(1946-2023)
I (por Laura Regensdorf, Vogue, 4 de febrero, 2018)
Para llegar desde el Carnegie Hall hasta la biblioteca de la planta baja del Hotel Viceroy es todo recto: salir por la puerta principal a mano izquierda y caminar media manzana. Pero la vieja máxima de practicar, practicar y practicar sigue vigente al menos para Jane Birkin. Con el esplendor discreto de sus 71 años, vestida con una sencilla sudadera negra con capucha y pantalones vaqueros, la cantante y actriz inglesa se deshace en nervios antes de encaminarse al lugar donde actuará esa noche por primera vez. «Me preocupo mucho, ¡es verdad!», admite, su mirada sonriente filtrándose a través de las gafas ovaladas con montura de alambre. «Trabajo los textos otra vez en mi habitación, deseando que todo termine».
No importa que tengamos grabada la música en la memoria. El concierto da vida a su álbum de 2017, Birkin / Gainsbourg: Le Symphonique, compuesto de 21 canciones del desaparecido Serge Gainsbourg y rodeadas de los arreglos orquestales de Nobuyuki Nakajima (además del cameo en la actuación de esta noche del cantautor Rufus Wainwright). Para Birkin, cuyos suspiros de voz aniñada en el tema «Je T’Aime . . . Moi Non Plus» de 1969 despertaron las iras papales y un revuelo de alcance mundial, supone la oportunidad de revisar un canon en gran parte basado en su romance de doce años con Gainsbourg y la colaboración continua que mantuvieron hasta su muerte en 1991. «Escribió las canciones más bellas sobre la ruptura», dice, y destaca el disco Baby Alone en Babylone de 1983, que grabaron no mucho después de su separación. No obstante, tres de sus pistas se han ganado un lugar en Le Symphonique. «Simplemente me dijo: 'Te lo debía'», recuerda de cuando recibió aquel estallido de música derramada en noches sin dormir. «Por supuesto, me di cuenta de que me hacía cantar todo lo que él estaba sintiendo».
Más de 30 años después, Birkin aún siente la carga emocional; de hecho «tienes que contenerte un poco, porque no puedes ponerte a llorar de repente cuando actúas con una orquesta sinfónica», advierte. Ese escalofrío de vulnerabilidad lo ha heredado la hija de la pareja, Charlotte Gainsbourg, cuyos trabajos tanto en el cine como en la música son sinónimo de pura electricidad. La hija menor de Birkin, Lou Doillon, también es músico; su primogénita, la fotógrafa Kate Barry, murió en 2013.
El cortometraje creado por Birkin, lanzado el otoño pasado a modo de DVD extra dentro de la edición limitada de Le Symphonique, es una brillante cápsula del tiempo de los primeros años de la pareja. Mes Images Privées de Serge, un collage de 40 minutos de secuencias en Súper 8, abre una ventana a la vida que llevaban más allá de los rumores en las revistas y las juergas en las discotecas (de las que salían tambaleándose para llegar a casa cuando las niñas se despertaban). Vemos a la bebé Kate en la playa, enterrando maliciosamente los cigarrillos Gitanes de Gainsbourg en una canasta llena de arena; Birkin, embarazada de Charlotte, empujando un columpio con un vestido que apenas le tapa la ropa interior; y el chanteur, por turnos rompecorazones, a veces sobreactuado.
Los destellos que nos brinda el metraje, como las notas altas que Birkin extrae de las melodías pesadas de Gainsbourg, subrayan por qué sigue siendo un icono de belleza, por mucho que ella desdramatice su aspecto («Soy una copia de Jean Shrimpton y no tan guapa como Françoise Hardy») o su talento («de una calidad muy escasa»). En conversación con ella, nos revela sus complejos de la infancia, defiende la ropa masculina y explica el encanto de los ojos hinchados matutinos.
He oído que has estado revisando tus diarios de la infancia y que por entonces tenías serias dudas sobre tu cuerpo.
