Me aparté de la fuerza de la cercanía de Dios,
esa fuerza que crea a los héroes,
y, a la caza de los fuegos fatuos, anduve a tientas
por la necesidad y la noche,
olvidé la iluminación de las estrellas;
apoyé la frente caliente
en el blanco tronco, empapado de rocío,
del abedul:
el árbol se estremece,
temeroso de mí...
el cielo truena.
huyo confuso:
«Abedul junto al estanque abajo:
que el murmullo de tus hojas
jamás trepe ya por las horas de sueño
de mi alma ajena a Dios,
oscilante nenúfar que,
frente a las rachas vertiginosas
del tormentoso torbellino,
apenas ya se defiende».
6-XI-1910
en Pensamientos poéticos, 2010
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