Germán Luco Cruchaga y Armando Moock, en los años treinta el teatro cayó en una crisis profunda debido al estreno de obras mediocres y el descenso de la asistencia de público, perjudicada también por la proliferación de inmensas salas de cine. 

Al mismo tiempo, influidos por los ecos que llegaban del Teatro de Arte de Moscú y de la compañía española La Barraca, impulsada por Federico García Lorca, se formaron en algunos centros y facultades de la Universidad de Chile (las escuelas de Derecho y Bellas Artes, el Instituto Pedagógico) varios grupos comprometidos con la búsqueda de un teatro moderno. Las visitas de Margarita Xirgú, del Ballet Joos y del gran actor francés Louis Jouvet fueron otros estímulos en esta dirección. 

De este modo, en febrero de 1941 se creó el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, que, con sendas obras de Miguel de Cervantes y Ramón María del Valle-Inclán, debutó ante el público el domingo 22 de junio de aquel año, el mismo día en que la Alemania nazi invadió la Unión Soviética. Entre sus promotores sobresalieron su primer director, Pedro de la Barra, Roberto Parada, Héctor y Santiago del Campo, Rubén Sotoconil, Inés Navarrete, María Maluenda, Bélgica Castro, Pedro Orthous y Domingo Piga. «Todos ellos provenían de la misma universidad, habían sido formados en disciplinas artísticas o literarias y poseían método y solidez en su trabajo, lo que los distinguía de la vieja escuela de cómicos chilenos», escribe Juan Andrés Piña.[9] El dramaturgo español José Ricardo Morales, refugiado llegado en el Winnipeg en 1939, también hizo una aportación muy relevante. 

Nacía así una institución apoyada y financiada por la universidad estatal, integrada por un cuerpo estable de directores, actores, actrices y técnicos que originariamente se plantearon cuatro objetivos. En primer lugar, la difusión del repertorio clásico y moderno, es decir, preparar el montaje de obras de Lope de Vega, Shakespeare o Goethe, pero también de Brecht, Miller o Ionesco. En segundo lugar, la creación de una escuela que permitiera la especialización de funciones como maquinista, luminógrafo, sastre, maquillador, escenógrafo, músico, actor o director y, al mismo tiempo, valorara e inculcara el trabajo en equipo; por supuesto, asumieron como un desafío la enseñanza de las teorías más recientes referidas a la interpretación y la expresión teatral. En tercer lugar, la formación del público en un teatro de mayor calidad y la atracción de nuevos sectores sociales, y, en cuarto lugar, el impulso de la dramaturgia nacional, concediendo a autores noveles la oportunidad de estrenar sus obras. 

En esta institución ingresó como alumno en abril de 1956 el hijo de Amanda y de Manuel. Y en ella dejaría una huella imborrable. 

Entre 1956 y 1962, Víctor Jara se formó como actor y como director en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. Fueron unos años marcados inicialmente por la penuria en la vida material, pues sus ingresos se reducían a una beca estudiantil y a otras escasas entradas que lograba con trabajos ocasionales, pero también por una dedicación concienzuda al estudio y el aprendizaje de las artes escénicas, junto a compañeros como Nelson Villagra o Lucho Barahona. En 1958, ingresó en el conjunto folclórico Cuncumén, con el que en 1961 realizó una gira de casi cinco meses por Europa y la Unión Soviética, conoció el profesionalismo en el mundo de la música, grabó sus primeras canciones e incluso debutó como solista ante un público masivo en Moscú. Fue entonces, también por su amistad con Violeta Parra y Margot Loyola, cuando empezó a comprender la importancia del legado musical que su madre le había transmitido, al mismo tiempo que iniciaba su militancia en las Juventudes Comunistas. En septiembre de 1959, el éxito de la primera obra que dirigió, Parecido a la felicidad, le impulsó a formarse como director. Un año después, empezó su relación de pareja con Joan Turner, quien había sido su profesora en la Escuela de Teatro. 



2023






[1] Jara, Joan, Víctor. Un canto inconcluso, Santiago de Chile, Fundación Víctor Jara, 2020, p. 27.

[2] Carmina Burana nace a partir de un valioso códice de canciones medieval hallado en 1803 en un convento de Baviera. La partitura de Orff se asienta en veinticinco composiciones agrupadas en los temas de la primavera, el vino y el amor. La coreografía de Uthoffofreció una puesta en escena novedosa, cargada de símbolos y de variadas formas dramáticas. Cifuentes, María José, Historia social de la danza en Chile. Visiones, escuelas y discursos 1940-1990, Santiago de Chile, Lom Ediciones, 2007, pp. 63-65 y 74. 

[3] Varas, José Miguel y González, Juan Pablo, En busca de la música chilena. Crónica y antología de una historia sonora, Santiago de Chile, Catalonia, 2013, pp. 103-104. 

[4] Jara, p. 36. 

[5] Onda, Santiago de Chile, 13 de octubre de 1972, pp. 40-42. 

[6] Jara, p. 66. 

[7] Hoja de matrícula en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. Archivo Víctor Jara – Fundación Víctor Jara. 

[8] En 1959, el Teatro Experimental absorbió otro departamento universitario, el de Teatro Nacional, y se convirtió en el Instituto de Teatro de la Universidad de Chile (ITUCh). En 1968, pasó a llamarse Departamento de Teatro de la Universidad de Chile y en la actualidad, Teatro Nacional Chileno. 

[9] Piña, Juan Andrés, «Teatro: fundación, renovación y compromiso en la escena nacional», en Cristián Gazmuri et al., 100 años de cultura chilena. 1905-2005, Santiago de Chile, Zig-Zag, 2006, pp. 139-200. 













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