Quedándome dormido en el tardío tren de la noche,
pierdo mi parada. Estoy cansado
y apenas puedo caminar escaleras arriba
hacia el otro lado.
Pienso en el anciano que me contaba
cómo solía caminar por tres o cuatro horas
por el campo, luego se tomaba las pantorrillas
y nos preguntaba a cada uno si podíamos hacer más.
Mis piernas sienten sus piernas mientras suben.
Deambulo alrededor de la plataforma gris.
Un hombre inspecciona una colilla
casi con actitud admirada
y luego la aplasta suavemente bajo su zapato.
Un hombre y una mujer hablan de emprender
un largo viaje al Sur, tal vez inspirado
por la luna llena del desierto.
En esta estación lejana del centro
no hay estatuas asombradas
de Antiguos Egipcios
recordándote lo mal que estaba todo.
Al intentar apoyarme en una pared
veo una hilera de hormigas corrieron ferozmente
de arriba y abajo por grieta en el cemento.
Las que se arrastran hacia abajo acarrean pequeños trozos
de paja; las que suben apuntan a la tienda.
Sus oscuros cuerpos, brillantes bajo una luz fuerte,
se tocan mientras corren. Ninguna permanece o se detiene.
¿Qué las impulsa, la paciencia o la esperanza?
¿No se les resienten las piernas?
El cuerpo empuja a la entrometida mente
a que se haga cargo de sus propios asuntos. Agucen
sus oídos para escuchar el dulce estruendo
del tren. Anhelen la cama ancha,
y a la mujer ausente
que pudiera arrastrarse a su lado.
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