Terrible, sí. Los primeros diarios que encontré, creo que son de los 12 años. Otras chicas del internado me decían que era medio chico y medio chica porque no tenía pecho y tardé mucho en desarrollar. Las niñas puedes ser muy crueles. Y recuerdo que cuando me hice las fotos con Serge para la revista Louis, tramaba en la cabeza una especie de venganza, y pensaba: «Qué divertido. Ahora van a ver».
¿Qué cambió en tu vida al conocer a Serge?
Fue un alivio, después de un desastroso matrimonio en el que me habían dejado con un bebé de menos de un año. A los 19 años, ya pensaba que mi vida estaba acabada, de verdad. Así que cuando me fui a Francia y conocí a Serge, él me hizo sentir maravillosa, absolutamente maravillosa. Me dio confianza en mí misma y consiguió borrar todo el dolor de lo que había vivido antes; y creo que seguramente él sintió lo mismo conmigo, porque acababa de romper su romance con [Brigitte] Bardot. Así que, en verdad, éramos dos almas miserables que se levantaron el uno al otro.
¿Te ayudó él también a superar esas inseguridades físicas? Pienso por ejemplo en las imágenes rodadas en el canal de Venecia, donde Serge acerca el zoom a tu retaguardia.
Alguien me preguntó una vez cual era la razón de mi popularidad y de mi éxito. Yo le contesté: «Estoy sentada sobre ella». Y era bastante verdad (Ríe), al menos para quienes les gusten las figuras con la delantera masculina y el trasero femenino. Serge siempre decía que ese era el tipo de chica que solía pintar en Bellas Artes. Así que ser de repente el tipo de alguien que te encuentra más atractiva aún que otra con cuerpo de niña [Bardot], fue muy reconfortante, la verdad.
Él también era bastante andrógino, ¿no?
Me parecía muy sofisticado que no tuviera vello en los brazos ni en el pecho. Era tan atractivo, como si fuera una condesa, así que le compré joyas rusas antiguas en una tienda de segunda mano del Faubourg Saint-Honoré: zafiros para adornar sus pequeñas muñecas y un corazón de zafiro para el cuello cuando perdió un colgante de diamante en una Nochevieja con mi hermano en Pigalle. ¡Regresó lloriqueando, diciendo que le habían birlado todo lo que llevaba encima! A él le acomplejaba mucho no tener vello [en la cara]. Tuvo que esperar mucho a que le saliera barba y sobre todo lo sufrió durante el servicio militar, porque los otros chicos se reían de él. Solía dejársela durante dos o tres días y luego se la quitaba, y a mí parece que estaba mucho mejor con ella. Me gustaba su aspecto de profesor: muy sexy, con sus pequeñas gafas apoyadas en la punta de la nariz.
A los dos se les daba bien eludir las normas. ¿Qué te sugiere el movimiento actual en favor del género fluido?
No sé qué hará la gente joven, pero yo ya no llevo nunca ropa de mujer. Sólo me pongo ropa de hombre porque tenemos la oportunidad de estar muy guapas de hombre. ¡La competencia es horrible con las chicas! Así que prefiero ir por libre y llevar ropa masculina grande, porque siempre te da un aire frágil y deja de importar si vas a la moda o si resultas o no atractiva. También es por pereza, seguro [ríe], pero si me pusiera un traje de mujer –algo tipo 1945 o de esas épocas tan deprimentes– ¡me haría aparentar 100 años! Es como ponerse mucho maquillaje. Llega un momento en que es mejor no pasarse, porque te puedes acabar pareciendo a Joan Crawford, qué miedito. Las chicas jóvenes también me gustan mucho más sin maquillaje y vestidas de chico. A ver, una chica guapa con un jersey de cachemir más grande de su talla es como para morirse de amor.
Estuve revisando unas fotos que Bert Stern te hizo para Vogue en 1970, y estaban llenas de movimiento. ¿Haces algo para mantenerte en forma?
