jueves, agosto 17, 2023

«La hechicera», de Teócrito

Traducción de Aurora Luque




—¿Dónde está mi laurel? Tráelo, Téstilis. ¿Dónde la pócima? 
Ciñe la copa con un copo rojo como sangre
que así ataré a mi vera a aquel amigo ingrato.
Desde hace doce días ni se acerca el malvado,
ni sabe si hemos muerto o si vivimos,
ni golpea las puertas indiscreto. Seguro que a otra parte
lo han llevado con mente muy liviana o Eros o Afrodita.
Iré a verlo mañana a la palestra
de Timageto, y le he de reprochar lo que me hace.
Mas hoy lo ataré a mí con sahumerios.
Luna, bríllame bien: a ti te cantaré pausadamente, diosa, tam­bién a Hécate
la subterránea, que cuando va entre tumbas de difuntos
y entre la negra sangre hasta a los perros
hace temblar. Yo te saludo, Hécate terrible, asísteme hasta el fin, 
que preparo estas pócimas no peor ni que Circe
ni que Medea o que la rubia Perimeda.

A ese hombre mío, rueda, arrástralo a mi casa.

Primero se consume con el fuego la harina de cebada. Espolvorea, Téstilis.
Miserable, ¿se te ha ido la cabeza? Repugnante mujer,
¿es que también se ha vuelto para ti mi desgracia una broma? 
Espolvorea y canta al mismo tiempo: Son los huesos de Delfis 
       lo que esparzo.

A ese hombre mío, rueda, arrástralo a mi casa.

Delfis me dio tormento; ahora quemo yo laurel por Delfis. 
Lo mismo que crepita al inflamarse
y se arrebata al punto y ni ceniza nos queda del laurel 
también así la carne se consuma de Delfis entre llamas.

A ese hombre mío, rueda, arrástralo a mi casa.

Ahora quemo el salvado. Pero tú, diosa Ártemis,
tú que puedes mover el acero del Hades y lo que haya más duro… 
¡Téstilis, ya las perras nos aúllan por toda la ciudad!
La diosa está en los cruces de caminos: haz resonar el bronce cuanto antes.

A ese hombre mío, rueda, arrástralo a mi casa.

He aquí que calla el mar y que los vientos callan.
No calla la tortura dentro de mis entrañas,
que toda me consumo por aquel que no me hizo su esposa 
y me ha dejado pobre y desvirgada.

A ese hombre mío, rueda, arrástralo a mi casa.

Así como derrito yo esta cera con ayuda divina,
así se funda Delfis el mindio de pasión.
Y lo mismo que gira por obra de Afrodita esta rueda de bronce,
así se vuelva aquel ante mis puertas.

A ese hombre mío, rueda, arrástralo a mi casa.

Tres libaciones hago, Soberana, tres veces grito así:
Si una mujer o un hombre se acostara a su lado
tanto olvido le invada como el que hizo a Teseo
en la isla de Día olvidar a Ariadna de cabellera hermosa.

A ese hombre mío, rueda, arrástralo a mi casa.

Crece entre los arcadlos cierta planta: con ella
enloquecen los potros y las veloces yeguas en los montes. 
Así viera yo a Delfis entrar en esta casa
como un loco dejando la aceitosa palestra.

A ese hombre mío, rueda, arrástralo a mi casa.

Delfis perdió esta orla ele su manto,
hilo tras hilo yo la arrojo al voraz fuego.
Ay, doloroso Amor, ¿por qué te has adherido como una san­guijuela
para apurarme toda la sangre de mi cuerpo?

A ese hombre mío, rueda, arrástralo a mi casa.

Machacaré un lagarto y te daré mañana un mal brebaje. 
Amasa ahora estas hierbas, Téstilis, a escondidas
bajo el umbral ele aquél, que aún es de noche,
y pronuncia entre dientes: Son los huesos de Delfis lo que amaso.

A ese hombre mío, rueda, arrástralo a mi casa.

Ahora que estoy sola ¿por dónde empezaré a llorar mi amor? 
¿De dónde arrancaré? ¿Quién me trajo este mal?
Fue Anaxó, la de Eubulo, con la cesta sagrada,
al bosque de Ártemis en donde, en procesión,
pasean muchas fieras –también una leona.

Explica, regia Luna, mi amor de dónde vino.

Y entonces la nodriza tracia de Teumareta
—vive puerta con puerta— me imploró suplicando
que fuéramos a ver la procesión. Y yo, la desgraciada,
la acompañé arrastrando mi precioso
manto de lino, envuelta en la finísima túnica de Clearista.

Explica, regia Luna, mi amor de dónde vino.

Y mediada la calle, a la altura de Licon,
a Delfis vi que andaba con Eudámipo.
Llevaban una barba más rubia que helicriso
y a él le brillaba el torso más de lo que tú brillas,
como recién dejadas las hermosas labores del gimnasio.

Explica, regia Luna, mi amor de dónde vino.

