Tu crueldad reescribió mi autobiografía
con remates de chistes en las tripas,
con cuchillas para las lenguas,
con una boca preñada de
truenos.
Tu crueldad me dijo que siguiera
adelante,
que mirara,
escuchara.
Nací cuando se cumplieron cincuenta años de la Nakba
de una madre que cosechaba aceitunas
e higos
y otros versos del Corán,
watteeni wazzaytoon.
Mi nombre: una bomba en un cuarto blanco, una sospecha andante
en un aeropuerto,
una manera de la política sin elección.
Nací cuando se cumplieron cincuenta años de la Nakba.
Fuera del cuarto de hospital:
protestas, neumáticos quemados,
rostros cubiertos con kuffiyas y cuerpos desnudos,
piedras arrojadas a los tanques,
tanques impresos con banderas estadounidenses,
tierras
con olor a gas lacrimógeno, cielos cubiertos de
balas de goma,
algunos cuerpos baleados, muertos — números
de muertos en un titular.
Mi hermana y
yo
nacimos.
Nacer dura más que la muerte.
En Palestina la muerte es repentina,
instantánea,
constante,
sucede entre un respiro y otro.
Nací en medio de poesía
en el cincuentenario.
Los cantos de liberación fuera del cuarto de hospital
le decían a mi madre
que pujara.
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