Ardo de pena,
Las lágrimas arden en mis ojos,
No soy una piedra; el anhelo es una gran carga.
Y tú eres el puente que me une a la muerte.
Cascos extraños en la calle Mukhtar
Azotan como látigos, bloqueando el cortejo fúnebre.
Persiguiendo a tu amado y encantador nombre,
En el ataúd reclinado sobre la herida de Gaza.
No soy una piedra;
Los almacenes, con puertas soldadas con oxicorte, hacen que llueva
Sangre sobre mí, mordiendo como muerde la tragedia.
Me abro camino a través de los fuegos;
La manifestación cruza con orgullo mi frente,
A través de los callejones del anhelo, donde son confiscados
Los blancos lirios del mar y las flores de alheña.
Donde son confiscadas hasta la fragancia de jazmín y de naranja.
Ahí tu tumba permanece desnuda – rescatada la flor de la resistencia.
No soy ninguna piedra.
Mujer, lucho incluso ante tu amarga muerte,
El olor de la muerte rondaba con frecuencia tus ventanas,
Tres veces fuiste golpeada y a la cuarta caíste
Todos los recuerdos se disolvieron en mi sangre,
Y rodearon la antigua tumba y los senderos cubiertos de árboles.
La hierba se rio de la sombra de mi infancia y me llevó a tu tumba.
Entonces el olor de la higuera inclinada me causó dolor, mujer,
luchando incluso en tu amarga muerte,
¿Sabes que la manifestación fue un éxito; que nunca podrán eliminar
El tatuaje de la lucha de tus brazos,
Ni borrar la fecha de tu nacimiento?
Brillarás eternamente, encadenando a los ocupantes,
Azotándolos con el látigo del sol.
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