Hasta en tu cólera taciturna te amaba Ella…
cuando te encerrabas en ti mismo,
como en una armadura erizada de púas,
como detrás de una puerta de bronce,
guardada con siete llaves.
Resignada, sin protestas,
estrujado el corazón de angustia
sufría tus largos silencios,
solo atreviéndose a seguir tus pasos,
con el suyo, acolchado de sombras…
osando apenas furtivas caricias,
con su breve mano ligera,
más suave, cuanto más duro el yugo amoroso
que la ataba a ti...
Pero la expresión de tu cólera, Amado,
no se disipa; que extraviadas están
las llaves que cierran la puerta de bronce.
En vano la pequeña mano,
golpea noche y día la puerta,
Qué despiadado y eterno
es el silencio de tu sepulcro.
en Il libro di Mara, 1919
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