Fragmento
Los perros no se miran en los espejos. Pero a pesar de no haberme visto nunca, no me cuesta adivinar qué aspecto tengo. Soy un caniche blanco, demasiado alto, con una melena abundante y despeinada y unas garras delicadas en las patas. Además, los pelos de mi oreja izquierda son notablemente más oscuros y tienen un color amarillento parduzco. Oí cómo lo decían cuando me compraron. «¡Es defectuoso!», exclamaron. Aunque estoy seguro de que incluso una tara como esa no me impediría interpretar el papel, pongamos, del caniche Artemón en la obra Pinocho y la llave de oro. Habría sido un buen actor y hubiera llevado al personaje principal una gran llave de cartón sujeta entre mis dientes.
Al señor que en 1991 me compró cuando yo aún era un cachorro duro de mollera, siempre le llamaba Amo y los otros le llamaban, y siguen llamándole, Boris o Boris Andriiovich.
Yo sólo tenía un mes cuando me compró, aunque ya apuntaba maneras. Abrí los ojos a los diez días de existir y a los once ya era capaz de escuchar sonidos. Lo primero que vi no fue el pezón grande y blanco de mi madre, ni a mis hermanos, sino el calendario colgado de la pared. El viento que soplaba desde la ventana abierta hacía revolotear las hojas del calendario y las tres figuras inclinadas sobre una sola taza temblaban en silencio como si estuvieran muertas de frío. A la mañana siguiente, escuché voces humanas por primera vez. Me parecieron cantos celestiales, lo más hermoso que jamás había oído, quizás porque nunca antes había oído nada. Pero cuando el comprador llegó diez días después, ya sabía que no eran los ángeles del calendario los que hablaban, sino la gente; y también sabía que yo no era el más débil entre mis hermanos, y que un comprador acabaría llegando tarde o temprano. Incluso sabía por qué caían aquellas gotas blancas más allá de la ventana. Porque era invierno. Así que cuando la mujer, la primera entre todas las mujeres a las que yo, como perro, no como hombre, llamaría «mis mujeres», pasó la página del calendario, entendí de inmediato que habíamos sobrevivido al invierno. Y eso significaba que seguiríamos vivos.
2017
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