miércoles, septiembre 27, 2023

«Resquiat», de Verónica Jiménez




 

Para tener una buena muerte
según la tradición de los nuestros
debemos cavar un foso hasta que brote
una cabeza esculpida bajo la tierra.

El padre de mi padre es ahora el ángel del camino
y nos mira desde un altar levantado con cirios y escapularios.
De nada sirve que preguntemos al panteonero:
¿De quién es esa tumba, camarada?

Un día nos hablaron de aquellos hombres
que arrojan a sus hijos al mar
a bordo de una balsa sin provisiones
y del llanto que inunda la mesa y la cama de sus mujeres.

Descansa, descansa, espíritu perturbado,
le rogaba el joven Hamlet al espectro de su progenitor.

Nosotros no somos nobles
y el único legado que poseemos
son estos días de luto y la crueldad de una mordida
que el tiempo disipa en brazos de nuestra descendencia.
Pero se nos pide ser hospitalarios con la sangre,
extenderle un sudario a quién nos hirió de muerte
y no irnos sin antes haber dicho esas palabras
que marchan en la dirección contraria del viento:

Descansa en paz.
Quédate así, quédate muerto.

La herencia es pesada como la luna de Elsinor:
escritura y ceniza que no descansan
y no consiguen estarse quietas.




en La aridez y las piedras, Garceta Ediciones, 2016





























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