domingo, septiembre 08, 2024

«Bajo las estrellas del invierno», de Héctor Viel Temperley






   La liebre que una vez que yo miraba
atardecer —volaban los chimangos!—
salió del sol y se sentó a mirarme

     El pájaro que una mañana
se posó exactamente sobre mi corazón
a una hora en que su cuerpo todavía
calentaba la piel más que el sol

     El pene entre mis dedos de ese enfermo
al que ayudé a orinar mientras marchábamos
lentamente una noche a un hospital
cruzando playas de estacionamiento

     La perra que buscaba a mi pene en la sombra
cada vez que salía para orinar desnudo
mirando las estrellas del invierno
antes de regresar corriendo hasta el colchón
iluminado por el fuego que ardía toda la noche
en los troncos que hachaba con mi hacha todo el día

     La mujer que pedía serenamente auxilio
agitando los brazos y volviendo a nadar
en las primeras horas de una tarde pesada
en que yo con el pan en el estómago
no encontraba a otro hombre en las orillas

     Y todos los metros que nadé por el mar
sin ver jamás a la terrible aleta
     Y mi alegría de noche en las ramas de un árbol
oyendo tangos en mi adolescencia
     Y mis siestas sentado junto al cajón de un muerto
descansando en la digna frescura de una bóveda
del verano porteño que nos había humillado

     Hablo de todas las horas y de todos los días
y de todas las estaciones y de todos los años

     Pero la liebre que una vez que estaba solo
se ubicó exactamente entre el sol y mis ojos
guardando exactamente la distancia
que guarda un ángel que visita a un hombre...

     Y el pájaro que un día
se posó exactamente sobre mi corazón
lo que es igual a recibir de un golpe
el propio corazón en el lugar exacto
el único lugar del universo
donde es una victoria recibirlo...

     Y la perra que se acercaba agitando la cola
cada vez que volvíamos a encontrarnos desnudos
y solos bajo el cielo del oeste...

          En fin...
          Brillan los miles de ojos que me miran
          Brillan las estrellas del oeste en invierno
          Sobre la borda del colchón iluminada por las llamas
     me siento arreglo el fuego
     leo diarios viejos mientras mi sombra crece

          Son las tres de la tarde en el reloj
     que después del almuerzo se detiene
          La noche es larga
          Toda la noche sopla el viento
          Mi muslo brilla con la saliva de la perra
     o entre las piernas de una mujer de buen carácter
     desnuda alegre dormida satisfecha
          Vuelvo a despertarme cuando quiero
          Vuelvo a salir al frío y a orinar nuevamente
     porque estas noches bebo mucha agua
          El fuego hace sudar al que lo cuida

          En fin...
          Hice orinar a un hombre
          Salvé del mar a una mujer lejana
          Y sé que puedo recordar algunos otros
     actos de más amor de más coraje

          En fin...
          Pienso en todas las horas pienso en todos los días
     pienso en todos los años sin encontrar mi imagen

          Pero una liebre un pájaro una perra
     me miraron a los ojos al corazón al sexo
     como creo que sólo me miró también el mar
una madrugada de verano en que vagaba
con una pistola en el puño sin tener dónde afeitarme




 
en El hombre que nada hasta los cielos (Antología), 2021
Originalmente publicado en Legión extranjera, 1978









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