viernes, septiembre 22, 2023

“Reconocimiento bajo Tierra”, de Juvencio Valle





Me hundo a diario

en las viejas harinas de la tierra;

me hundo como un tallo

con incansables manos,

refloto y permanezco

con el pelo caído;

resurjo a peligrosos intervalos

en pino celestial todo fragante

de bautismal diluvio.

 

Zozobro en una lluvia interminable

y en este espeso oleaje,

inestable madero me sostengo;

subo y bajo en esa agua noche y día;

atado por los besos

del agua desmedida;

de estación a estación voy hacia el fondo,

círculos repentinos me coronan

de vítores sagrados.

 

El mar en que me pierdo

es un laboratorio innumerable,

más que eso es una fábrica

con su caldera activa, con sus silbos;

ojos, raíces, dedos como almácigos,

agujas y dedales finos,

humo y carbón espesos,

manos con muchos dedos que levantan

dorados tulipanes.

 

Allí el azul de Prusia como un pájaro,

el rojo con su flecha,

el violeta y celeste, todavía,

convertidos en vacilante larva,

y el gris aún inmóvil

sin desprenderse de la fría piedra.

 

Los múltiples ungüentos

hablan con voces propias,

el barniz que circunda la manzana,

el aceite que hincha la bellota,

la porcelana sobre la azucena,

el nácar de la uña

y el azulado eléctrico del pelo.

 

Allá abajo el primer temblor de álamo,

la orientación del pie aún indecisa;

en ese fundo único

el rubor de la piel es una oruga,

el asombro del ojo como un huevo;

en la haz de esas aguas todavía

los ignorados mundos de la lengua.

 

En mis hombros sostengo

el temblor germinal de la tierra;

con mi pecho en escudo

rompo el hirviente oleaje,

la enmarañada urdimbre de agua y agua,

de polvo y polvo levantado

movibles tijerales.

 

Me anudan con sus brazos

los brotes insurgentes,

la verde botella de los vientos,

el rosa de las yemas;

el salitre rebasa por las grietas,

la miel va por los tallos

y en sus blancas celdillas el azúcar

insinúa su ruedo.

 

Este mar que yo surco

es de espesa y creciente levadura,

barro azul de laureles y violetas;

en él soy un arado que desgarra,

un ojo que inspecciona;

a mi lado rebullen activos colmenares,

disueltos elementos,

leche que avanza ciega,

congelados racimos.

 

Resoplo las espumas

con salud y delicia,

con hambre de expansión abro los brazos

y avanzo y retrocedo

y sien este vaivén caigo en peligro,

con delirio vital me sujeto

a la rama estrellada

que el destino me alarga como un puente.

 

Prisionero glorioso de este barro,

con la frente encendida

observo, lupa en mano,

cómo la tierra grávida adereza

su máquina celeste;

cómo su mano múltiple modela

la vaporosa efigie de la rosa,

cómo levanta trémula

la leche de sus bronces.

 

 

 

en El viejo lenguaje de las hojas (Antología), 2019

Descontexto Editores














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