El 1 de octubre se inaugura en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) la exposición «Tramas de Persistencias: Ficcionalización Política y Realidades Fragmentadas en la Contemporaneidad», una propuesta curatorial que no presenta artistas ni obras en el sentido tradicional del término. En su lugar, el museo se convierte en un espacio donde diversas organizaciones sociales de base política se presentan, tensando, por así decirlo, las «estructuras convencionales» del arte contemporáneo, y la relación entre estética y política. Este desplazamiento intencional propone reflexionar sobre las implicancias y tensiones de llevar las luchas políticas al museo, y sobre cómo estas organizaciones «navegan» el campo simbólico del arte.
El hecho de que organizaciones como el Movimiento Internacional de Trabajadores (MIT), Movimiento por el Agua y los Territorios (MAT), Disidencias en Lucha, Movimiento Salud en Resistencia, Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular y Sobrevivientes de Terrorismo de Estado participen en un «contexto artístico», plantea preguntas sobre la legitimidad de los espacios donde se generan las luchas sociales. ¿Es el museo un lugar adecuado para la articulación política? ¿O se trata de una nueva forma de neutralización, o reificación del discurso contestatario, contenido en la institucionalidad histórica burguesa?
Este dilema no es nuevo, pero se acentúa en un contexto donde las organizaciones políticas, surgidas desde el margen, ocupan ahora un espacio de poder simbólico como es el museo. En parte de la historia del siglo XX, el arte ha sido un espacio de representación de las luchas sociales, pero la tensión aquí radica en que esta exposición no busca representar, sino presentar de forma directa a las organizaciones sociales involucradas. Se trata de una apuesta curatorial que problematiza la relación entre arte y política, alejándose de las tradicionales narrativas simbólicas del «arte político», para enfocarse en la «visibilidad pura» de las luchas.
La exposición aborda una cuestión central: la política ya no solo se «representa» en el arte, sino que se «presenta» en forma directa, sin mediaciones simbólicas. Esta decisión curatorial puede tener multiplicidad de lecturas y posibles contradicciones. Sin embargo, a partir del reparto de lo sensible ranceriano, las transformaciones simbólicas y materiales de un mundo, inevitablemente pasan por diferentes campos sociales. Las organizaciones de base pertenecen a un entramado que, históricamente, han mostrado alterar los cursos de las sensibilidades y, por ende, de las subjetividades, transformando realidades provenientes, muchas veces, de ficcionalizaciones que en su derrotero se transforman en realidades.
En este sentido simbólico, las organizaciones invitadas –a partir de un sistema algorítmico generativo de mundos pequeños en sistemas complejos– se involucran como entidades socio-políticas que presentan sus realidades «tal como son», con todas sus complejidades, posibles «contradicciones» y persistencias. En esta noción de «presentación directa» busco hacer visible lo que el entramado político contemporáneo tiende a invisibilizar: las luchas de base, las demandas por justicia social, y las resistencias que operan fuera de los grandes escenarios mediáticos.
El museo se convierte así en una especie de espacio de legitimación, pero no desde la lógica del espectáculo, sino desde la emergencia misma de lo político como experiencia sensible.
Sin embargo, esta decisión también abre un campo de tensiones ineludible. ¿Puede la urgencia de lo político realmente coexistir con la lógica institucional del museo? Si bien el MAC, con su historia ligada a los debates contemporáneos, parece un espacio adecuado para este tipo de «experimentos curatoriales», no deja de ser un lugar que, por su «naturaleza», ordena, clasifica y encierra las expresiones dentro de un marco estético. Esto genera una contradicción evidente: las organizaciones sociales, al ingresar al museo, se ven enfrentadas a la potencial cosificación de sus discursos. De acuerdo a esto, uno de los riesgos que enfrenta esta exposición es precisamente el de convertir la lucha social en un objeto estético que pueda ser neutralizado. Cuando las luchas sociales, especialmente las de base, entran en un espacio institucional como el museo, corren el riesgo de ser desactivadas simbólicamente, al ser despojadas de su contexto de acción concreta para ser apreciadas desde una distancia estética.
El MAC, en este sentido, puede operar como un lugar de encrucijada. Por un lado, ofrece visibilidad a organizaciones que de otra manera estarían fuera del radar cultural de las clases medias y altas que pueden frecuentar estos espacios. Por otro, corre el riesgo de encapsular dichas luchas en una narrativa que las haga accesibles y consumibles por el público artístico, sin necesariamente generar una incidencia real en el ámbito político. Esta es una contradicción que no debe eludirse. Si bien el museo otorga un lugar de visibilidad importante, también impone ciertas reglas y limitaciones. El público que asiste al MAC busca una experiencia estética, y aunque esta muestra se resista a encuadrar las luchas políticas en ese marco, no deja de ser un espacio de confrontación con la mirada histórica burguesa que tradicionalmente ha dominado los museos de arte.
Pese a las tensiones mencionadas, lo que esta exposición lograría es generar un espacio donde la política y el arte se entrelazan de una manera distinta. Al rechazar la representación y apostar por la presencia directa de las organizaciones, se visibiliza una forma de hacer política que no busca validación en el arte, sino que utiliza este espacio para amplificar su acción y su resonancia. En un momento donde las políticas neoliberales intentan desactivar cualquier forma de resistencia colectiva, la participación de estas organizaciones en un museo como el MAC puede leerse como un gesto de persistencia y supervivencia. Las luchas que presentan estas organizaciones no buscan ser estetizadas; buscan ser vistas, escuchadas y reconocidas en su dimensión política real. Es aquí donde la exposición podría lograr su mayor acierto, permitiendo que las luchas políticas emerjan en un espacio que tradicionalmente ha sido ajeno a ellas, sin forzar su entrada en la lógica del arte contemporáneo.
Sin embargo, no podemos obviar las preguntas que esto suscita y que ya mencioné de alguna manera antes: ¿Qué sucede cuando las luchas sociales se trasladan a un espacio museal? ¿Se disuelven sus demandas en el entramado artístico o logran mantener su potencia transformadora? La respuesta no es simple, y dependerá en gran medida de cómo el público y las organizaciones interactúen con este espacio.
La exposición en el MAC es una etapa en un proceso curatorial que no termina aquí, el cual busca poner en tensión –a través de redes generativas– la relación entre arte y política en un contexto contemporáneo donde las formas tradicionales de representación ya no son suficientes. No se trata de una solución definitiva obviamente, sino de un ejercicio que invita a seguir pensando sobre el lugar del arte en las luchas sociales. Al final del día, el éxito o fracaso de esta iniciativa no dependerá únicamente del espacio museal ni de la estructura curatorial, sino de la capacidad de las organizaciones sociales de mantener su autonomía y persistencia frente a la inevitable cooptación simbólica que los espacios de poder tienden a imponer. En este sentido, la exposición es un terreno de prueba para nuevas formas de interacción entre la política y la estética, donde lo que está en juego no es solo, como mencionaba antes, la representación, sino la presentación directa de las realidades fragmentadas y persistentes de nuestra contemporaneidad.
en El mostrador, 30 de septiembre, 2024
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