Ojalá pudiera decir que sí. Ya podría haber existido el pilates. Haber hecho lo que hacen ahora mis chicas, Lou y Charlotte: clases en el gimnasio, yoga para relajarse y dedicarte una o dos horas a ti misma todos los días. Esas cosas no estaban de moda por entonces. He tardado mucho tiempo en darme cuenta de que es algo muy importante y que puedes tomarte ese tiempo sin sentirte culpable. Es como el osteópata. Lou me dice: «Te tomas muchas medicinas. Vete mejor a la osteópata». Y yo pensaba que no podía perder una hora y gastar dinero en tumbarme en una camilla para que una señora me cruja los huesos. Pero cuando sales, te sientes de maravilla, y con mejor humor para afrontar lo que te queda de día, así que, ¿por qué no? No sé si se me ha hecho algo tarde para empezar [con el wellness]. Me gustaría poder ponerme otra vez un traje de baño.
¿Qué opinas de todo el furor antiaging, de que todo el mundo quiera parar el tiempo con inyecciones y todo eso? ¿Hay algún cambio en ti que lamentes? ¿Y otros con los que te sientas por fin cómoda?
Bueno, pasas por montañas de cambios, pero no todos afectan al rostro, sino que están por todas partes: las piernas, los brazos… Hay como una horrible cuesta abajo de los 60 a los 70. Mais bon, a lo mejor como nunca me han dejado tener cuchillos cerca [hace un gesto de cirugía plástica] porque no se me coagulaba la sangre, nunca lo he tenido en mente. Empecé a hacer ejercicios de rostro y duré como un año. ¡Ayudan un montón! Sonreír te viene bien para las fotos además, y te quitas de encima unos diez años si sonríes. Por supuesto, veo que están ahí [los signos de la edad], pero ¿qué le voy a hacer? Soy muy presumida por otra parte, ¿voy a pensar que son lo peor? Hay rostros magníficos por ahí, y eso te da ánimos. Glenda Jackson ronda los 80, y está preciosa, es como un mapa, un mapa maravilloso. La vi en El Rey Lear. Y de algún modo te hacen más interesante. Así son las personas curiosas con las que te gusta estar, visitar con ellas un museo o pasar el rato. No creo que esas bellezas de fábula sean tan fascinantes a la hora de salir por ahí con ellas.
Por cierto, Serge decía algo a este respecto: «Prefiero la fealdad a la belleza porque lo feo perdura». No se me ocurre a quién se refería…
¡Hablaba de sí mismo!
Sí, pero en tu corto, no tiene nada de feo.
Claro que no, está estupendo. Es curioso cómo cambian las cosas porque ahora todo el mundo dice que estaba estupendo, y cuando yo lo conocí, la gente decía que era feo porque tenía las orejas despegadas. Y eso que de joven no estaba tan bien como con 40, que es cuando yo lo conocí. Cuando encuentras un rostro como el suyo, ninguna otra cara se le puede comparar: esa nariz magnífica, y tan, tan divertido. La gente creía que estaba loco, que era malo y peligroso. Te decían: «Ten cuidado, es tan sarcástico, tan cruel». ¡Para nada! Era una de las personas más amables que he conocido nunca, y súper divertido. Hacía unas muecas que todo el mundo se partía de risa en la mesa. En la misma medida en que era muy ruso y muy dramático, podía ser el más payaso.
Tú, sin embargo, serás siempre considerada un icono de la belleza. Tal estatus no estaba en tus planes, supongo.
¡No! Yo quería tener pinta de scout e ir por ahí con mis pantalones cortos color caqui y mi corte a tazón con flequillo. Mi madre tuvo que acostumbrarse. Su concepto de belleza era mucho más sofisticado y refinado. Yo quería ponerme la ropa de mis hermanos e ir a su internado, pero no me dejaban. Después, poco a poco, empecé a probar a maquillarme, como hacemos todas a los 15. Cuando veo a mi hermana, que tiene ese aire prerrafaelista tan extraordinario, tengo la sensación de que yo era muy típica en mi época. Quería parecerme a Jean Shrimpton, como todas, la divina Jean Shrimpton. Yo misma soy una copia de Jean Shrimpton, pero no tan guapa como Françoise Hardy; ¡cuando miro sus fotos, me muero!
¿Sigues alguna rutina de cuidados?
