El corazón del hombre
codicia el oro y el jade.
La boca del hombre
apetece el vino y la carne.
No ocurre así
con el viejo del río.
Bebe en su calabacino
y no pide más.
Al sur del río hachea la leña
y arranca las cizañas del campo.
Al norte construyó
cuatro paredes y un techo.
Una vez al año siembra sólo
un acre de tierra.
En primavera arrea una yunta
de becerros amarillos.
En estos menesteres siente él
un gran contento.
Esto aparte, carece de inquietudes
y deseos.
Caminando lo encontré por azar
a orillas del río;
Me condujo a su hogar
y me alojó en su cabaña.
Cuando me separé de él
camino del mercado y la corte,
El anciano me indagó
respecto a mi rango y paga.
Dudando de lo que le decía
se rio mucho, respondiéndome:
“Los Consejeros Reales
jamás duermen en los pajares”.
en Poetas chinos de la dinastía T’ang, 1977
No hay comentarios.:
Publicar un comentario