martes, diciembre 03, 2024

«La orilla celeste del agua», de Jordi Soler

Fragmento




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La música del universo tiene un orden matemático dentro del cual nosotros desafinamos. La vida terrestre es, hasta donde se sabe, la única vida y esto nos convierte en la única oposición que tiene el sistema, ese engranaje del que formamos parte, pero en perpetua rebelión. Somos una escandalosa minoría que abarrota algunas regiones de la tierra, esa esfera minúscula hasta la angustia, que es parte de un sistema solar de clase media, que a su vez es parte de un sistema de sistemas de todos los tamaños que están contenidos en uno de los millones de galaxias que constituyen ese universo, donde no hay más vida que la nuestra.

Todo el cosmos, con la excepción de nosotros y los animales, se mueve con una música que impone sus ritmos, sus tiempos y sus ciclos; ninguna de las piezas que lo conforman tiene autonomía, ni siquiera las plantas y los árboles, que aun cuando son organismos vivos están atados a la tierra y a los ciclos del sol y de las estaciones. Una flor y un árbol se mueven solo cuando el viento los estremece, cuando la tierra tirita o se convulsiona o cuando se pone a moverlos uno de esos elementos en perpetua rebelión, un tigrillo que se rasca el lomo contra el tronco de una ceiba, un iluso que lleno de esperanza arranca una flor, ignorando que la esperanza es una de las formas del miedo. ¿De qué tengo miedo?, debería preguntarse antes de arrancar la flor.

(…)

Somos una minoría mínima frente a una abrumadora mayoría, somos un microcosmos contenido dentro de un macrocosmos, como nos hizo ver el filósofo Oswald Spengler; somos la oposición y lo único que nos sujeta a ese gigantesco sistema que gira sin parar desde el principio de los tiempos, y que seguirá girando por toda la eternidad, es el deseo sexual, la urgencia reproductiva que en su fundamento va unida a los ciclos del macrocosmos, aun cuando sea de la imaginación, de la anticipación y del recuerdo, de donde proviene el fuego. También la circulación de la sangre nos ata al sistema, la sangre que da vueltas sin parar dentro de nosotros siguiendo la partitura de los planetas y las estrellas. Somos la oposición, pero, cuando dormimos, y dejamos de ejercitar nuestra libertad, nos integramos a la maquinaria del cosmos y volvemos a ser, como cada noche, un cuerpo celeste.



Publicado por Ediciones Siruela, 2001

























 

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