Pues no. Me topé hace un mes con algo hecho de pétalos de rosa, de Chantecaille. Y a Charlotte le compro esos parches que se ponen bajo el ojo, porque le pasa lo mismo que a mí, que se le hinchan los ojos por las mañanas. A mí ahora me parecen muy bonitos esos ojos hinchados matutinos, sobre todo los de Charlotte, ¡así que no sé ni para qué los compro! Me pasé años y años usando Embryolisse, antes de que se hiciera famosa, pero nunca me he cuidado mucho. Y mi madre, a la que siempre he admirado por su sofisticación, la podías encontrar sin embargo un día en la cocina lavándose el pelo con jabón de fregar. Le decía: «¿Qué haces?». Y me contestaba: «¡Ah!, es que me he quedado sin champú». Esa increíble cualidad que tienen los ingleses siempre me ha fascinado secretamente de ella también.
¿Tiene alguna ventaja el hacerse mayor? Por supuesto, nadie quiere irse, pero ¿se tiene una mayor perspectiva al respecto?
Me gustaría contestar que sí. A mí me encantaba antes el romanticismo de los cementerios. Ahora tengo una hija en el cementerio, y ya no me parece romántico, ni un poquito. Supongo que lo que te ayuda a seguir es pensar que los vivos son más importantes, si consigues por un momento dejar de pensar tanto en ti misma. A veces es toda una suerte tener a alguien de quien cuidar.
Tal y como dijiste antes de Serge y de ti: dos almas miserables que se levantan el uno al otro
Eso estaría genial, encontrar a otra alma miserable [ríe]. ¡Sería divertido!
II (por Juan Luis Álvarez, en La Vanguardia, 7 de julio, 2019)
¿Qué significa formar parte de esa pareja que simboliza aún hoy una época de libertad, desinhibición y ruptura de tabúes?
Entonces no lo percibía así. Los sesenta y los setenta fueron décadas muy importantes en cuanto a todo eso, pero se recibía y se expresaba desde el prisma de la juventud y la diversión. Fueron años fundamentalmente festivos y alegres, aunque viviéramos momentos tristes, inquietantes y quién sabe si peligrosos. De la libertad de la que gozamos y que mostrábamos sin pudor para que se contagiara al resto de la gente, me doy cuenta ahora…
¿Ahora que vuelve a estar en peligro, al menos en algunos aspectos?
Si se refiere, en concreto, a la libertad de expresión, siempre lo ha estado para los que hemos querido hacer llegar un mensaje diferente. Con algunas canciones de Serge sobre la guerra o la injusticia, muchas personas se echaban las manos a la cabeza. Ahora da miedo hablar y opinar. Si minimizas la expresión en unos pocos caracteres en la red es muy fácil que sea manipulada o malinterpretada. Es un mundo reducido a una frase y todo parece formulado para ser importante cuando no lo es. Quiero decir lo que pienso pero no tengo forma de saberlo todo, ni creo obligatorio tener una opinión sobre todo, aunque es esencial estar bien informado. Si no, puede ocurrir como en Inglaterra con el Brexit.
[…]
Volviendo al asunto de las libertades. ¿Cómo valora el auge de la ultraderecha en Europa?
Es una de las cosas que más me preocupan, sobre todo viendo el éxito de Marie Le Pen en las elecciones. Creo que se le ha dedicado poco tiempo a explicar todo lo positivo que ofrece formar una unidad en Europa frente al poderío de Estados Unidos o China. Mucha gente, tal y como avisaban, no ha ido a votar en Francia. Han pensado que no iba con ellos. Los nacionalistas sí y en los asuntos en los que nos jugamos la libertad y el futuro no hay que dar nada por hecho. El otro día me decía un taxista que la Unión Europea hace reglas sobre cosas que no se entienden, que en ese parlamento no hay más que gente privilegiada viendo cómo se reparte el dinero de aquí y de allá. Está claro que esto hay que explicarlo mejor.