Fue verlo y caer loca, lastimarse mi alma con el fuego, 
ajarse mi belleza. No volví a percatarme
de aquella procesión, ni sé como volví después a casa. 
Contra mí una dolencia extenuadora arremetió, y en cama 
postrada estuve diez días y noches.

Explica, regia Luna, mi amor de dónde vino.

La piel se me volvía semejante a la flor amarilla de la tapsia, 
caían los cabellos y el resto no era más
que la piel y los huesos. ¿A quién no visité?
¿Por qué casa de vieja curandera pasé de largo yo?
No era asunto liviano y el tiempo transcurría fugitivo.

Explica, regia Luna, mi amor de dónde vino.

Y así llegué a contarle mi verdad a la esclava:
— Vamos, Téstilis, búscale algún remedio a este morbo tan duro. 
Me tiene dominada — por mi mal— el de Mindio. Pero vete a espiar 
cerca de la palestra de Timágeto.
Por allí suele andar, le agrada allí sentarse.

Explica, regia Luna, mi amor de dónde vino.

Cuando lo sepas solo, hazle una leve seña.
Di: Te invita Simeta, y guíalo hasta aquí.
Esto fue cuanto dije. Ella marchó y me trajo hasta mi casa
a Delfis con su piel resplandeciente; sólo con verlo, al punto, 
cruzar con pie ligero el quicio de la puerta

Explica, regia Luna, mi amor de dónde vino.

Me quedé más helada que la nieve, de la frente un sudor
brotaba como un húmedo rocío,
no acerté a articular una palabra, siquiera el balbuceo 
que entre sueños dirigen los niños a sus madres,
mi cuerpo hermoso rígido quedó, como un muñeco.

Explica, regia Luna, mi amor de dónde vino.

Al verme el despiadado, en el suelo clavando la mirada, 
vino a sentarse encima de la cama y dijo estas palabras: 
—Te me has adelantado, Simeta, al invitarme
bajo tu techo, de la misma forma que yo al ágil Filino 
adelanté hace poco en las carreras.

Explica, regia Luna, mi amor de dónde vino.

Hubiera yo venido, sí, y hubiera así venido el dulce amor, 
con un grupo de dos o tres amigos, al hacerse de noche, 
guardando en el regazo manzanas de Dioniso
y con álamo blanco en la cabeza — planta sacra de Heracles— 
entrelazado todo con purpúreas cintas.

Explica, regia Luna, mi amor de dónde vino.

Y entonces, si me hubieras acogido, sería un puro goce
— se dice entre los jóvenes que soy esbelto y guapo—
Bien dormiría sólo con besar una vez tu boca hermosa.
De haberme rechazado, si la puerta tuviera cerrado su cerrojo, 
habríamos marchado contra ella con hachas y con teas.

Explica, regia Luna, mi amor de dónde vino.

Ahora debo un favor primero a Cipris.
Luego de Cipris tú me sacas ele un incendio, 
mujer, con invitarme a entrar en esta casa
medio abrasado ya. Eros enciende a veces
un fuego más intenso que el de Hefesto de Lípari.

Explica, regia Luna, mi amor de dónde vino.

Con delirios funestos de su alcoba a una virgen
hace huir y a una recién casada de la cama
tibia aún del esposo. Eso decía, y yo, pronta a creerlo,
lo tomé de la mano y lo hice reclinar sobre mi lecho.
Y muy pronto una piel se fundía en la otra, nuestros rostros 
estaban más calientes, jadeábamos llenos ele placer.
Y para no alargar la historia con detalles, querida Luna,
se llegó hasta el final y saciamos los dos nuestro deseo. 
Ningún reproche vino ele él a mí o de mí a él
hasta el día de ayer. Pero hoy me ha visitado
la madre ele Meliso y ele Filista — que es la flautista nuestra— 
justo cuando corrían al cielo los caballos
que sacan a la Aurora rosada del Océano.
Me dijo entre otras cosas que anda Delfis sin duda 
enamorado: si a una mujer o a un hombre deseaba,
eso no me lo supo precisar, pero que siempre
brindaba por Amor con vino puro y al final se escapaba
y decía que iba a colgar en su casa unas coronas.
Esto es lo que ha contado mi visita – y no es una farsante. 
Antes venía tres y cuatro veces y a mi vera dejaba
eso que entre los dorios llaman olpa…
Doce días pasaron, ni siquiera lo he visto.
¿Goza ya otro placer, se ha olvidado de mí?
Lo amarraré a mi lado con los filtros. Mas si me hace más daño, 
a las puertas del Hades, por las Moiras, habrá ele ir a arañar: 
tan fuertes son las drogas que guardo en una caja,
Señora, y que aprendí de un extranjero asirio.
Pero tú, Soberana, dirige tus caballos al Océano.
Yo he de sobrellevar este deseo como lo vengo haciendo. 
Adiós, Luna de trono reluciente, y adiós, estrellas todas,
 compañeras del carro de la Noche pacífica.




en Los dados de Eros. Antología de poesía erótica griega, 2000







 







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