Ustedes, los franceses, llegaron a las elecciones un tanto tocados tras los movimientos de protesta recientes…
Sí. Lo de los chalecos amarillos ha generado mucha controversia. Al principio podíamos entender lo que hacían porque nadie les escuchaba, ni tenía en cuenta que la subida del precio de las tasas sobre el petróleo les abocaba a tener aún menos oportunidades de enderezar su maltrecha economía. Pedían una bajada de impuestos porque no podían llegar a fin de mes y tenían que recorrer varios kilómetros para ir a los supermercados más baratos y como eso no es justo lograron organizarse y hacerse visibles. Ahora ya están en posición de dialogar con el Gobierno. Pues que lo hagan unos y otros, porque las oportunidades hay que aprovecharlas. Es urgente. Al final no se puede hacer otra cosa más que esperar que se imponga el sentido común. Pero ya sabemos que, a menudo, no es así.
[…]
Había una gran diferencia de edad y de experiencias entre ustedes. ¿Aun así fue una relación igualitaria?
Lo fue, pero de las de entonces. Le admiraba igual que admiraba a John Barry, que fue mi primer marido. Él era un músico en alza en los sesenta, muy popular por su banda sonora de James Bond, pero yo también estaba creciendo como artista. Serge y yo nos respetábamos y teníamos una conjunción artística tremenda. Pero si vives con alguien que es como Picasso, por lógica, inspirarás parte de su obra. Eso también es reciprocidad. Yo le acompañé hasta que la vida cambió, despegó mi carrera y tuve una hija con una nueva pareja, pero él seguía enviándome material para que lo cantase. Ahí podríamos decir que las posiciones variaron. Las relaciones maduran y cambian.
¿Cómo valora la lucha por la igualdad que se manifiesta con firmeza en la actualidad?
Bueno, puedo verla día a día en mis hijas (Lou Doillon y Charlotte Gainsbourg) aunque, como son artistas, viven en un universo que tiende a ser igualitario. Esto es algo que ha llegado de forma natural y el cambio está siendo vertiginoso. Porque no se trata sólo de dinero. Se trata de respeto. No tiene que ver con los días de mi juventud en los que casarse y tener hijos era la aspiración generalizada. Para aspirar a otra cosa tenías que ser realmente brillante o ser actriz, usted me entiende. Es importante que estemos más cerca de ser consideradas iguales; tampoco superiores, pero sobre todo a los niños y a las niñas ya se les educa de otra manera; eso es lo más importante. El cambio de mentalidad es enorme. Incluso para las que ya somos mayores. A lo mejor es sólo una impresión mía pero creo que ese dejar de lado a las actrices maduras y esa invisibilidad en general de la mujer de edad, también se está modificando.
Tras cincuenta años en activo, cuando mira hacia atrás, ¿le gusta lo que ve?
En el trabajo, quizá. Sigo viajando, ofreciendo conciertos, grabando álbumes. Cuando comencé en el teatro, que se ha convertido en una pasión, ya tenía cuarenta años. Había dejado de ser aquella niña. Desde entonces creo que he sabido aprovechar las oportunidades. En lo personal… bueno, cuando mi hija mayor Kate falleció tan joven (murió al precipitarse por una ventana mientras estaba en tratamiento por depresión a los 46 años) enfermé de tristeza y paré todo de forma radical durante mucho tiempo. Hasta que me obligué a encontrar cosas nuevas, diferentes caminos de expresión. Gracias a la curiosidad, el entusiasmo ha vuelto de una forma natural. Pero a veces me noto muy cansada.
¿Cómo se lleva con la Jane Birkin actual?
Realmente no lo sé. (Risas) Hay días que bien y otros que no. Supongo que más o menos como todos. Pero soy afortunada por estar viva.
¿Cómo le gustaría ser recordada y cómo cree que lo será en realidad?
Me gustaría que se me recordara por esas dos películas que he escrito en las que quise expresar la dificultad real cuando se quiere ser madre y artista a la vez. Ojalá alguien encuentre esos guiones dentro de 20 años en un arcón y decida filmarlos. Pero parece que se acordarán más de aquella chica de los pantalones anchos que es tuvo tan de moda en los setenta, al lado de aquel señor tan impredecible, que escandalizaron a medio mundo y que le prestó su apellido a un bolso que, al final, fue más famoso que ella misma. Espero que, al menos, la canción vaya por delante del bolso…
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